Make You Feel My Love - Hacerte Sentir Mi Amor

19

NARRADOR OMNISCIENTE

Una semana entera había pasado desde aquella pelea, una semana desde la última vez que escucharon sus voces. No se saludaban, no se despedían, no cruzaron ni una palabra. La única manera que tenían de saber el uno del otro, era a través de alguien del servicio.

Ambos fueron tan obstinados, tan testarudos, hasta esa mañana cuando todo se vino abajo.

Después de varios intentos, Mariam al fin pudo encontrar la manera de infiltrarse en el conjunto residencial donde vivía quien ella creía, era el amor de su vida. Las voces en su cabeza le aseguraban que Ahmed la estaba esperando y que era infeliz con esa arribista llamada Elizabeth, que ahora mismo estaba en la que debió de ser su hogar y no la de ella.

—Maldita, me quitaste todo y hoy es el día en que me lo devolverás con creces. —dijo Mariam mientras se vestía de empleada. Llevaba el mismo uniforme que las chicas que trabajaban en la casa de su amor.

Para su suerte, la nueva chica de servicio que debía llegar ese día a la mansión, aceptó un poco de dinero para dejar que Mariam entrara en su lugar. Era un ganar ganar, así que no le vió problema alguno al hacer el trato.

—Buenos días ¿señorita…? —era uno de los guardaespaldas que vigilaban la entrada.

—Lucía, soy la nueva empleada.

«Por favor, que no me descubran, por favor» suplicaba en sus adentros.

—¡Cierto! lo había olvidado, pasa. —le abrió la puerta, no sin antes recordarle que la entrada de los empleados era por la parte trasera de la casa.

—Lo siento, es que soy nueva y gracias. —le dió su sonrisa más encantadora para ganar su confianza y evitar que la siga.

Su plan era sencillo, sólo necesitaba unos momentos a solas con Ahmed sin que esa mujer esté revoloteando por ahí, pues sabía —o eso creía— que Elizabeth lo tenía amenazado y por eso Ahmed se alejó de ella.

Mariam sabía que en menos de quince minutos llegaría Ahmed. Lo había estudiado toda la semana y siempre llegaba a la misma hora. Por eso debía ser rápida con el asunto de Elizabeth. Y como si Dios la hubiese escuchado, vio como una muchacha se dirigía al segundo piso con una bandeja.

—Hola —llamó la atención de la chica—. Soy Lucía, la chica nueva.

—Oh, Hola. —trató de seguir, pero Mariam se interpuso en su camino.

—¿Yo podría entregar esta bandeja? Es para la …, para la señora ¿verdad?

—Si, pero no te preocupes, puedo hacerlo yo.

—Espera, espera, lo quiero hacer yo, por favor —trató de usar su mirada encantadora—, es mi primera vez en la casa y quisiera conocer a la señora para presentarme.

—Está bien, ten —le pasó la bandeja—. Pero si no está despierta no la hagas levantar, solo lo dejas en su mesa y más tarde te presentarás con ella ¿ok?

—Entiendo, gracias.

Después de recibir las instrucciones de donde quedaba el cuarto y como debía comportarse con la “señora”, al fin llegó a la puerta de la arribista. Estaba preparada para todo. Si estaba despierta podría usar uno de los golpes que aprendió en sus clases de taekwondo para desquitarse y a la vez para noquearla.

Cuando Mariam entró al fin a la habitación, no necesitó hacer ningún movimiento, pues la arribista estaba profundamente dormida por lo que se fue por el plan B. Dejó la bandeja en la mesa y sacó de su delantal las gotas que le habían recomendado para dormir. En vez de usar el gotero, vació en el jugo todo lo que quedaba en el frasco y salió casi corriendo del lugar.

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Elizabeth se levantó minutos después y lo primero que hizo fue ir directo a la mesa donde su desayuno estaba ya servido. Agradecía sinceramente que la chef preparara cosas deliciosas, pues de no ser así, sería para ella un infierno lo que estaba viviendo.

Arrasó primero con las tostadas, la fruta, la avena, las almendras y cuando llegó al jugo, dudó en tomarlo, pues sentía que ya no cabía más en su estómago. Sin embargo, recordó las palabras de la doctora y las de Ahmed.

—Debo comerme todo para mantenerlos saludables niños —hablaba con su vientre mientras lo acariciaba—. Siento mucho que no hayan escuchado a su padre toda esta semana, pero es algo testarudo…, bueno, en realidad los dos somos testarudos.

Ni siquiera habían estado durmiendo juntos. Ahmed había decidido dormir en la habitación de al lado y eso la había molestado aún más, pues creía que él la estaba castigando de esa forma.

De un solo trago, se tomó la mitad del jugo. Le supo algo amargo por lo que prefirió dejarlo así, por esa vez.

Mientras se cambiaba, se empezó a sentir mareada y un fuerte dolor de cabeza llegó a ella por lo que trató de terminar pronto para llamar a la doctora y comentarle, pues su sexto sentido le decía que algo iba mal.

Y no se equivocó, pues apenas alcanzó a salir del closet para tomar su celular y marcar uno de los contactos al azar antes de caer desplomada en medio de la habitación.

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Estaba decidido. Hoy sería el día que haría las paces con su Sultana. No podía soportar un día más sin hablarle y sobre todo, sin estar cerca de sus hijos. Muchas veces estuvo a punto de ceder a su capricho de las galletas, pero no lo hizo pues cada vez que estaba a punto de hacerlo, recordaba las palabras de la doctora y lo hacían enfurecer más.

El día de la cita médica, se sintió completamente culpable al salir de ese consultorio, pues sabía que él había cedido a todos los caprichos de su Sultana sin pensar en todas las consecuencias que eso traería con el tiempo. Estaba muy enfadado consigo mismo pues sabía que si hubiera sido más firme con los caprichos, la posibilidad de que uno de sus bebés muriera, no existiría ahora mismo.

Tomó el peluche que compró para hacer las paces con su Sultana y salió del auto. Saludo a los guardias y el reporte que le dieron fue el mismo de siempre, a diferencia de que hoy había llegado el nuevo personal de servicio.




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