DARREN
Estoy acostumbrado a recibir castigos y a cumplirlos a medias pero ahora, ya me estoy aburriendo de esto.
Es otro viernes con Susie, esta vez estamos encargados de ayudar en el gimnasio de la escuela. No hay mucho qué ver en el lugar, solo un montón de balones, pisos que rechinan y esos objetos que usa el profesor para los entrenamientos de diferentes equipos como conos, barras y aros.
Se supone que tenemos que ordenar todo y ayudar a limpiar, como siempre. No entiendo para que sirven estos castigos y qué piensa el director que voy a aprender de hacer todo esto. No aprendo nada, solo me aburro más y más.
Susie mira alrededor in saber por dónde empezar. Ahora que el lugar está vacío ella luce más pequeña.
Rasco mi cabeza. — ¿Lista para sufrir con mi presencia?
Resopla. —Nunca voy a estar lista para esa tortura.
Camino hasta la pared y me siento, recostando la espalda y estirando las piernas. Ella me mira con los ojos entrecerrados y yo solo bostezo.
— ¿No vas a hacer algo? —pregunta.
Cierro los ojos. —Claro que sí, voy a dormir.
—Darren —dice, puedo notar que está molesta por el tono pero no me muevo, sigo así.
Escucho que exhala. —Siendo así vas a llegar muy lejos.
—Solo quiero llegar a mi cama para dormir —bostezo—. ¿Por qué no te quedas en silencio unos minutos?
Y de manera extraña, Susie lo hace. Permanece en silencio por un instante que me pareció inusual. Cuando decidí abrir los ojos para descubrir que rayos había pasado con ella, me lanza un balón hacia el estómago.
Bien, no es un balón como de basquetbol o los pesados, es uno de esos que usan los grados inferiores y no duelen realmente pero yo finjo que me lastimó el hombro.
— ¿Por qué hiciste eso? Pudiste romperme el brazo.
Susie se quita las gafas para limpiarlas con el borde de su blusa. —Pues yo quería romperte los dientes.
Tomo el balón entre mis manos y curiosamente, desprende un olor a chicle. La giro y noto que tiene una cara sonriente de color amarillo brillante. Sí, estas sin duda son para niños.
— ¿Un balón de niños? —pregunto, levantándolo para que ella lo vea—. ¿En serio me vas a atacar con esto?
Susie arquea una ceja. —Era lo único que tenía a la mano.
—Eres muy dulce, ¿no?
Ella rueda los ojos pero no puedo evitar notar cómo se le escapa una sonrisa, muy disimulada, apenas un movimiento en las comisuras de sus labios.
— ¿Y ahora qué vas a hacer? —me reta cruzándose de brazos.
—Bueno… —aprieto el balón y lo observo, girándolo despacio—. Podría lanzártelo pero eso sería demasiado grosero y malo de mi parte, por si lo no sabías, soy un caballero.
Ella resopla. —Claro, un caballero.
Me levanto y camino hacia donde está. En lugar de lanzarlo, lo presiono contra su brazo con exagerada suavidad. —Toma, victoria para ti —digo alzando las manos en señal de rendición.
Susie parpadea, sorprendida. Luego ríe. Ríe de verdad, con un sonido ligero que llena el gimnasio vacío. No sé por qué, pero ese sonido se queda rebotando en mi pecho como si también hubiera golpeado ahí.
—Jamás pensé que te rendirías tan rápido —dice acomodándose las gafas.
Me encojo de hombros. —Yo tampoco.
No iba a golpearla realmente, no puedo hacer eso. No es que no haya usado la violencia alguna vez en mi vida pero jamás por algo tonto como esto y menos a una mujer.
— ¿Entonces qué hacemos? —le pregunto, viéndola de frente.
Ella mira alrededor. —Supongo que tenemos que ordenar algunas cosas.
Arrugo la nariz y suelto el balón. —No creo que realmente tengamos que hacerlo, estoy seguro que si decimos que hemos terminado nadie va a venir a confirmarlo.
Entorna los ojos. —Sí, claro, o puede que lo hagan y entonces estaremos castigados más tiempo. No olvides que fue por tu culpa que terminé aquí.
Ruedo los ojos.
—De todos modos, deberías ayudarme —dice, moviéndose a un lado para recoger unos conos naranjas—. No voy a hacer todo esto sola.
Suspiro dramáticamente, como si de verdad me doliera levantar un dedo. — ¿Y si lo dejamos así? ¿Crees que el profesor realmente se va a dar cuenta?
—Darren… —me lanza una mirada seria.
—Está bien, está bien —levanto las manos otra vez y camino hacia los balones amontonados en una esquina—. Pero no lo hago por ti, lo hago para pasar el tiempo.
Mientras empiezo a recoger los balones y colocarlos en la red de malla, no puedo evitar echarle un vistazo. Susie acomoda los conos en fila, ordenada sin desviarse un centímetro.
— ¿Siempre tienes que hacerlo todo tan perfecto? —pregunto arrastrando un balón con el pie.
—No es perfecto, es ordenado —responde sin mirarme—. El orden hace que las cosas sean más fáciles después.
—O más aburridas. —Lanzo el balón dentro de la red-
Ella niega con la cabeza aunque alcanzo a ver cómo sus labios se curvan otra vez. Me concentro en seguir metiendo los balones, pero la realidad es que estoy observando más de lo que hago. Susie no parece darse cuenta de que se está mordiendo el labio cada vez que se agacha a recoger algo, tampoco se da cuenta que mientras se recoge el cabello en una coleta, yo sigo observando su rostro y en como esas gafas no le quedan mal, casi parecería que las usa como accesorio y no por necesidad.
No sé por qué me fijo en eso. O sí sé, pero prefiero no pensarlo demasiado. No voy a dejar que nadie nunca se entere de uno de mis secretos más grandes, en especial ella. Tampoco es un secreto mortal, solo uno humillante.
Ella me gustaba.
Sí, lo sé. Tengo una novia como Sydney quien es hermosa en todos los sentidos y Susie no es más que una chica común pero hace años, cuando éramos amigos y todo estaba bien entre nosotros, ella no era nada ordinario.
Susie era la luz en mis días tristes y eso que tuve muchos de esos. Por supuesto que alguien que te hace sentir así, termina gustándote. Es por eso que en mi interior todas las alarmas de peligro se encendieron. Susie ya se estaba colando en mi corazón por su amistad y en ese momento, estaba entrando a ese lugar donde nadie había llegado. Antes de ella no me había gustado nadie más.