Mal Día

16: DARREN

Los viernes de castigo se están convirtiendo en una especie de tradición obligada. No es que yo quiera pasar las tardes en la escuela mientras todos los demás están afuera, pero parece que la vida se divierte asegurándose de que sí lo haga.

Hoy nos mandaron a la biblioteca.

La puerta hace un rechinido cuando la empujo y el olor a papel viejo y desinfectante me golpea de inmediato. Es ese aroma que te recuerda que los libros han estado aquí más tiempo del que tú llevas vivo.

Todo está demasiado ordenado. Las estanterías se alzan como muros, pasillos estrechos, mesas pulidas que reflejan la luz tenue. Solo una lámpara encendida en el escritorio de la bibliotecaria rompe la penumbra suave, lanzando un halo dorado sobre el teclado donde sus manos se mueven sin pausa.

—Creo que deberían ser más creativos con los castigos —Susie susurra.

Esta vez no tenemos que ordenar nada en sí, pero nos enviaron aquí a perder el tiempo básicamente.

—Podría ser peor —respondo dejando caer mi mochila en la silla frente a ella—. Podríamos estar limpiando los baños.

—Eso lo dices porque no conoces a la señora Becker —replica, señalando con el mentón a la bibliotecaria, que ni siquiera levanta la vista de su computadora—. Ella podría atraparte respirando demasiado fuerte y ponerte otra semana extra.

Claro, yo no paso tiempo en este lugar, ella luce como que sí.

Me encojo de hombros. No tengo ganas de hablar demasiado. No después de que Sydney me mandó ese mensaje. Ni siquiera tuvo el valor de hacerlo en persona.

Susie me estudia un momento ladeando la cabeza como si yo fuera un rompecabezas que no encaja. —Estás raro. Más raro de lo normal.

—Gracias —murmuro, sacando un cuaderno que no pienso usar.

—No era un cumplido —responde y cuando sonríe, esa pequeña arruga junto a su ojo izquierdo aparece igual que cuando éramos niños y nos reíamos de cualquier cosa.

Susie sigue observándome y suspiro. —Estoy bien —digo.

—Mentira —canta, inclinándose sobre la mesa, sus codos apoyados en la madera—. Te conozco desde que éramos niños Darren. Y sí aunque me hayas ignorado los últimos años, todavía puedo leer tu cara.

—No es ignorarte —respondo sin mirarla.

—Claro —dice pero su tono es mitad sarcasmo—. ¿Es por Sydney?

Mi mandíbula se tensa. No le he dicho a nadie lo que pasó, pero Susie lo sabe porque estaba justo ahí cuando pasó. Además, sospecho que otras personas también lo han notado, que ya no estamos juntos.

—No… sí… —no lo sé.

Susie hace una mueca. — ¿Te dijo algo después? ¿En persona?

Bufo. —No, ahora solo me ignora y actúa como si nunca fuimos nada —recuesto mi codo para sostener mi cabeza—. Pero no es como si me duele, solo es… es algo difícil de explicar.

No sé porque le estoy diciendo esto a ella.

Susie se recuesta también, de la forma opuesta para verme. —Es obvio que no sé nada de relaciones pero, solo creo que si las cosas son así ahora, quizás estas mejor sin ella.

Elevo las cejas. — ¿No piensas que me lo merezco por ser un tonto?

Sonríe de lado. —Sí, un poco pero no por completo.

Suelto una pequeña risa. —Se nota que no sabes de relaciones.

— ¡Oye! —Se cubre la boca—. Mira, me hiciste hablar fuerte en la biblioteca, me van a castigar.

—Nadie castigaría a Susie Lu —digo.

Ella entorna los ojos. —Nunca dejas de llamarme así.

— ¿Qué tiene de malo? Te llamas Susie Lucia, es mi apodo hacia ti —digo.

Bufa. —Claro, no es como si me dijiste que te recordaba al nombre de una oveja de la televisión.

Si, así empezó ese apodo cuando éramos amigos. Vimos una oveja llamada Lucia pero le decían Lu y entonces comencé a llamarla así. Es infantil y tonto pero no me importa, ya me acostumbré.

—Entonces, ¿No volverán? —pregunta luego de una pausa.

Hemos regresado al tema de Sydney. —No lo creo.

—Pero, ¿Ustedes peleaban mucho? ¿Había pasado algo así?

Hago una mueca. —Habían discusiones pero no, nunca terminé con ella ni ella conmigo. Fue repentino y abrupto, solo quiero saber por qué. No lo entiendo. Le he enviado mensajes y he tratado de hablar con ella pero no quiere responder.

Tal vez no hay razón

—A veces —empiezo, sin estar muy seguro de por qué lo digo—, siento que soy… reemplazable. Como si diera igual si estoy o no.

Susie me mira inclinándose hacia delante. —Eso no es verdad.

—Claro que sí. Mira a Sydney. Un día estaba conmigo, y al siguiente… nada. Seguro ya encontró a alguien más interesante. Y no es solo ella. Pasa en todo. Grupos, amigos… incluso mi familia.

Susie me observa seria, sus cejas ligeramente fruncidas. —Yo no te he reemplazado.

Me río sin humor. —Me odias.

—Eso es diferente.

Alzo una ceja. — ¿Diferente cómo?

Ella se encoge de hombros, pero noto un leve sonrojo en sus mejillas. —Porque aunque discutamos no quiero que desaparezcas.

No sé qué contestar. La forma en que lo dice, tan simple, hace que algo en mi pecho se afloje, como si me estuvieran quitando un peso.

—Gracias —murmuro al final.

Ella sonríe apenas, y por un segundo parece que estamos de vuelta en esas tardes de verano cuando teníamos nueve años, construyendo fuertes con mantas en mi sala, discutiendo sobre qué película ver.

—Podrías intentar distraerte —dice de pronto—. No sé leer algo, o ayudarme a encontrar este libro.

— ¿Qué libro?

—Uno de misterio. Tiene una portada azul y… algo de un gato.

—Esa es una descripción terrible —respondo, pero me levanto igual.

Caminamos entre las estanterías, y Susie se detiene cada pocos pasos para leer títulos. El silencio aquí es denso, como si las paredes absorbieran cada palabra. El suelo cruje bajo nuestros pasos y la luz del atardecer entra a través de las ventanas altas, pintando todo con tonos dorados y sombras largas.

Encontramos el libro que busca y volvemos a la mesa. Me siento y saco el teléfono para distraerme y al mismo tiempo, el de ella vibra con un mensaje que muestra el nombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.