El miércoles empieza como cualquier otro miércoles.
No suelo hablar con Darren entre semana. Él es… demasiado. Demasiado impredecible, demasiado irreverente, demasiado ruidoso. Pero últimamente me sorprendo a mí misma pensando en él. No lo quiero admitir en voz alta, ni siquiera en mi cabeza, pero las imágenes llegan.
Su risa irónica en la biblioteca, la forma en que se inclinó hacia mí cuando bajó la voz, sus ojos cargados de algo que yo nunca había visto en él antes.
Cuando Brody me envió un mensaje para preguntarme algo sobre una tarea y como Darren me miraba diferente.
Y entonces recuerdo que fue él quien me apartó años atrás. Él, con sus burlas, con su indiferencia, con su distancia cuando yo todavía creía que éramos inseparables. Esa contradicción me molesta.
Intento pensar en otra cosa.
Por ejemplo, en Brody. Él últimamente me saluda más seguido, eso me ilusiona un poco. Conmigo, últimamente, tiene un trato distinto. O al menos eso creo. No quiero sobre analizarlo.
Tal vez estoy exagerando. Tal vez son solo saludos normales y yo soy la que les da otro significado.
Todo iba normal hasta que en medio de la clase de historia, el profesor Landívar me llama por mi nombre.
—Susie, ¿puedes hacerme un favor? —Dice, levantando un sobre manila entre sus dedos gruesos—. Lleva esto al laboratorio de química. La profesora García lo necesita ahora mismo.
Algunos compañeros voltean a mirarme. Yo asiento, aunque la idea de caminar por todo el edificio me pesa un poco. —Claro, profesor.
El sobre es áspero al tacto, y mientras salgo del aula siento el contraste entre ese cartón seco y el frío metálico de la baranda del segundo nivel, por donde tengo que pasar para cruzar hasta el otro lado de la escuela.
Camino rápido, con la intención de terminar y volver pero es entonces cuando lo noto.
Al mirar hacia la parte de atrás, hacia un rincón poco transitado del segundo nivel, me llama la atención un movimiento. Dos siluetas juntas, demasiado juntas. Me digo que no me importa, que probablemente es solo otra pareja escondida en los pasillos, como tantas. Pero mis ojos se detienen un poco más de lo necesario. El cabello de la chica largo, liso, rubio.
Me paralizo.
Sydney.
Mi cerebro tarda unos segundos en procesar lo que está viendo. Y cuando lo hace, siento que el aire se me queda atorado en la garganta. Por pura curiosidad regreso la vista hacia ellos, esperando que no sea lo que pienso.
Pero sí es Sydney y está besando a alguien.
A Brody.
Mi Brody.
O el Brody que yo me había imaginado que tal vez, en un mundo distinto, podría fijarse en mí.
El impacto me atraviesa como un golpe en el estómago. El corazón me late tan fuerte que siento que retumba en mis oídos. De repente el sobre en mis manos pesa el doble. Me obligo a mover los pies, a no quedarme ahí congelada como una tonta.
Camino, o más bien corro, hacia el laboratorio de química, casi tropiezo dos veces porque no puedo concentrarme. No quiero llorar aquí, no quiero que nadie me vea con los ojos brillosos.
Cuando por fin llego al aula de la profesora García, le extiendo el sobre. —El profesor Landívar me pidió que se lo trajera.
—Gracias, Susie —dice ella.
Eso es todo lo que necesito. Giro sobre mis talones y salgo casi corriendo.
El pasillo parece interminable. El aire está más pesado, o tal vez soy yo que no puedo respirar bien. Pienso en volver al lugar donde los vi, pero ¿para qué? Ellos ya no están, seguro se fueron. Y además, ¿qué estoy esperando ver? ¿Otra confirmación? ¿Otro golpe en el pecho?
Me detengo un segundo en la parte de abajo, cerca de las columnas del pasillo central. Me apoyo contra la pared porque siento que si no lo hago me voy a caer.
Y ahí, justo cuando intento recuperar el aliento, alguien tira de mi brazo.
— ¡Que! —exclamo, el susto me sube a la garganta.
Me jalan hacia una esquina entre una columna y una puerta de mantenimiento. —Susie.
Es Elijah.
Se me relaja un poco el cuerpo por el reconocimiento. — ¿Qué…? —empiezo, todavía tratando de recuperar el aliento.
—Tú también lo viste, ¿verdad? —pregunta sin rodeos, sus pupilas fijas en las mías como si buscara confirmación en mi cara.
No respondo enseguida. Elijah afloja un poco su agarre, como si notara que me asustó.
—Perdón —dice, subiendo las manos en señal de paz—. No quería espantarte. Solo necesitaba hablar contigo antes de que —suspira—, antes de que hagas algo que no podamos deshacer.
—Yo… —mi voz sale ronca—. No iba a, no sé qué iba a hacer.
Elijah ladea la cabeza. —Los viste —afirma—. A Sydney y a Brody.
Trago saliva. —Sí —digo.
Elijah cierra los ojos un momento. Se apoya con el hombro en la pared, exhala por la nariz. —Bien —murmura—. Entiendo.
—No sé qué decir —confieso—. No sé qué se supone que haga con esto.
—Nada —responde Elijah, sin dudar. Su tono es firme—. Por ahora, nada.
Lo miro, confundida, con la frustración apretándome la boca del estómago. — ¿Nada?
—Nada —repite y sus ojos se vuelven más serios—. Por favor, Susie. No le digas a nadie. No se lo digas a Darren. No todavía.
Parpadeo. — ¿Quieres que le oculte esto?
Sydney y él no llevan ni dos semanas de terminar, bueno, que ella lo haya terminado.
—Quiero que no lo lastimemos más de lo que ya está. —Se pasa una mano por el pelo—. Mira, yo no soy su guardián ni nada, pero soy su amigo. Y lo conozco. Si se entera así, de golpe, y por alguien más…
—No entiendo —susurro—. O sí entiendo, pero —busco aire—. ¿Desde cuándo?
Elijah se encoge de hombros con un gesto cansado.
—No lo sé. Tenía sospechas. No porque Sydney me deba nada a mí —aclara rápido—, sino porque conozco cómo se apagan las cosas en una persona. La vi en los pasillos, después de cortar con Darren. La vi distraída. Y a Brody lo vi viéndola. Demasiada coincidencia.