Mal Día

19: SUSIE

SUSIE

Es viernes otra vez y eso significa lo mismo de siempre: castigo.

Camino por el pasillo con pasos lentos, arrastrando mi mochila como si llevara piedras dentro. Él va unos pasos delante de mí,

Cuando llegamos a la oficina de los profesores, la señora Valdés nos mira de arriba abajo y suspira, como si fuéramos el desastre que debe resolver en la semana.

“Hoy no se quedarán aquí sentados sin hacer nada”, dice, cruzando los brazos. “Van a ayudar en el área de teatro. La sala donde guardamos los disfraces y el escenario necesita orden. Sillas, mesas, trajes, todo eso. Es un caos y ya que ustedes parecen tener tanta energía para andar en problemas, la van a gastar ahí.”

Darren se encoge de hombros sonriendo de lado. Yo solo asiento porque sé que protestar no sirve de nada. Minutos después, estamos caminando hacia la sala de teatro. Abro la puerta y un olor a polvo mezclado con pintura me golpea de inmediato.

El lugar es enorme, más grande de lo que recordaba. Los trajes cuelgan en filas interminables, las sillas están apiladas y en una esquina del escenario se ve una capa de polvo tan gruesa que podría escribir mi nombre con el dedo.

¿Nadie limpia aquí?

—Bueno, princesa, a trabajar —dice Darren.

—No me llames princesa —respondo, frunciendo el ceño.

—Está bien, alteza fea. —Sonríe de lado, toma una escoba y me la lanza para que la tome. Lo hago, con torpeza pero lo hago.

Le lanzo la escoba de regreso, pero la atrapa fácilmente.

Empieza a caminar entre los disfraces, revisando uno por uno como si fueran tesoros escondidos. Yo respiro hondo, trato de ignorarlo y empiezo a barrer la esquina del escenario con otra escoba.

De pronto escucho su risa.

—Mira lo que encontré. —Levanto la vista y lo veo con una corona de plástico dorado en la cabeza.

—Pareces un tonto —digo, aunque no puedo evitar reír un poco.

Darren se observa en un espejo que cuelga de la pared, ajustándose la corona. Luego me mira con una expresión diferente. — ¿Te acuerdas? —empieza—. Cuando jugábamos a la princesa mariposa.

Me congelo.

Ese nombre lo había enterrado en algún lugar de mi infancia, junto con otras cosas que me daba vergüenza recordar. El “juego” era suyo, inventado una tarde cualquiera en el jardín, cuando éramos niños y no enemigos.

—La princesa fea… —murmuro, bajando la mirada.

Él asiente. —Sí. Y luego llegaba el príncipe, bailaban… y de pronto la princesa se hacía linda.

El silencio que se forma entre nosotros es raro. Me siento como si volviera a tener ocho años, con un vestido de disfraces demasiado grande y él sosteniendo una espada de plástico.

—No puedo creer que aún te acuerdes de eso —digo, intentando sonar indiferente, pero mi voz me traiciona.

—No puedo creer que tú también lo recuerdes —responde, con una sonrisa que por un segundo no es arrogante ni sarcástica. Solo es dulce.

Suelta una carcajada nerviosa y se pasa la mano por el cabello. —Bueno, esto es ridículo, pero, um, ¿Todavía recuerdas el baile?

— ¿Qué? No. Claro que no —respondo demasiado rápido.

Lo recuerdo, era la parte divertida de jugar a eso.

Darren saca su teléfono del bolsillo y empieza a buscar algo. —Tengo la música perfecta —dice.

Y entonces empieza a sonar una melodía clásica, suave, como de película de princesa. El eco se expande por la sala vacía y el aire empujando las cortinas parece moverse al ritmo de la música.

Me cruzo de brazos. —Eres un tonto.

—Vamos, princesa fea —dice extendiendo una mano hacia mí, inclinándose en una especie de reverencia exagerada. —Permítame este baile.

Lo miro fijamente, esperando encontrar la burla en sus ojos, pero no está. Solo me mira como si realmente lo dijera en serio. Y eso me pone nerviosa. Muy nerviosa.

—No voy a bailar contigo —respondo, pero mi voz no tiene tanta fuerza.

—Entonces el príncipe tendrá que bailar solo —dice y comienza a moverse torpemente, como si de verdad estuviera siguiendo los pasos de un baile.

Eso provoca risa involuntaria.

—Eres un ridículo —repito, pero esta vez avanzo hacia él. —Está bien, solo un minuto. Y luego seguimos trabajando.

Coloco mi mano sobre la suya y siento un cosquilleo extraño. Él pone su otra mano en mi cintura y por un segundo olvido que se supone que lo detesto. Damos un par de pasos, torpes al principio y de pronto todo se siente familiar. Como si el tiempo hubiera dado una vuelta entera y estuviéramos otra vez en ese jardín, bailando para transformar a la princesa fea en alguien linda.

Se suponía que el juego era ese. Había una princesa fea y mientras bailaba con el príncipe, ella se convertía en una hermosa mariposa. No recuerdo como empezó y si nos robamos la idea de alguna película o lo imaginamos todo pero así era, cuando él y yo jugábamos y nos olvidábamos de todos.

La música sigue envolviéndonos. Mis movimientos son inseguros pero él me guía con más suavidad de lo que pensé posible. Sonrío aunque trato de esconderlo.

— ¿Sabes? Nunca pensé que volvería a hacer esto contigo —digo en voz baja.

—Yo tampoco —responde.

Lo dice de una forma que me hace sentir un nudo en el estómago.

El momento se alarga demasiado. No sé en qué instante dejó de ser un juego tonto y pasó a sentirse como algo más. Me pongo nerviosa y para distraerme, suelto la primera pregunta que se me ocurre.

— ¿Todavía te duele que Sydney terminara contigo por mensaje?

Él se queda quieto, mirándome con sorpresa. Luego se encoge de hombros. —No. Bueno, sí, un poco. Pero ya no importa. Supongo que nunca fue tan real como yo pensaba.

No sé por qué me duele escucharlo decir eso, como si alguien más hubiera tenido la oportunidad de ver un lado de él que yo ya no conozco. Aprieto la mandíbula y bajo la mirada.

Él me mira de nuevo y sonríe apenas, inclinándose hacia mí lo suficiente para que se escuche cuando susurra: —La princesa mariposa siempre fue linda, al menos para el príncipe.




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