DARREN
El pasillo está extrañamente silencioso.
El eco de mis pasos se mezcla con el crujido leve del piso y siento que algo anda mal. No mal en el sentido de peligro, sino mal porque… ¿qué hago yo aquí todavía?
Todos los demás ya se fueron al festival y yo estoy esperando por otro castigo. Creo que ya ha sido suficiente de eso, no sé qué se supone que aprenda pero no he aprendido nada.
Respiro profundo y me apoyo contra la pared, mirando los carteles pegados en el tablón de anuncios. El director anunció hace un par de días que se retiraba pronto. Eso significa que ya casi ni pone atención a los castigos, ni a mí, ni a Susie, ni a nadie.
Pero nosotros no lo sabíamos.
Veo a Susie caminar del lado contrario para llegar hasta donde estoy, frente a la puerta de la sala de maestros que está cerrada. Incluso ellos ya se fueron y nosotros seguimos aquí.
— ¿De verdad no vinieron? —pregunta.
Susie está viendo hacia la puerta y yo me tomo un momento para verla sin que lo note. Su cabello siempre parece ondulado naturalmente en las puntas, sus gafas se le resbalan cada tanto y sus mejillas son como antes, redondas y rosadas.
Siempre me mira como si yo fuera una molestia que aparece en su día sin ser invitada. Lo curioso es que me acostumbré a esa mirada, al punto que me gusta.
—Creo que no —digo—. Quizás ya no tenemos que hacer esto, de todas formas solo quedan como dos semanas.
— ¿Tú crees? ¿Y si vienen después? Tal vez están ahí haciendo algo importante.
—No lo creo —respondo, encogiéndome de hombros—. Debe ser que los profesores están demasiado ocupados con el festival.
Ella alza una ceja, mira el pasillo vacío, y luego me mira a mí. —Entonces, ¿qué hacemos aquí?
—Pues… —digo, fingiendo pensar profundamente—. Nos tocó el turno de cuidar la escuela. Como guardianes. Si aparece un fantasma, eres la primera línea de defensa.
Susie suelta una risa cortita, como si no quisiera dármela toda. Pero la suelta. —Qué idiota.
—No subestimes a los fantasmas —replico, cruzándome de brazos—. Seguro esta escuela está llena. Mira esos casilleros viejos, parecen sacados de una película de terror.
Ella rueda los ojos, pero su boca se curva. — ¿Vas a quedarte aquí todo el tiempo o vas a moverte?
—No sé. No tengo prisa.
No digo la verdad: que no quiero irme porque, por alguna razón que todavía no admito ni en mi cabeza, me gusta este silencio raro cuando solo estamos ella y yo.
Me gusta que no haya ruido de fondo, que no estén Alma ni Trina, que Brody no esté cerca intentando tener su atención.
Solo nosotros dos.
—Quizás podríamos solo, explorar este lugar —digo.
Levanta una ceja. — ¿Explorar?
Me encojo de hombros. —No tengo nada que hacer y nadie no dirá donde no entrar o a donde no ir.
Hace una mueca. —Bueno, está bien… supongo.
Susie suspira y empieza a caminar. Yo la sigo, porque claro, ¿qué más voy a hacer?
Pasamos por la cancha de fútbol primero. Las porterías están vacías, la red un poco rota en las esquinas. Me acerco, tomo un balón que alguien dejó olvidado y lo pateo suavemente. Rebota contra la pared y regresa rodando hacia Susie.
—Tu turno —le digo, levantando la barbilla.
Ella me mira como si dudara. —No juego fútbol.
— ¿Y qué? Solo patea —digo, dejando mis cosas a un lado.
Mira hacia el balón y lo patea suave, se mueve tan solo un poco— ¿Y si rompo algo?
Suelto una pequeña risa. —No creo que puedas romper algo aquí.
Suspira. —Entonces ¿Qué? ¿Solo pateo a la portería?
Sonrío moviéndome al centro. —Sí, yo seré el portero.
Entorna los ojos. —No te burles si tiro mal.
Sigo sonriendo. —No lo haré, al menos por ahora.
Susie frunce los labios, toma aire y le pega con el zapato. La pelota sale disparada más fuerte de lo que esperaba, se desvía y choca contra la pared detrás de la red con un estruendo que resuena en toda la cancha.
Ambos nos sobresaltamos, y después… nos reímos.
Nos reímos de verdad, con esa risa que se escapa aunque intentes contenerla.
—Eso fue un casi gol perfecto —digo, fingiendo ser comentarista deportivo—. ¡Señoras y señores, Susie Lu ha anotado el gol de la temporada!
Ella se cubre la cara con las manos, tratando de ahogar la risa, pero no puede. Sus mejillas se ponen rojas y yo siento un calor raro en el pecho, como si ver a Susie sonreír así fuera un premio que no me esperaba.
El balón se queda rodando cerca de la línea. Lo recojo y lo lanzo hacia un lado, dejándolo de nuevo olvidado.
— ¿Ves? Eres buena.
Acomoda su cabello. —No lo soy, ni siquiera anoté o metí gol o como se diga.
Me encojo de hombros —Pues eso también cuenta.
Ella me lanza una mirada como si no supiera si agradecer o discutir. Eso es lo que me gusta, siempre está en ese límite entre empujarme lejos o dejarme acercar un poco.
Salimos de la cancha y caminamos por otro pasillo.
Pasamos frente al salón de música, la puerta está entreabierta. Empujo suavemente para pasar. Ya estuvimos aquí en un viernes pero ahora se siente muy distinto a esa vez.
Adentro, los instrumentos están alineados, guitarras colgadas en la pared, un piano en una esquina y un par de tambores.
— ¿Quieres tocar algo? —le pregunto.
Inclina el rostro. —Yo no sé nada, tú eres el que sabe.
Miro hacia el piano. —Te puedo enseñar algo sencillo, ven aquí.
Muerde su labio pero me hace caso. Se sienta a mi lado frente al piano, y sin pensarlo mucho, estiro la mano para tomar la suya y colocar sus dedos en las teclas.
Tomo la otra y la ubico también. Siento sus ojos sobre mí y eso causa algo en mi interior, algo que he estado negando estos días. Mi corazón se salta un latido cuando nuestros brazos se rozan y me doy cuenta de lo cerca que estamos el uno del otro.
—Ahora presiona esta —toco su dedo índice—. Esta melodía es fácil, solo empieza aquí.