Mal Día

23: DARREN

DARREN

—Lo hiciste bien —digo, tratando de recuperar la cordura.

Ella hace una mueca. —Solo fueron unas notas.

Me muevo para apartarme un poco de ella. —Pues aprendiste rápido.

Susie suelta otra risa corta.

Y ahí está otra vez esa sensación, como si cada risa suya me quitara una capa de armadura.

Aclaro la garganta. —Oye, lo de Brody…

Ella detiene los dedos sobre el teclado. Sus hombros se tensan. — ¿Qué pasa con eso?

Desvío la mirada de ella. —La invitación. Al festival. Lo rechazaste. ¿Por qué?

—No tenía ganas —responde.

Entorno los ojos. Eso no suena a ella, quien ha estado persiguiendo a Brody por años. — ¿No tenías ganas? —Repito, arqueando una ceja—. Eso no suena como la Susie que conozco.

— ¿Y tú qué sabes de mí?

Me encojo de hombros. —Sé que no sueles callarte cuando tienes algo que decir —contesto al fin—. Así que si rechazaste a Brody, fue por algo más.

Ella aparta la mirada, presiona otra tecla, una nota grave que resuena en el salón vacío. —No es asunto tuyo —suelta.

—Puede ser —respondo—. Pero igual quiero saberlo.

Se queda en silencio, los dedos rozando las teclas como si buscaran una respuesta ahí. Al final se levanta bruscamente y camina hacia la puerta. —Vamos a otro salón.

Respiro profundo y la sigo, tomando mis cosas.

Vamos por los pasillos silenciosos de la escuela, con el eco de nuestros pasos. Susie ojea por las ventanas de los salones, sin verme. Yo sigo observándola y confundido por todo lo que está pasando en mi interior.

Continuamos caminando y me doy cuenta que Susie se está moviendo en dirección al teatro. Arrugo mi nariz cuando recuerdo ese momento con ella y cuando le dije que básicamente pensaba que era linda.

Pensé que me iba a odiar por eso pero si sigue aquí, no lo hace, ¿no?

El teatro está oscuro cuando entramos, apenas iluminado por la luz que se cuela entre las cortinas pesadas. El olor a polvo y telones viejos llena el aire. Subimos al escenario y Susie se sienta en el borde, balanceando las piernas.

—Siempre quise actuar en una obra —admite—. Pero nunca tuve el valor.

Me siento a su lado, aun con una distancia entre nosotros. — ¿Por qué no?

—Porque… ¿y si todos se ríen de mí? —susurra.

Me encojo de hombros. —Pues se reirían contigo, no de ti.

Ella me mira, incrédula. —Eso no tiene sentido.

—Claro que sí. Si lo haces bien, se ríen contigo. Y si lo haces mal, también. No importa si se ríen, algún día ya no veras a estas personas —digo.

Susie suelta otra carcajada y yo me siento extrañamente orgulloso.

—Anda, actúa algo —le pido, señalando hacia atrás.

Bufa. — ¿Qué? ¿Aquí? ¿Ahora? Ni loca.

Aclaro la garganta. —Yo empiezo y luego sigues.

Antes de pensarlo mucho, me levanto y camino al centro del escenario, levanto una mano dramáticamente y suelto: — ¡Oh, cruel destino, por qué me condenas a pasar mis viernes castigado con esta chica que no deja de insultarme!

Susie se ríe tan fuerte que su eco retumba por todo el teatro. —Eso no es Shakespeare.

—Pues es Darren, edición especial.

Ella se levanta, camina hacia mí y levanta también una mano, imitándome. — ¡Y yo, pobre víctima, debo soportar a este tipo que cree que es gracioso!

Nos miramos unos segundos y la risa se convierte en silencio. El aire se espesa, y de repente, todo parece demasiado cerca: sus ojos, su respiración, la forma en que la luz dibuja sombras en su cara.

Mi corazón late fuerte. Quiero decir algo, pero no sé qué. Así que hago lo de siempre, soltar una broma. —Admito que lo haces bien. Te mereces el papel protagónico.

Ella baja la mano, sonríe y se sienta de nuevo en el borde del escenario. Yo me siento a su lado pero esta vez, más cerca. —Entonces… ¿de verdad no quieres ir al festival? —pregunto, más suave ahora.

—Ya te dije que no.

— ¿Ni aunque yo fuera?

Sus ojos se abren un poco, sorprendidos.

— ¿Tú? No eres de esos.

—Exacto. Por eso sería más divertido.

Ella sacude la cabeza, pero sonríe.

Y yo me quedo mirándola, preguntándome por qué rayos no me fui cuando pude, por qué estoy aquí todavía, sentado en un escenario polvoriento con ella.

Y la respuesta, aunque no la diga en voz alta, la siento clara: porque quiero estar aquí.

Porque con ella, hasta un castigo en una escuela vacía puede convertirse en algo que no quiero que termine.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.