Mala gente

Mala gente

En realidad tanto sus nombres como la condición de cada uno de ellos carecen de importancia. Viejos escritos rescatados por este que les escribe, tras un tumultuoso sueño, aseveran que son donantes de dolor intrínseco y petulantes infectos, hórridos hechos de mala carne y sangre. ¡Por supuesto!

Así son las gentes y las personas, fragmentos sin pulir, a mala fe, injertados en el ADN. Sanctasanctórum donde peregrinar por pura conveniencia; digamos que para lavar conciencias… ¡Ay! Si tuviésemos de eso y sí, me incluyo.

Dignos herederos de aquellos primeros hombres que supieron tornear el arte de la mentira y del cinismo. ¡Qué gran escuela! Cicatrices sobre yagas y fístulas quebrando el disfrute del neo amanecer. Este no se asoma por miedo a alumbrar aquello que mejor debería permanecer en penumbras. Las cosas malas siempre le pasan a la buena gente ¿por qué será?...

¿Quién mueve el árbol? ¿Qué les aguarda a resguardo en el zaguán? El trecho de un largo camino entorpecido por medusas y contubernios; una elocuente concatenación de puntos finales sin comas de por medio.

Donante de dolor falaz, así son conocidos y así serán recordados. No quiero circunscribirme pero quizás hagamos buenas migas. Los petulantes, aclaman unos; los hipócritas, apostilla el resto, sin dejar de señalar sus marcas de Caín. Este hecho vuelve a llevarnos a la verdadera hipocresía…

Parias apestosos y apestados. No se debe acallar tal cosa ni tampoco enmascararlo al ser tomada como impropia. Están orgullosos de lo que son y de nuevo no quiero incluirme….

Sin voz ni veto empero parlamentan y censuran. Los últimos irreverentes, póstumos bohemios, crápulas bajo el neón y ermitaños atrapados en el bullicio del provecho…

Gallardos y bellacos ataviados con harapos de pobre para no desentonar en espacios sociales. Pastores sin mastines, corrompedores de ovejas que aguantan sin probar ni una brizna de hierba.

Abadía de impostores y homicidas de la palabra. Cuerpos atrapados bajo un arrumaco y dos palmaditas. Dulce jalea y ácida pócima de los que acusan con propiedad (o sin ella).

Llamémoslos impíos o bien usemos cualquier calificativo que les haga sentirse culminados. Calumniadlos mediante el uso de la verdad, esa que va a la deriva por sobrevalorada.

Asestémosle ¡sí, me incluyo! Razones a golpes de realidad porque de entre todos los desalmados ninguno tan meritorio como los que emergen de estos viejos escritos…

Albaceas cerrados entre muros altos, testaferros de quimeras con ganas de formular siempre la misma pregunta. ¡Qué pereza! Jueces sin oficio ni vocación. Patanes torpes a destiempo caminando erguidos, lamiéndose las heridas antes de echarles sal. Impertérritos en esas minucias que atañen al corazón; cínicos, idólatras, cobardes huidizos con forma de sombras. Sin duda, es lo que fueron y es lo que son cuando que realmente nunca han sido nada…

Ellos y algunos de ustedes (o muchos de ustedes, valga la redundancia), son cajas abiertas donde la tormenta azota, suplicando inocuos perdones por dones que jamás llegarán.

¡Oh sí! A llorar cuanto se pueda pues tras la tormenta de lágrimas hincarán rodilla las grandes y pequeñas falacias que tanto daño han hecho desde que el hombre es hombre.

¿Por qué no cerrar la maldita caja? ¿Cuál es la disyuntiva? ¿Frotarla repetidamente? ¿Pasarle cien veces un paño sucio desde el primer uso? No hay bailarina en el interior, ni la hubo nunca…

Mirones y críticos pegados a cada esquina y a cada ventana, adheridos sin cola, observando las gotas de lluvia que caen desde el cielo. Nadie camina bajo ella ni mucho menos sobre ella.

Descartemos cualquier mísera esperanza cuando los comodines que llevan susurran al viento, poniendo el dedo sobre los labios. ¡Silencio, es hora de que arranque esta función!

La euforia ha quedado colgada de una gruesa soga de odio. Todos los que son así al tiempo caen aborrecidos empero antes serán tomados en consideración pues la valía no entiende de reservas. Como sentenció Maquiavelo «el fin justifica los medios»…

Pandilla de gañanes a tiempo completo, infravalorando la costilla del primer hombre perdido en el paraíso. ¿Tan difícil resulta acallar a los que han perdido la voz? Tenedlo por cierto pues únicamente los deslenguados hablan auspiciados por perennes peroratas, sin perder de vista sus ombligos.

La caja abierta y sin visos de cerrarse. Preparada para dar cobijo al ermitaño iluminado o para acoger al poeta de pluma apesadumbrada.

Por todo ello o tal vez por nada debo alzar mi voz. Y lo hago como si fuese la de terceros, inaugurando vías de comunicación que serán recorridas por la misma chusma…

¡Los señalados! Cuanto más alcen su juicio más culpa tendrán. La idea de cordura abraza con un brazo; el propio sentir de la locura cuelga del péndulo oscilante del reloj que ha dejado de marcar la hora. Ojos pequeños de murciélago, arbusto asentado sobre las galerías del topo, orégano sin aroma y proposiciones de enmienda baldías.

Caducidad en el noble arte llamado escarnio. Por veces acude a los que son como son, usted y yo incluidos ¿cierto? Unión a cero, algo tan indestructible como la estupidez humana.

Cargados de bulos y falacias entre ellos se reconocen. Lanzados en todas direcciones para arrasar con los pocos juiciosos que aún quedan (sí, creo que puedo contenerme). ¡Los señalados! En cualquier caso inútiles redomados que se tienen por útiles imprescindibles. Reciben tantos nombres que uno más no les hiere, máxime al haber dejado por el camino sus almas y sus conciencias.

¡Venid de frente aquellos que os tenéis por buena gente! Nada habéis de temer pues la realidad os protegerá de cualquier reclamo. Y lo saben, aclamándolo en voz de mando porque así son los que de verdad sienten solamente lo suyo.

Anacoreta sin trompeta ni muros que derribar, desbordado por una más que tumultuosa comitiva.

Más allá lujos y todavía más allá una crucifixión. No se sabe quién o quiénes, pero juran, clavados en la madera, que no albergan más pecados que el resto de pecadores.




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