"Mi vida era normal… hasta que mi padre se convirtió en uno de los hombre más ricos del mundo."
Hola, mi nombre es... yudianny. Me dicen yudi,Tengo 17 años y soy de República Dominicana.
Claro, aquí empieza mi historia, pero antes de contarles cómo empezó todo, ¿por qué no hablamos un poco de mi vida mientras empaco para mudarme a otro país? Toda mi vida la he pasado aquí, en República Dominicana. Mi madre murió cuando tenía 2 años, no recuerdo nada de ella, solo tengo fotos y algunos videos. Desde entonces, mi padre se ha dedicado a cuidarme. Aunque mi padre dice que soy algo rebelde, tal vez lo dice porque, no sé, tal vez por aquella vez que me tatué la espalda baja, sin decirle. O la vez que decidí pintarme el pelo de blanco grisáceo, o tal vez porque me arrestaron 3 veces por exceso de velocidad. La verdad no iba tan rápido, como dicen. Bueno, tal vez sí, un poco, solo un poco.
Pero bueno, ya basta de mí. La cuestión es que todo cambió cuando a mi papá le ofrecieron un mejor trabajo en otro país. Ya saben, la típica oferta que nadie puede rechazar. Así que, sin más, nos mudamos, y ahí estaba yo, en medio de la nada, con mi vida empacada y mi cabeza llena de dudas. Mudarnos no fue lo que me molestó; lo que realmente me jodió fue el hecho de que mi padre no entendía ni una palabra de lo que sentía. Para él, todo era un “mejor futuro” y “un nuevo comienzo”. Pero para mí, ese futuro no era el mío, y ese nuevo comienzo me lo estaba imponiendo como si tuviera algo que ver conmigo.
Por supuesto, él no lo entendía. Para él, yo era solo una niña rebelde que no sabía apreciar lo que tenía. Pero no era eso, ¿saben? Solo quería que me viera como algo más que una hija que tiene que ser “protegida” de todo, porque créanme, no soy esa chica.
Así que aquí estaba, con la maleta llena de recuerdos de mi vida anterior. Recordaba mis clases de inglés, mis entrenamientos de kung-fu y esos días en los que todo parecía más sencillo. Y de repente, me encontré en un país nuevo, con un montón de gente que no conocía y una vida que no pedí.
Pero lo peor, lo que realmente me hizo sentir como si me estuvieran quitando todo, fue el tipo que papá asignó para que me cuidara. Como si no pudiera cuidar de mí sola. Su nombre: Dante. Él no tenía ni idea de lo que era vivir en mi mundo, y la idea de tener a alguien pegado a mí todo el tiempo… no sé, simplemente no me iba. Si me preguntan, no lo soportaba.
Al principio, me parecía solo un tipo frío y calculador, con esos ojos verdes avellana que parecían ver a través de mí. Lo odiaba, pero a la vez no podía negar que había algo de él que me hacía sentir... no sé... incómoda. Como si algo estuviera a punto de pasar, algo que no podía controlar. Y no me gustaba no tener el control.
Pero, bueno, esto no es todo. La historia de mi vida acaba de comenzar, y créanme, esto solo es el principio.
Aquí es donde empieza todo.
Cuando nos fuimos al aeropuerto, no me atreví a voltear a ver a mi papá. Estaba tan molesta por tener que dejar todo atrás que ni siquiera me molesté en fingir que me importaba.
Subimos al avión y, por supuesto, él tenía que agarrarme las manos como si fuera una niña de cinco años. Y ahí, con esa cara de “yo tengo la respuesta a todo”, suelta: “Esto es lo mejor para los dos, Yudi. Allá vas a poder hacer amigos, tal vez hasta conozcas algún chico que te cuide como yo lo hago.”
¿En serio? ¿Me está diciendo que voy a necesitar a algún idiota que me cuide? ¡Por favor! No soy una niña, papá, no necesito que nadie me cuide. Ni siquiera tú. Pero claro, eso no lo dije en voz alta. Solo me quedé callada, tragándome el veneno mientras él se acomodaba en su asiento, como si todo eso fuera normal.
Después de todo, pasaron dos horas... o tres, no sé, con esta actitud, pero me había quedado dormida en el avión. Y, para ser honesta, eso de salir tan temprano no era lo mío. No me importaba cuántas veces mi papá me dijera que “era por el bien de los dos” o que “este cambio sería lo mejor para mí”, porque yo no estaba comprando nada de eso. Estaba cansada, con el cerebro frito, y solo quería que todo esto terminara.
Cuando llegamos a nuestro destino, mi papá me despertó con la brillante idea de decirme que “ya era hora de bajar”. Como si fuera tan fácil. Abrí los ojos, medio atontada, y ahí estaba él, con esa sonrisa de “todo va a estar bien”. Pero no dije nada. Nos levantamos, agarramos nuestras maletas, y fuimos a la zona de recogida.
Y fue ahí cuando lo vi. Un hombre, vestido con un traje negro, saliendo de un carro elegante. Miré el carro, luego a él, y me quedé helada. ¿Chofer? Pensé, ¿esto es una broma?
“Soy su chofer”, dijo, con la misma voz plana y calculada que usan los que creen que lo saben todo. Lo miré con cara de incredulidad. ¿Este viejo está de jubilación o qué? En serio, parecía que no hacía falta un chofer para nosotros. Ni en mis peores sueños pensé que acabaríamos en una de esas historias de “familia rica con chofer y todo”.
Mi papá, claro, no podía estar más feliz. Sus ojos brillaban de emoción. Y ahí estaba yo, solo pensando si en algún momento este circo iba a detenerse.
Vámonos, Martín, así fue como mi padre llamó al fósil, digo, al chofer. El tipo ya estaba bien mayor, no tenía la culpa de que yo no quisiera estar ahí, pero en serio, todo me molestaba. Y lo peor es que no me importaba que él fuera solo un “chofer” que estaba haciendo su trabajo. Es solo que... ¿por qué yo tenía que estar aquí? ¿Por qué tenía que dejar mi vida atrás por el capricho de mi padre? No es que me importara demasiado, pero la idea de estar en un lugar donde no conocía a nadie, con un montón de personas que ni siquiera entendían lo que sentía, me estaba volviendo loca.
El fósil... perdón, Martín, tenía la misma cara de siempre, esa de estar acostumbrado a hacer de todo, pero ¿quién le daba esa confianza para tratarme como si estuviera en mi lugar? Mi lugar estaba en Dominicana, no en un maldito carro de lujo con un tipo al volante que ni siquiera parecía querer estar allí.