Mala Suerte, Buenas Mentiras.

Capítulo 1

 

Sydney está muerta.

Zoe y yo lo sabemos. Quizá ella es más consciente de eso que yo, porque su reacción fue rápida, tan veloz como si fuera su vida la que se estaba yendo y no la de la calurosa y entusiasta Sydney, Zoe le sostuvo la mano en todo momento, la cabeza de Syd reposó en su regazo mientras ella le hacia mimos, tal como cuando eran niñas.

Yo no fui tan rápida, de hecho, la escena me dejo tan desorientada que solo las observe. Vi como Sydney dibujaba esa sonrisa llena de historias e incluso en el peor momento ese brillo de esperanza barrio su iris, aunque fuera consciente de su propia muerte.

—Leah —Me había llamado, como si supiera que estaba congelada, viendo como una parte de mi moría con ella. Me levanté sin sentir ninguna de mis extremidades y me acurruqué a su lado, mirándola— Dímelo. Dímelo ahora.

Syd siempre había tenido el don de ser asertiva, saber que decir y cuando decirlo, hacer sentir bien a los demás. Ella me dio una oportunidad, yo la tomé antes de que me fuera imposible. Me aclare la garganta, pero las palabras no salieron. Tenia un nudo tan grande que me impedía hablar.

Debí de haber sido más fuerte, de haber impedido que las cuerdas vocales se me enredaran, debí de haberle dicho cuanto quería a mi mejor amiga, mi confidente, mi casi hermana. Tuve la oportunidad de decirle todo lo que ahora, ya no puedo y la desperdicie.

Me halle en una desesperación tan grande que Sydney tomo mi mano, su tacto se sentía frívolo, como si estuviera, pero a la vez no presente. Ahora que analizo la escena una y otra vez en mi cabeza, entiendo que Syd estaba en el limbo entre la muerte y la vida.

—Lo sé, Leah, no hace falta que lo digas —Balbuceo— No quiero que te culpes por esto —Agarro mi mano y no pude evitar dirigir mis ojos a la herida de donde salían borbotones de sangre, entonces lo supe. Ya no había solución. “No quiero que te culpes por esto” Por su muerte, ella misma lo estaba aceptando, incluso antes de que sucediera— Mírame cuando te hablo, boba.

Intente reírme, pero mi risa termino convertida en un llanto.

—Debes protegerla… —Fueron sus últimas palabras, no supimos a quién se lo decía. Si a mí para que cuidara de Zoe o a Zoe para que cuidara de mí. En cualquier caso, no pudo hablar más. Hubiera deseado que su muerte hubiese sido más corta e indolora, en vez de eso, duro tres horas agonizando, tres horas en las que Zoe la arrullo y canto en su oído y yo veía mi vida pasar frente a mis ojos, como si fuera yo la que agonizaba, hasta que su pecho se detuvo y su corazón dejo de latir.

Me quede petrificada, mirando su rostro pálido durante horas. Zoe entro en histeria, grito lloro, golpeo las paredes y en algún momento su dolor era tanto que verme ahí sentada, muda, la enloqueció y me pego una cachetada. Yo seguí mirando a Syd hasta que amaneció, y Zoe grito tanto que se quedó sin voz, tumbada en una esquina de la gélida celda. Pensé que ella también iba a morir, su herida parecía menos grave que la de Syd, pero la sangre era escandalosa.

—¡Leah! —El tridente chillido me despierta, la imagen de Sydney muriendo se aleja de mi mente y recuerdo que sigo manejando, aprieto las manos en el volante— Leah si muero, quiero que sepas algo —Miro de reojo a Zoe, tumbada en los asientos de atrás. ¿Sera este el momento en que la exasperante Zoe me diga algo bonito?

—¿Qué cosa?

—Eres una perra.

Llevo manejando seis horas seguidas. Estoy sucia, hambrienta y destrozada física como mentalmente. Las manos las siento tan entumecidas que me cuesta mantener la dirección del coche. Pero, aunque en momentos divague como acaba de suceder, jamás me detengo. Sé que una vez pare, el carro no volverá a encender. ¿Por qué? Porque no tenemos llaves del coche, ¿Por qué? Porque lo robamos.

—Tú si que eres una autentica perra —Le digo incrédula, estoy haciendo todo este esfuerzo por mantenerla con vida, y aún así me sale con esto. Increíble.

Suelta una carcajada, solo ella puede reír con tanta ironía mientras se desangra.

—No iba en serio —Dice, no suena convincente— Deberías abandonarme en este coche, de cualquier forma, moriré.

—Eso es muy alentador, gracias.

—Lo digo en serio. Tienes dinero suficiente para largarte del país tú sola. Déjame en un pastizal bonito, moriré rodeada de paz y pajaritos.

Ahora, la que suelta una carcajada amarga soy yo.

—¿Pajaritos? Pon un pie allá afuera y vas a ser una antorcha humana, estamos a más de cincuenta grados, si hay pajaritos ten por seguro que ya están cocidos.

—Leah, ya basta —Su voz se torna seria— El dinero que trajiste alcanza para ti, si vamos juntas seré una carga económica, no tengo un solo dólar encima. Sin mencionar que me estoy desangrando.

—Patrañas —Bufo como una anciana— Me importa un pepino tus escases económica, deja de inventar excusas. No te abandonare.

Zoe es irritante, como un mosquito zumbado en tu oído mientras intentas dormir. Antes de salir de casa tome una decisión: Robarles a mis padres. No sé si sea un delito, tampoco si pueda ir a la cárcel por ello.

Recuerdo que teníamos solo veinte minutos para huir del pequeño pueblo en el que nos criamos, estábamos aturdidas, horas antes habíamos presenciado la muerte de Syd, tan destrozadas, tan asustadas. Ninguna se despidió de nadie, tampoco es como si alguien estuviese despierto a las tres de la madrugada. La casa de Zoe estaba en la zona Sur del pueblo, no había tiempo siquiera preparar una maleta con sus cosas, no había tiempo de hacer un paseo recreativo hasta su hogar. Fuimos a mi casa, tomé una mochila, empaque algo de ropa y me dirigí al cuarto más intimo de la propiedad, aquel que siempre se me tuvo prohibido, en el que el retrato de mi madre Katia está pegado a la pared, observando, sus ojos en acrílico me juzgaron mientras introducía mis huellas digitales en la caja fuerte y sacaba cinco gordos fajos de billetes. Salí del lugar, tuve suerte y pude despedirme de él, de mi pequeño perro lleno de motas llamado Sammy, dicen que los animales sienten cosas, y cuando lo abrace fuerte se acurruco en mi regazo lamiendo mi mejilla en un inocente adiós, tan honesto, tan leal. Sam podía esperarme toda la vida sin cuestionar mis motivos, los humanos teníamos tanto que aprender de los animales.




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