Malak

CAPITULO 1

Lilian irrumpió en el corredor con el aliento cortado, sujetándose el pecho mientras corría. Tenía el cabello enredado sobre el rostro y la piel empapada en sudor frío. Sus pies desnudos golpeaban el suelo de madera hinchada por la humedad, dejando pequeñas marcas de agua con cada paso. Las paredes, cubiertas por un papel tapiz desgarrado con motivos florales descoloridos, parecían observarla: las flores impresas tenían formas retorcidas, como bocas abiertas en silencio.

La casa entera crujía bajo el peso de algo invisible que se movía detrás de ella.

Las bombillas del techo parpadeaban con violencia. Una chispa saltó. Luego otra. La luz se apagó un segundo y en ese instante Lilian sintió claramente una mano helada rozar su hombro, aunque al voltear no había nadie.

Fue entonces cuando la escuchó con claridad.

Primero, un sonido mecánico: clic… clic… clic… como una pequeña manivela de metal siendo girada con lentitud. Después, la melodía.

Una cajita musical comenzó a sonar desde algún punto indeterminado de la casa. No venía de adelante ni de atrás. Sonaba desde las paredes, desde el suelo, incluso desde dentro de su cabeza. La melodía era infantil, con notas agudas y cristalinas, pero cada una llegaba rota, como si el mecanismo estuviera oxidado por la sangre.

Tintín… tin… tintín… tin…
Las notas se ralentizaban, se distorsionaban, y al final de cada compás se escuchaba un leve quejido… como el sollozo ahogado de un niño.

Lilian sintió la garganta cerrarse. El aire se volvió espeso, casi viscoso, como si estuviera respirando agua lodosa.

Entonces llegaron las risas. Eran risas roncas, desgarradas, algunas agudas como chillidos, otras graves como si provinieran de un pecho lleno de líquido. Y lo peor… cada risa estaba en un punto distinto del pasillo, como si los niños estuvieran ocultos detrás de las paredes, debajo del suelo… y sobre el techo.

—No… no… —susurró Lilian, retrocediendo.

Una voz infantil resonó justo detrás de su oreja izquierda. No fue un susurro normal; llevó consigo el sonido húmedo de una boca presionada demasiado cerca del oído.

—Lilian… —dijo la voz con una suavidad repulsiva— ya no estamos jugando a las escondidas. Ahora es tu turno de correr… antes de que la canción termine.

Y justo entonces, la caja dejó de sonar.

El silencio fue tan absoluto que pudo escuchar el latido de su propia sangre.

Y bajo ese silencio…
Algo respiró.

No como un ser humano. Sino como si la casa entera inhalara profundamente, lista para devorarla

El grito de Lilian no salió de su garganta. Se quebró en silencio.

Un parpadeo. Un latido detenido. Y todo se desvaneció.

La casa se disolvió en sombras líquidas que se contrajeron sobre sí mismas, como si hubieran sido succionadas por un agujero invisible. La melodía de la cajita musical se estiró en una nota aguda que atravesó el fondo de su mente… y, de pronto, todo terminó.

Lilian abrió los ojos de golpe.

Estaba en su cama.

Su cuerpo entero temblaba. La camisola de algodón se le pegaba a la piel, empapada en sudor frío. Sus manos buscaban desesperadas los bordes de la manta como si aún necesitara protegerse de algo. El corazón le latía tan fuerte que cada pulsación vibraba en su cuello y en sus sienes.

Por un instante no supo dónde estaba.
Respiró con fuerza. Tragó saliva. Y la realidad comenzó a tomar forma.

Estaba en su habitación.

Una habitación rústica, de paredes de madera oscura, iluminada sólo por la tenue luz anaranjada de una vela encendida sobre la mesita de noche. La llama parpadeaba, proyectando sombras alargadas que se movían como figuras danzantes a lo largo de los muros.

Y los muros… estaban cubiertos por sus cuadros.
Decenas de ellos.
Pinturas hechas por ella misma.

Retratos de rostros distorsionados, figuras humanas retorcidas en expresiones de dolor, ojos desorbitados que parecían observarla desde el lienzo, bocas abiertas como si gritaran en silencio. Algunas figuras no tenían rostro; otras parecían estar en proceso de desaparecer, como arrastradas por una corriente invisible.

Lilian tragó saliva. Intentó calmarse recordando que estaba despierta. Que todo había sido una pesadilla.

Pero el sudor que cubría su piel era real. El temblor en sus manos era real.
El latido frenético en su pecho era demasiado real.

Intentó incorporarse, y fue entonces cuando la vio.

En la esquina más oscura de la habitación, apoyado sobre una mesa de madera vieja, estaba el objeto más preciado que poseía: una fotografía enmarcada. El único recuerdo intacto de sus padres.

La imagen mostraba a su madre y a su padre abrazándola cuando era una niña. Sonreían. Una sonrisa cálida, viva. Atrás, se veía una feria, luces, globos… vida.

Lilian alzó la mano para tocar el marco desde la cama. Sus dedos aún temblaban.

—Mamá… papá… —susurró con una voz quebrada, como si pronunciar esas palabras fuera lo único que la mantuviera anclada a la realidad.



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En el texto hay: pasado, secretos, sobrenatural

Editado: 20.10.2025

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