Malas Costumbres

Capítulo 4

Elizabeth había conseguido enredar mi cuerpo junto con el suyo, tenía una de sus piernas sobre mis caderas y sus manos acariciaban mi rostro con leves movimientos inconscientes mientras su cabeza reposaba sobre mi pecho. Como si estuviese, aún en el sueño, intentando escuchar los latidos de mi corazón. 
Para mi era hermoso y a su vez exitante verla sobre mi, incluso pensé en despertarla y repetir las escenas como en un cine continuado, pero sabía que necesitaba dormir, para reducir esas ojeras y esas líneas de expresión que comenzaban a aparecer dispersas en su joven rostro desde hace unos meses, cuando nos cambiamos de departamento a uno más grande y más al centro y para pagarlo Elizabeth tuvo que comenzar a trabajar el doble.
Me gustaba la idea de poder aliviar un poco su situación, parecía que por esta ocasión mis intenciones y las de la naturaleza habían logrado coincidir en algo. Poco antes de que Elizabeth se durmiera había comenzado a llover, tan fuertemente o quizás mas, que el día en que me reencontré con Amanda.
Me quedé observando a Elizabeth por momentos; era como una niña pequeña, casi no se movía, parecía tan indefensa y tan suceptible que me era imposible no llenarme de ternura.
Sólo la sabana blanca que compartíamos cubría su piel, mientras delimitaba los contornos de su cilueta, la forma de su pequeña cintura y sus curveadas caderas. 
Alcancé mi celular, que estaba puesto en la mesa de noche, sobre uno de mis libros y junto a los anteojos de Elizabeth.
Me pareció que el destino me estuviese tentando de nuevo, mi celular, que había descuidado desde que llegó Elizabeth, estaba repleto de mensajes y llamadas de Amanda, preguntando insistentemente la razón por la cual no habíamos vuelto a vernos, voy a ignorarla -pensé-, a partir de hoy seré sólo de Elizabeth, saldré mañana por la mañana, buscaré empleo, aprenderé a valorar las pequeñas y las grandes cosas, seré feliz y encontraré la paz para mi vida que tanto necesito.
Decidido a dejar todos mis errores atrás me levanté, con sumo cuidado de no despertar a Elizabeth, fui a la cocina y bebí un poco de limonada, cuando de pronto siento la vibración del móvil en mi bolsillo. Es Amanda, pensé en colgar, para actuar acordemente con mi revelación de hace dos minutos, pero de inmediato volvió la vibración y decidí contestar.
-¿Hola, Esteban? -escuché decir a Amanda al otro lado de la línea, con una voz trémula e insegura
-Si Amanda, soy yo ¿que quieres? -contesté con firmeza.
-Necesito verte ¿por que no atiendes a mis llamadas? 
-He estado ocupado.
Hubieron unos segundos de silencio, en los que mi comencé a sentirme culpable por tratar tan bruscamente a Amanda.
-Lo siento si te molesté, sólo quería saber si estabas bien… no contestaste mis mensajes ni mis llamadas amteriores y no supe más de ti desde la última vez que nos vimos.
Me sentí como un completo idiota, ahora el sentimiento de culpa recorría todo mi cuerpo y mientras buscaba entre mis opciones una manera de enmendar mi error Amanda rompió el silencio y dijo.
-Quiero verte, salgamos esta noche ¿si? Necesito a alguien con quien conversar.
-Por supuesto, cuenta conmigo ¿paso por ti a las nueve?
-¿Por que no mejor a las ocho treinta?
-¿y por que no mejor a las ocho en punto? -contesté entre pequeñas risas
-Que consté que fuiste tu quien lo pidió -sentenció Amanda con picardía, consiguiendo sonrojarme rápidamente.
-Entonces te veré a las ocho.
-espero que el tiempo pase pronto.
-también yo, adiós.
-adiós.
Al colgar la línea un instante después, volví a mi realidad, a sentirme torpe y culpable, será mejor que lo olvide -pensé-, debo darme una ducha caliente y salir de aquí antes que Elizabeth despierte.
Así que comencé a prepararme, faltaba una hora para que llegara la hora pautada para nuestro encuento, hice todo lo más rápido que pude, igual que siempre, sin prestarle mucha atención al detalle; sin quitarme los nudos del cabello, sin probar una tras otra combinación de atuendos, sino más bien poniéndome lo primero que encontrara en el guardarropa. 
Me cepillé los dientes antes de salir, revise por última vez mí lista mental de objetos indispensables, las llaves, billetera, celular, todo listo… salvo una cosa, mí billetera, la tenía conmigo, en ella estaba mi carnet de identidad, mi credencial de lector y una foto de mis abuelos junto a una de Elizabeth, pero, no había ni un sólo centavo. Apenado y preocupado comencé a ajustar en mi cabeza los motivos por los cuales no llevaba absolutamente nada de dinero, ¡por supuesto! Había gastado todo en mi última cita con Amanda. Aunque dividimos la cuenta a petición de ella misma, a penas y me alcanzó para cubrir mi parte de los gastos.
Vi el bolso de Elizabeth tirado sobre un rincón de la sala, me acerqué a el, lo abrí y saqué de un pequeño bolsillo un poco de dinero en efectivo. Minutos más tarde estaba listo para irme a ver a Amanda a la tienda de sus padres.
Sólo por cautela di una última vuelta por el departamento, fui a la cocina y dejé frente al refrigerador una nota para Elizabeth que decía; iré con los muchachos a ver a un viejo colega, llegaré tarde, no me esperes. Te amo.
Luego en mi último ir y venir por aquí y por allá, en el preciso momento en que las llaves ya estaban descolgadas, el cerrojo ya había sido retirado, y no quedaba más que salir al frente y bajar las escaleras sentí detrás de mi los sigilosos pasos de Elizabeth, que segundos después me rodeo con sus brazos a la altura de las costillas, dándome uno de esos abrazos femeninos tan provocativos.
-¿a donde vas? -dijo aún adormecida
-Te dejé una nota, veré a un viejo amigo
-¿tan tarde?
-quedamos con con Iván y Ricardo
-¿no puede ser otro día? Esperaba que tal vez… -dijo mientras me besaba por la espalda y recorría con su mano mi pecho y abdomen-, pudiésemos pasar la noche y repetir lo que hicimos.
Me di la vuelta, la miré a los ojos y contesté -otro día te compensaré, lo juro.
Ella me miró, puso su cara de ruego infantil, sus ojos vibraron frente a los míos -por favor quedate…
-ya te he dicho que no puedo -contesté rigidamente, retirando sus brazos de mi cuerpo.
-está bien, entiendo si prefieres ir con tus amigos -dijo con la cabeza agachada-, saluda a Iván y a Ricardo de mi parte.
Una vez dicho eso, yo la besé en la frente y salí hacia el pasillo que da hacia las escaleras. Dispuesto a bajar y a buscar alguna forma, de perderme en Amanda, en las luces nocturas de la ciudad, o ha esconderme de alguna forma de mi mismo y quizás así conseguir salir de esta espiral de mentira tras mentira en donde yo mismo me he metido.
 




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