Maldición de millionario

Capítulo 41

    Te espero en la casa de Refina.

-Gracias por querer verme. - Agradece Leonel, entrando.

-No te ilusiones, vamos a ver cómo va.

-Ni lo hago, soy muy consciente de mi error. - Dice Leonel, manteniendo la distancia que se oye y en su voz.

-Me hirió verte, más frente a todos.

-No estaba consiente de lo que hacía, el alcohol me golpeó duro y se adueñó de mí.

-No debió de pasar.

-Por eso te juro que no va y como promesa y perdón te traje esto. - Extendiéndole la caja.

Leonarda abre una caja de tamaño adecuado para encontrarse con unos largos pendientes que brillan por su blancura.

-Dicen que no hay mejor amigo de una mujer que los diamantes.

-¿Quieres decir? - Asombrada por los pendientes y las palabras.

-Sí, son diamantes y oro blanco.

-En mi vida no vi nada más hermoso. - Dice Leonarda, contemplando los pendientes con una sonrisa radiante y tocándola con la yema del dedo.

-¿Estamos bien? - Busca Leonel hasta con movimiento de la cabeza a lados. - Sé que tardaras en creerme de nuevo, pero te prometo, no volverá suceder.

-Me encantan, si te puedo perdonar, en fin es la primera vez que pasa de verdad.

-Si y te prometo que ya no pasará. Ya nunca me quedaré en el mismo lugar que alguna de ellas.

-Te amo. - Dice feliz Leonarda tirándose le en los brazos y besarlo.

-Yo a ti. - Devuelve Leonel, abrazándola y correspondiendo a los besos que se convierte en uno largo.


 

-Salgamos de aquí. - Dice Leonel, sosteniéndole la mano.

-Okey.


 

-¿Dónde me llevas? - Pregunta Leonarda, mientras Leonel maneja.

-Verás.


 

-Me llevas a casa. - Viendo su casa asomarse, sorprendida dice.

-Si, te llevo a casa porque sé que terminaste con tu trabajo y porque eso hace un novio y porque conoceré a tu familia, quieren ustedes o no. Todavía existen los hombros tradicionales que preguntan los padres para hacerse novios, yo menos esto puedo. - Dice, aparcando el coche.

-Leonel, no. Cuanto sea que tus palabras me alegran, no estoy de acuerdo, los conozco.

Acercándose y tomándola de las manos. - No me importa, okey, tranquila. - Viéndola nerviosa, acaricia sus manos con los dedos entre las suyas.

-Leonel.

-Vamos, llévame. - Enseñando con la mano hacia la puerta.

Contra su voluntad, Leonarda se acerca a la puerta y tragando el nudo, abre.

Esperanza se encuentra inclinada sobre la mesa, tomando un pastelito y al oír el ruido de la puerta levanta la cabeza, congelándose por la presencia que sabe a los suyos no agradará.

-Mi casa no se parece a nada a la tuya. - Aclara Leonarda sin tener otra que dejarlo entrar.

-¿Leonarda, qué haces? - Pregunta Esperanza, viniendo hacia ellos para impedir el paso. - Sabes como se pondrán papá y mamá.

-¿De verdad piensas que fue mi idea?

-Es verdad, yo la obligué. Hola, soy Leonel. - Dice, extendiendo la mano.

-Lo sé. - Cruzada de brazos, Esperanza se lo reflexiona antes de aceptar su mano. - Esperanza, su hermana. - Enseñándola con el dedo muy segura que no hablo de su existencia.

-Mucho gusto. - Esperanza solo asiente con la cabeza, mientras traga la saliva.

-¿Dónde están ellos? - Pregunta, llevando la atención Leonarda.

-Mamá, mamá se fue llevar la ropa y papá todavía no regreso de la honrada. Y será mejor que se vayan antes de que regresan.

-No me iré. Entiendo la preocupación de ambas, pero ya es tiempo de que nos conocemos.

-Cómo quieren, no seré en la batalla. - Regresando a la mesa, toma unos pastelitos en el plato. - Voy a hacer la tarea. - Antes de desaparecer por lo que es la habitación de ellas.

Ahora, cuando se quedaron solos, Leonel sin disimulo mira la casa. La pintura de la pared es desgastada hasta tomo humedad, los dispositivos son viejos, los muebles también. La tela del sofá está rasgada, la mesa de la cocina echa a mano de la madera dañada de pie y de mal estado y color.

-¿Con tu salario no han podido cambiarse de casa?

-Cómo si ellos lo quisieran, es su hogar y no quieren ni oír de la mudanza. ¿Quieres tomar algo?

-No, gracias. ¿Se puede sentar?

-Si, perdón - Percatándose hasta el momento de lo mala anfitriona que es. -, puedes aquí. - Llevándolo hasta el sillón que está en el mejor estado. - ¿Por supuesto, si no te molesta lo que ves?

-Puedo y en el piso, no te preocupes. El lugar donde vivió Refina cuando la conocí no tuvo ni la mitad de esto.

-¿De verdad, y como era?

-Un colchón en un lado, un baño suficientemente grande para qué puedes girar sobre tu mismo, la parte de la cocina no funcionaba, a veces no tenía el agua el fregadero. Nos sentábamos en el piso o poníamos los periódicos debajo.

Leonarda no logra decir nada por qué la puerta se abrieron, entrando Romero.

De la sorpresa por encontrarlo ahí, Romero pasa al enojo. - ¿Qué él hace aquí? - Pregunta apuntándole con el dedo.

-Papá...

-Señor, - La interrumpe Leonel. - soy Leonel Montejo, el novio de su hija y vine para qué nos conocemos.

-A mí eso no me interesa. - Dice el hombre, negando con el dedo. - Váyase de mi casa.

-Papá, no seas así.

-Dije no, no lo escucharé, no lo veré y no doy el permiso. Ahora sí largo.

-Señor...

-Ya sabe todo lo que debe saber, vamos. - Abriendo la puerta.

-Papá, me avergüenzas.

-Yo ya te dije que nunca estaré de acuerdo con esa relación y solo que va a verte la cara. Tiene un minuto para salir o lo saco yo.

-Señor, permítame... - Como el padre de Leonarda lo agarro, dejo de intentar hablarle y le permitió sacarlo de la casa.

En el mismo instante en el que Leonel cruzo la puerta de la casa y Romero cerro la puerta con Leonarda a fuera en el camino de la casa caminando vino Itaira con el cesto de la ropa.

-Señora. - Haciendo una leve inclinación.

-¿Qué sucede aquí, Leonarda? - Pregunta la madre con la mirada sobre Leonel.



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En el texto hay: amor, muerte, amisad

Editado: 31.01.2023

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