Maldita Bruja

Maldita Bruja

Era casi medianoche de un viernes cualquiera del mes de junio y me encontraba junto a dos de mis amigos, Pablo y Natalia. Habíamos salido de una de las pizzerías más clásicas de la ciudad de Buenos Aires con dirección a la avenida principal donde Natalia había dejado estacionado el auto que le había prestado su madre.

Hacía bastante tiempo que no nos veíamos, ya no era lo mismo que en nuestras etapas de primaria donde éramos inseparables. Sin embargo, las vueltas de la vida habían hecho que ya no nos pudiéramos encontrar más seguido como los tres queríamos. Natalia deseosa de ser arquitecta y seguir los pasos de su padre había ingresado en el ciclo básico común de la universidad de Buenos Aires y al estar su familia bastante bien acomodada no le hacía falta trabajar, aunque tenía en mente a más tardar el próximo año insertarse en el mundo laboral, aunque sea algunas horas. Siempre estaba ocupada, se la pasaba dibujando, bocetando y estudiando. Pasando largas jornadas privada del sueño intentando estar a la altura y no decepcionar a su familia que tanto la apoyaba.

Pablo en cambio no tenía en mente estudiar nada. Nunca le había interesado. Sin embargo, no era un holgazán, tiempo después de que terminemos la escuela secundaria y por la recomendación de su tío ingreso en un estudio contable como cadete llevando y trayendo papeles, haciendo fotocopias entre otras tareas administrativas. Le gustaba, aunque le demandaba mucho tiempo, pero el salario era muy acorde a su edad y su falta de experiencia en el rubro.

Por mi parte en lo que respecta a estudios me había tomado un año sabático, no tenía pensado entrar en la universidad a corto plazo. Amaba la literatura, sobre todo la de terror y misterio. Soñaba con ser escritor, escribía una inmensa cantidad de cuentos breves queriendo emular a mis autores favoritos sin éxito. Me tuve que conformar con trabajar en una pequeña librería en el barrio de San Telmo, donde mi sueldo era menor aun y el viaje me demandaba casi dos horas de ida y vuelta. Pero tenía el consuelo de pasarme casi todo el día leyendo o bien rodeado de literatura. Y eso me gustaba. Y me alcanzaba para vivir compartiendo los gastos con mi hermana y mi abuelo.

Por esos motivos nuestros encuentros resultaron cada vez más esporádicos. Lo intentábamos, pero resultaba muy difícil.

Ya dentro del auto y protegidos de las furiosas ráfagas de veinto que no paraban de silbar, comenzamos a deliberar acerca de nuestro próximo destino.

Todas las opciones que propusimos las fuimos descartando al instante encontrándole un defecto a cada una haciéndonos dimitir instantáneamente.

Sin embargo, en medio del palabrerío Natalia hizo un comentario, más bien una pregunta que me dejo helado y me hizo tragar saliva mientras buscaba con los ojos la mirada de Pablo para asegurarme de haber escuchado bien. No la encontré. Sus ojos miraban hacia abajo. Suspire. No había duda, había escuchado bien.

_ ¿Se acuerdan del desafío que habíamos hecho en la primaria? Pregunto Natalia de forma picara, pero con un dejo de solemnidad.

Lo recordaba como si fuera hoy y me aterraba.

A partir de una serie de casualidades nos había llegado el rumor de una misteriosa casona abandonada, ubicada en un pasaje que costeaba las vías del tren a pocas cuadras de nuestro colegio. Tiempo atrás los vecinos del lugar habían hecho una denuncia por ruidos molestos específicamente por las noches, afirmaban que allí se sacrificaban animales y un sinfín de atrocidades que cuanto más se agrandaba el rumor más cosas se agregaban. La dueña era una vieja de origen irlandés, una inmigrante que había llegado hacía bastante tiempo, que se decía, practicaba la brujería y era erudita en el arte de la alquimia, aunque nadie le hablaba, la evitaban por miedo. Y se dejaba ver muy poco.

El día que la policía se presentó en el lugar por la insistencia de los vecinos encontraron a la vieja colgada de una viga con una soga en el cuello. En el suelo de la habitación en la que fue hallada había dibujos con formas de pentagrama y un ojo en medio en color azul dibujado con tiza del mismo color. El mismo que había en las yemas de los dedos de la mano derecha de la vieja.

Pablo no dijo ni una palabra, un silencio incomodo nos invadió.

_Claro que me acuerdo, como me voy a olvidar, lo íbamos a cumplir el mismo día que terminamos la primaria, después de la fiesta, por la noche. Dije tratando de mantener la calma, aunque mi semblante no era el mismo que hacía instantes.

_Éramos pequeños y estúpidos. Añadí con una sonrisa que no era tal para tratar de no darle importancia al tema.

Nuevamente el rostro de Natalia denotaba picardía. Pero no dijo nada. Inmediatamente Pablo añadió con un tono sombrío.

_De ninguna manera. No vamos a ir allí. No vamos a meternos en la casa de la vieja por un estúpido desafío que no tiene sentido, además estaríamos cometiendo un delito metiéndonos en una propiedad por la noche, nos podrían tomar por ladrones por ocupas y por quien sabe que otra cosa más.

_ ¿Es solo por eso, Pablo? Pregunto Natalia sonriendo de forma burlona. _ ¿No será que Tenés miedo de encontrarte con la vieja?

_La vieja está muerta, Natalia. Tema cerrado. Podemos seguir pensando que vamos a hacer por favor.

_Exactamente, la vieja está muerta, la casona está vacía. Mas simple todavía. Entramos de a uno por vez, la estadía mínima es de quince minutos controlados por reloj, tomamos cualquier objeto que haya allí como prueba de que cumplimos el desafío y salimos. Así de fácil resulta todo.



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En el texto hay: misterio, terror, brujeria y aquelarres

Editado: 28.10.2024

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