Maldita Pelirroja

VI. FRANK


Me despierto al sentir el pie de Max golpearme en la frente, con un gruñido intento apartarla, pero ella se limita a murmurar en ruso al igual que  siempre, era lunes, lo cual era un martirio tanto para mí como para los niños, ya que tengo que hacer acto de presencia por lo menos una vez a la semana, decido presentarme, le vendo los ojos a Max en caso que despierte mientras me estoy cambiando, necesito una ducha.
Por desgracia, no es una mañana tranquila, en cuanto estoy a punto de entrar a la ducha, Marcus decide que es buena idea tocar la puerta, gruñendo agarro la toalla y me cubro antes de abrir, pero para mi sorpresa  y molestia debo añadir es la chica pelirroja, lo que es incluso más molesto, no es un buen augurio para tu día, si un pelirrojo aparece en tu habitación en plena mañana.
— Más te vale que sea importante — digo cruzándome de brazos, ella me mira ligeramente perturbada antes de hablar.
— es Marcus, él... — no la dejo terminar, la mirada preocupada es suficiente para que la aparte y me dirija al cuarto de mi pequeño.
Al igual que todo padre responsable, pienso en mutilaciones, sangre, o algún virus letal en cuanto entro a la habitación, pero incluso sabiendo que es exagerado, corro hacia la cama, donde mi pequeño está dormido, se ve pálido y demacrado, no huele a alcohol y parece haber dormido en cama, así que miro a Natasha, que me había seguido en silencio, por una explicación.
— lo encontré en la sala — me explicó una vez que salimos de la habitación sin hacer demasiado ruido — vomitó y luego se desmayó, lo duché y lo metí a la cama — informó apartándose un mechón del rostro, noté que no llevaba su usual traje de dos piezas, lo que me hizo levantar una ceja.
 — ¿lo duchaste? — cuestioné, ella pareció sorprendida por mi pregunta pero asintió.
— no pensaba dejarlo en la cama y ya — respondió como si no entendiera la causa de mi sorpresa.
— Gracias — dije frotándome los ojos por pura frustración,  tenía el presentimiento  de que se acercaban problemas con Marcus, por suerte aún faltaban años para que mi princesa fuera adolescente, esos serían demasiados problemas. Natasha me sonrió, vestida con unos vaqueros informales y una sudadera con capucha parecía realmente joven —¿Qué edad tienes? — pregunté
— Veintidós — respondió mientras caminábamos hacia la sala — lo sabrías si hubieras leído mi currículo en lugar de contratarme sin pensar
— ¿Cuál currículo? — Cuestioné asegurando mi toalla a las caderas, y disfrutando la manera en que intentaba no mirarme — eres una niña ¿Cómo tendrías uno?
— Sí lo tengo — gruñó ella, enrojeciendo completamente mientras se dirigía a la cafetera — aunque tenía la esperanza de poder hacer algo en Harmond INC. 
— ¿en la empresa? — Cuestioné — ¿No eras niñera?
— No — dijo mirándome esperanzada, lo que me asustó — se supone que me contratarían como Practicante de CEO 
— ¿Qué? — pregunté, aunque claro, la había escuchado perfectamente.
— Bueno, no conseguí mi MBA y dos maestrías en Negocios para ser niñera — dijo con un bufido, la miré con sorpresa, haciendo los cálculos, si tenía en cuenta a Balck y su insistencia para que la contratara, y el hecho de que había tenido demasiados jodidos problemas para encontrar alguien decente para el puesto, maldije al darme cuenta.
Gruñendo me dirigí a mi despacho y tomé el teléfono, con una confundida pelirroja persiguiéndome por los pasillos. Sally contestó al primer timbre.
— Buenos días Frank — saludó, podía escuchar como sus dedos se movían en el teclado de su ordenador, suspiré, intentando retener la irritación y mi acento, lo cual fue imposible.
— Sally ¿Cuánto te pago? — cuestioné apretando el puente de mi nariz, intentando evitar el dolor de cabeza que estaba amenazando con llegar. El tecleo se detuvo mientras decía la cifra — ¿Y para qué te pago?
— Para hacer todo el trabajo que tu no quieres hacer — respondió, casi podía verla frunciendo el ceño mientras intentaba adivinar donde había metido la pata — organizar tu vida, hacer más sencillo tu trabajo, contratar y despedir a todo tu personal...
— ¡Bingo! — Dije, realmente cabreado — Contratar y despedir...¿Lees los informes de los que contratas Sally?
— Bueno, sí...excepto cuando me ordenas que solo los contrate...
— ¿Y a quien contrataste por última vez Sally?— cuestioné, empezando a aburrirme de la diatriba, la mujer realmente era un caos si no sabía de qué hablaba.
— Al de seguridad — respondió con vehemencia, puse los ojos en blanco, harto de rodeos.
— Busca el expediente de Natasha Hoffman — ordené mirando a la pelirroja, que parecía querer abrazarme de la emoción, por mi seguridad me senté detrás de mi escritorio, solo por si acaso, Sally removió algunos papeles en el fondo.
— ¿La niñera? — Parecía realmente confundida —  aquí tengo su archivo ¿Qué tiene de...oh — suspiré mientras la escuchaba maldecir, Natasha se había sentado en uno de los sofás que tenía para cuando invitaba a algunos clientes, parecía nerviosa.
— ¿Estás bien? — pregunté por cortesía, aunque en realidad me cuestiono si sería buena en su trabajo, después de todo, había tardado cerca de un mes en decirlo.
— Frank, lo siento— chilló Sally — Te conseguiré otra niñera de inmediato, llamaré a Natasha y la citaré para una entrevista...
— No, déjalo Sal — repuse, decidiendo tomar el riesgo — Está contratada ¿recuerdas? Digamos que fue un... ascenso, yo me encargo del papeleo.
Antes que nada, quiero aclarar que por tener un buen físico, no voy a ser el hombre más fuerte del mundo, realmente lo único que he cargado en cuatro años, es mi bebé, y el mocoso empieza a pesar, dejando ese punto claro, sigo preguntándome ¿por qué las mujeres suponen que buenos brazos y ancha espalda significa automáticamente que se es fuerte? Soy como una nenita al lado de mi hijo mayor, y el muy desgraciado sí va a al gimnasio a entrenar, o al equipo de fútbol, realmente no lo sé, así que ¿Cómo mierda terminé en este lío? No tengo idea.
Miro las tres cajas restantes en mi sala, maldiciendo internamente la idea de instalarle una oficina a Natasha en la casa, ahora, me veo obligado a acarrear con todas las cajas hacia dicha oficina, ya que llegaron cuando no había un alma en la casa, la  inmundicia de pelirroja había llevado a los niños a la escuela y olvidado decirle a los que traían las cajas, que debían llevarlas hasta la oficina, las habían dejado en la puerta, ya sé que no parece la gran cosa y que no justifica mi irritación.
Pero mientras yo me parto el lomo con las miserables cajas, la muy idiota se está burlando de mi desde el sofá, comiéndose mis nachos, intento ignorar los sonidos de placer que hace cada vez que prueba uno, sintiéndome torturado.
— Dios, no he comido uno de estos en tres años — murmuró antes de hacer un comentario sobre mi fuerza y reírse. Quisiera poder cortarle los malditos rizos a ver si se seguía riendo en mi rostro, pero había perdido la apuesta.
Toda la semana de trabajo que llevaba, había sido excelente, pero me mosqueaba con sus respuestas diplomáticas y su actitud respetuosa, quiero decir, en su primer día de trabajo me abofeteó, y ahora actuaba como una santa, hice de todo para conseguir una respuesta altanera, lo admito, no es muy profesional de mi parte, pero un hombre tiene derecho a divertirse, hasta que un día, conseguí irritarla lo suficiente como para conseguir que me gritara en la cara, fue divertido, hasta que de una manera u otra hicimos la apuesta.
— Intenta sobrevivir haciendo mi  trabajo y todo lo que hago con los niños, un día, vestido con traje y sin tocar los malditos nachos — por supuesto que le dije que no, no estaba tan loco como para aceptar, pero luego ella empezó a tratarme como un crio y tentarme con lo que sucedería si ganaba la apuesta — admitiré que eres genial, y... me pintaré el cabello.
Esa definitivamente era una apuesta que no pude resistir, el trato era por un día, podía hacerlo, no sería la primera vez que cuidaba de mis bebés. O  al menos eso creí yo cuando Marcus me despertó, era tarde, día de escuela, tenían hambre, y ni siquiera Nana quería preparar el desayuno.
En cuanto conseguí alimentarlos y enviarlos a la escuela, con una excusa garabateada sobre la demora, ya quería rendirme, Natasha y Nana estaban en la cocina, charlando alegremente y riéndose a mis espaldas,  normalmente no uso traje a menos que tenga una junta, o tenga que asistir a la oficina, pero luego de las dos primeras horas intentando descifrar los horarios que la buena de Natasha había hecho, estaba a punto de rendirme, necesitaba mis nachos, mi estomagó rugía y ella se limitaba a hacerme ojitos y comentarios sarcásticos sobre cómo lo estaba llevando.
— Iré a recoger a los niños — dijo luego de verme luchar con la impresora mientras intentaba archivar unos documentos que se suponía que ella debía archivar — pareces a punto de un colapso nervioso.
Tenía toda la razón, pedí la comida, al igual que siempre, así que para cuando llegaron, ya el almuerzo estaba servido, Marcus parecía divertido, mientras que Max y Matt eran completamente ajenos a la tortura a la que me habían sometido, no fue sino hasta que tuve que responder la décima llamada en treinta minutos, que me di por vencido.




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