Maldita realidad

Destino

No tengo palabras para describir cómo me sentía en esos momentos. Asustada, triste, abandonada, humillada, era una combinación de varias emociones que me azotaban.
La noche estaba por llegar y tuve que pensar en dónde dormiría solo para seguir mi agonía.

—Muy bien niña, te han enviado de un restaurante donde te agarraron robando.—Interrumpió mis recuerdos la policía que me entrevistaba —¿Eres una vagabunda o tienes familia que pueda responder por ti?
—No tengo familia y no estoy segura que usted me pueda creer de dónde soy y lo que he pasado.
—Bueno, aquí hay algunos antecedentes de tu persona.—Me dijo con tono seco.—Todos diciendo que has intentado robar comida en restaurantes.
La mujer tenía cara de ser una persona gritona y mala pero fijándose bien en su mirada podía verse nobleza en ella —Eres una chica de la calle que no ha hecho más que buscar comida—Se tomaba sus rizos negros mientras hacía muecas como pensando en algo.—Niña, no tengo corazón para retenerte aquí, hay muchos verdaderos delincuentes allá afuera como para perder tiempo en algo así.—Agarró su pluma y empezó a escribir en la hoja que me dejaran en libertad.—Pero por favor trata de no meterte en problemas otra vez, trata de buscar trabajo o algo así para que no te reporten los restaurantes por robo. Puedes irte ya, lleva esta hoja y entregala al oficial que está aquí afuera, él te acompañará a la salida.
—Disculpe señora.—La interrumpí para hacerle una pregunta.—¿Puede solo dejarme está noche en prisión?
Ella me miró sorprendida —¿Cómo dices?, ¿Sabes lo que me estás pidiendo?, ¿Sabes qué es una cárcel?
—Sí señora, se que es donde encierran a los hombres y mujeres que hacen daño a los demás.—Mi voz era débil.—Pero también he escuchado que a los que están presos les dan de cenar y comer, además no tengo a dónde ir, la cárcel será mejor que la calle.
Me miró con tanta ternura que casi derramaba lágrimas por la lástima que sintió.
—Creo que has pasado por mucho, incluso creo que si, cualquier lugar es mejor que la calle.—Sacó algo de su escritorio.—Pero hay lugares mejores aún, toma esta dirección. Es una casa hogar para mujeres en condiciones como las tuyas. Mañana temprano haré una llamada para que te reciban de mi parte.—Me dió una torta que tenía a su derecha que no había abierto.—Come esto, llévate está botella con agua y ten este billete para que puedas llegar a la casa hogar de la dirección.
No pude evitar morder la torta en ese mismo momento y abrir la botella de agua hasta casi terminarla de un trago. Le agradecí mucho tomando la dirección y seguramente si mis lágrimas no se hubieran terminado, lloraría de gusto y nostalgia.
Salí del ministerio como me lo pidió y puse rumbo a ese nuevo lugar por descubrir.
Cuando salí del ministerio lo hice un poco más calmada, con una nueva esperanza de vida. Aunque esta era más cercana a la que aún conservaba deseando que mi padre me buscara para llevarme a casa. Creo que prefería seguir pensando que era un mal momento a una dura realidad. Mantener el pensamiento que mi padre me buscaría era mejor que aceptar su abandono. Aunque era el mismo tema trataba de pensar en una forma objetiva y no llenarme de rencor. Ya tenía bastante de que sufrir como para hacerle caso a dolores pasados.
Esperé un par de minutos hasta que pude subir a un taxi. La noche ya estaba avanzada pero había mucha gente en la calle aún. La sensación de ponerme alerta deseando que nada me pasara, no descansar la mente por sentirme en constante peligro y que todo me podía pasar. Era un sentimiento al cuál no terminaba de acostumbrarme.
El taxista fue muy amable, de inmediato notó mi estado y sutilmente me preguntó la dirección y si alguien me esperaba allá. Mi mente puso su alerta porque él me fuera a dañar pero con el viaje y su transcurso entendí que solo quería saber si tenía dinero para pagarle.
A dónde íbamos parecía estar un poco lejos, le di la dirección y confíe en que me llevara. Intenté hacer un poco de plática porque me estaba dando mucho sueño y no quería dormir ahí. El cansancio de días pasados me estaba cobrando factura además el asiento era tan cómodo y cálido que mi cuerpo deseaba tanto descansar ahí.
—¿Ya ha llevado a alguien a ese lugar?—Pregunté mientras me enderezaba.
—Exactamente en ese lugar no pero he pasado por ahí cuando llevo pasaje cerca.—Me respondía muy serio y sin perder la concentración. Parecía un hombre confiable.
—¿Sabe si la zona por ahí está fea?—A pesar de ser mi posible solución me preocupaba pasar por lo mismo que estos días.
—En todos lados hay malas zonas—decía para consolarme—solamente esos millonarios que no salen y les llevan todo a sus casas están más seguros que nosotros—comenzó a reír un poco—si deseas sentirte segura, vuélvete una de esas.
Para él fue un chiste muy gracioso con el que intentó animarme e impulsarme a superarme. Pero él no conocía el cruel contexto de mi vida. Para mí esa enorme mansión fue el lugar más inseguro y donde pasé el mayor tormento de mi vida.
Decidí quedarme callada un momento y seguir pensando en aquel lugar a dónde me dirigía. No tenía claro el concepto de casa hogar, solo pude deducir que en ese lugar me ayudarían para salir de mi situación actual.
El taxista me miraba, había aprendido a reconocer la lástima que sienten las personas al mirarme. No sabía cómo decir algo para hacerme sentir mejor.
—¿Gustas una pastilla de menta?—Me decía mientras sacaba una cajita de la guantera del coche.—Toma las que gustes.
Miré un poco apenada pero en ese momento todo se me antojaba.
—Si, muchas gracias.—Abrí la cajita y tomé una pastilla.
Al ponerla en mi boca se liberó ese sabor picosito pero refrescante que produce la menta. Al principio fue un poco fuerte pero mientras masticaba pude sentir el sabor más placentero y hasta se me quitó un poco el sueño.
Cuando la pastilla estaba tan pequeña que sentía que se terminaba, opté por tomar otra y continuar con el sabor. Sin desearlo me estaba activando un poco más, me sentía con más energía que antes. Quería comer más pero no quería ser abusiva así que disfruté el sabor lo más que pude y me mentalicé que solo comería una más y se las devolvería. Tomé la tercera con más pasión que las anteriores, es diferente a la primera vez que estás por descubrir a cuando has probado y te ha gustado al grado de convertirse en un vicio. La metí a mi boca y experimenté el sabor pidiendo que no se terminara nunca.
Al sentir la pastilla a la mitad se las intenté dar al taxista para que no tuviera la tentación ahí mismo.
—Quedatelas, yo no quiero más.—Me dijo mientras veía mi discreto placer en el rostro por comerlas.—Disfrútalas mucho chica.
El sentirme más activa me hizo mirar la ciudad por donde pasábamos con más atención. Casi ningún lugar lo reconocía de haber salido con mi padre, todo era muy diferente. Las casas eran pequeñas, las calles rústicas, muchas más personas caminaban por ellas aunque algunas eran de esas que me daban miedo porque habían intentado lastimarme días anteriores. La iluminación no era muy buena, algunas lámparas en la calle ni siquiera encendían. Demasiados baches, piedras y basura en el suelo. También había muchos perros caminando por ahí, algunos en grupo y otros sólos. De ellos aprendí muchas cosas en ese tiempo. Cómo robar comida hasta como ir a puestos callejeros y poner una cara tierna para que alguien te diera un taco. Claro estaba que ellos tenían más suerte que yo. Por más que practicaba nunca pude poner una cara tan tierna como la de ellos. En mi vida había aprendido a coquetear, a ganarme a los amigos usando un tono de voz chantajista, con Katia usaba mis encantos para que me consintiera pero nunca al grado de poner mi rostro y solo esperar que causará lástima y me dieran algo.
Conseguir comida era una misión difícil de todos los días, no pensaba en otra cosa que en como lo haría. Toda mi vida mi nana, los cocineros, mi propio padre me habían acostumbrado a que comer era un hábito más no una necesidad del cuerpo. Todos cumplían mis caprichos sin más, no me preocupaba por el esfuerzo que ellos hacían solo por conseguir la comida para que yo la tuviera sin problemas. En ese momento deseaba las sobras que por tontería y capricho dejaba en los platos cada tarde cuando deseaba irme a jugar. La vida me estaba dando una nueva perspectiva y la experimentaba de la peor forma posible.
—Listo señorita aquí es la casa hogar.—Se detuvo el taxista para indicarme que ahí estaba mi destino.—No se si esté abierto, si gusta baje a preguntar antes que me vaya.
El nerviosismo se apoderó de mí nuevamente. Era una construcción muy grande y alta, como si abarcará 7 casas de las que había visto juntas. Parecía como una prisión que daba miedo. Había bardas altas que cubrían los edificios como si fueran una fortaleza. Arriba de estas bardas había unos alambres como los que se usan para evitar que alguien se fugue de una cárcel. La pared estaba un poco descarapelada pero se lograba ver el color blanco en su mayoría y en la parte baja el color rojo que dividía la pared. En la parte de arriba en lo que parecía el edificio principal estaba un enorme letrero que decía "Casa hogar amor para las mujeres" El letrero era muy vistoso, con fondo azúl y letras negras que me hacían entender que estaba en ese lugar al fin.
Me bajé del taxi aún con nervios, miré al taxista y me dió un poco de valor asintiendo con su cabeza que avanzara haciéndome sentir que todo estaba bien. Caminé a la entrada principal, subí dos escalones y me topé con una enorme puerta negra que toqué no tan duro. Esperé algunos segundos y no hubo respuesta.
—Toca más duro o busca si hay timbre.—Gritaba el taxista para darme ideas.
Hice ambas cosas, con una moneda que él me dió de cambio toqué más duro y apreté un botón que era el timbre en la parte izquierda de la puerta.
Pasaron algunos segundos que para mí fueron eternos y la puerta se abrió. Mi corazón empezó a latir fuertemente como cuando iba a dar mi primer beso pero está vez lo escuchaba en mis oídos.
Salió una mujer con traje de policía y de inmediato me miró.
—Buenas noches ¿Qué se te ofrece?
No sabía que decirle ni como contarle todo para que me entendiera.
—Me dijeron que aquí me podían ayudar.—Dije con voz suave mientras me examinaba visualmente.
—Una chica que viene a internarse sola—decía como con burla—eso es nuevo.
No supe qué responder ni que hacer, volteé a ver al taxista y él con señas me preguntaba qué pasaba.
—En este horario no hay quien te pueda atender niña, necesitas venir mañana e iniciar el trámite.
—No tengo a dónde ir y una policía en el ministerio me dió está dirección.—La traté de mirar tiernamente.—Ella me dijo que mañana temprano se comunicaría con ustedes para iniciar el trámite, que me dejaran pasar hoy.
La policía me miró profundamente y puso una sonrisa ligera que no entendí.
—Pasa entonces, te llevaré con la encargada para saber qué nos dice.
Sentí una gran alegría por sus palabras, aunque no sabía lo que ahí me esperaba pero al menos no dormiría en la calle si no en algún lugar que me pudieran ayudar. Antes de entrar me despedí del taxista quién al ver que me iban aceptar se fue. Entré por esas puertas negras a mi nuevo destino.



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En el texto hay: #lgtb, #drama, #tragedia

Editado: 20.04.2025

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