Parecía que el cansancio había desaparecido momentáneamente, tal vez el haber comido, la cantidad que me habían mostrado, el nerviosismo de esa nueva vida a la que me enfrentaria, todo eso me tenía dando vueltas en la cómoda almohada.
Por un momento recordé que ese tipo de apoyo lo hubiera deseado de otras personas. No me refería presisamente a mi padre pues desde ese día dejó clara su postura.
Mi mente se refería a Katia, la chica que decía amarme y que defendería nuestra relación a cualquier costo. Palabras que me hicieron enamorar de ella por sentirme protegida cuando estaba a su lado. Era cariñosa, agradable, muy ocurrente cuando quería entretenerme. Recordaba como en una ocasión ella imitaba las caras de la maestra de matemáticas cuando explicaba algo. Paraba los labios haciendo que su voz fuera dulce y muy suave, la maestra pensaba que al hacer eso sus palabras entrarían mejor en nuestras mentes y entenderíamos, pero no era así. Usando ese o cualquier otro tono las palabras eran igual de raras siempre.
Era una maestra de avanzada edad pero que ejercía con pasión. Apesar de sus burlas, Katia siempre fue su consentida, sabía ganarse a los profesores con sus ocurrencias pero a esta en específico se la ganó por ser buena en su materia. "Es mi abuelita por eso las dos nos entendemos" decía como burla mientras hacía esas caras tan graciosas.
Yo me la pasaba genial con ella desde que comenzamos a hablar, desde que la vi y pude detectar que le gusté a través de esos lindos ojos color miel que ella tenía. Me sentí flechada desde que la vi reír por primera vez en nuestro salón de clases. Me sentía a soñar cuando se me declaró y nos dimos ese primer beso que aún llevo guardado en el corazón. Fue mi primer experiencia de ese tipo. Aunque había varios chicos que me tiraban la onda nunca pude hacer click con ellos. No me sentía llena como cuando hablaba con ella. Amaba pasar mi tiempo libre a su lado y entrar juntas a clase. También sus celos disfrazados de burlas cuando algún chico se me acercaba en plan de ligue. "Esta muy guapo ¿Por qué no te casas con él?" Le gustaba molestarme porque sabía perfectamente que yo no tenía ojos en ese momento para nadie más. Teníamos tan buena química que todos siempre nos vieron como las mejores amigas. Aunque nuestro secreto era que nosotras estábamos más allá de eso.
Una chica y una relación tan especial que duró muy poco tiempo cuando nos cacharon dándonos ese beso.
Después que mi padre me corriera hice lo posible por ir a su casa a buscarla. No recordaba como hacerlo pero si su dirección así que tomé un taxi y con esos $500 que me había dado el chófer de papá fui a buscarla. Sus padres me conocían como su amiga pero dada la situación no quería presentarme así, entonces decidí tratar de llegar a ella sin que alguien me viera. Pero no lo logré, su mamá me había visto llegar.
—¿Quién eres tú?—Preguntó la señora muy indignada.—¿Qué haces en mi casa?
—Buenas noches señora.—Respondí muy nerviosa.—Soy amiga de su hija Katia, quería platicar con ella.
—Mi hija está castigada, nadie puede verla.—Su tono era en verdad muy serio.—Además, estás no son horas de visita y menos sin avisar.
—Lo siento mucho señora, pero es un asunto urgente. ¿Puedo hablar con su hija un momento?
—No serás tú esa niña que besó a mi hija ¿verdad?
Me congelé, no deseaba confirmar nada pero tampoco sabía la reacción de ellos ante esa situación ¿Qué tal y ellos si la apoyaban? Aún asi no me quise arriesgar.
—No señora, no sé de qué me habla.—Le dije muy nerviosa.—Yo solo soy amiga de su hija.
La señora notó un gran nerviosismo en mi al darle esa respuesta. Creo que temblaba más que las hojas en los árboles de su jardín con ese viento que hacía.
Yo estaba asustada, cansada, con muchas ganas de llorar, hambrienta. Pero traté de mantenerme firme ante la señora.
—Vengo porque tengo un problema y se que su hija me puede ayudar.—Continúe con un tono más ligero.—Me disculpo por la hora pero me urge verla, no le quitaré más de cinco minutos.
Intentaba hacer todo lo posible por acercarme a ella.
—Está bien pasa, le llamaré.
Entramos a su hermosa casa, no era una mansión como la de mi padre pero era muy grande y detallada. Parecía más un hogar con sus habitaciones bien distribuídas, tenían un perrito mini french poodle que me ladró en cuanto llegué.
La casa tenía una sala muy grande con cuatro sillones acomodados a lo largo de las paredes. En el centro, una mesa para tomar el café. En la parte de enfrente había un mueble con una televisión muy grande que en ese momento estaba apagada. La decoración era muy fina, lámparas, retratos, un reloj con sonido. Todo era muy coqueto.
Me hizo pensar en la casa de mi padre. Eran tan grande pero se sentía vacía, le faltaba mucho para ser un hogar. Había todos los lujos posibles pero estaba carente de amor. Algo que sin duda esa casa si tenía.
—Karen llama por favor a Katia, dile que una amiga desea verla. Pedía la señora a su chica que le ayudaba hacer el aseo.
—Sí señora, voy hablarle.
—Gracias.—La señora se sentó en uno de los sillones.—Siéntate por favor, ¿Quieres algo de beber?
—No señora. Muchas gracias, así estoy bien.
Me senté y conté los segundos para que Katia bajara y poder verla al fin.
—¿Y eres su amiga de la escuela?—Me preguntaba la señora mientras bebía de una copa algo de vino.—Me pareces familiar.
—Sí señora, soy compañera en el mismo salón de su hija.—Respondí sin mirarla mucho a los ojos.
A pesar que yo ya la había visto en muchas ocasiones cuando recogían a Katia o en alguna reunión, nunca había platicado con la señora. De lejos parecía muy imponente pero ahora de cerca sentía que me comía con su presencia.
Era una señora muy elegante, tenía el cabello corto pero con caireles que llegaban a sus hombros. Era de tez blanca y tenía unos ojos cafés obscuros muy grandes. Nariz gruesa y labios carne muy bien cuidados. No se parecía casi en nada físicamente a su hija. Tenía puesto un vestido color rosa que parecía muy cómodo, unos zapatos altos de color miel y traía puesta mucha joyería tanto en su cuello, muñecas y dedos. Era una persona que le gustaba verse elegante, incluso al levantar la copa mostraba su clase y educación.
—Si, creo que te recuerdo de alguna reunión en la escuela.—Puso la copa en la mesa a su derecha.—¿Dónde vives?, ¿Cómo se apellidan tus papás?
—Solo vivo con mi padre.—Jugaba un poco con mis manos.—Se apellida Walton, Roberto Walton.
—¿El millonario dueño de las industrias Kelly?—Me miraba fijamente.—¡Que interesante!
Nuestra conversación se vió interrumpida por Katia que bajaba las escaleras muy rápidamente.
Me paralicé al mismo tiempo que me puse contenta al verla bajar. No pude evitar que una sonrisa se me saliera del rostro. Por el amor, por su compañía o por creer que ella sería mi solución a mi problema actual.