Con todo lo vivido no me había dado tiempo de mirarme, sentirme bonita, admirar las cualidades que tengo. No sentirme sola, de verle otro enfoque a la vida misma, querer luchar por salir adelante.
Me comentó que tenía poco tiempo para lograrlo pues el sistema de ese instituto apoyaba a las chicas hasta los 18 años y les daba una oportunidad de trabajar y seguir estudiando fuera de él. Me emocioné al saber que mi curso escolar no estaba perdido y que podía retomarlo en donde me quedé. Claro que no en el lujoso instituto al que mi padre me enviaba, pero no era necesario pues yo quería estudiar y continuar con mi vida sin importar que. El poco tiempo era porque yo recién cumplí 17 y tenía un año para replantearme todo.
La psicóloga en poco tiempo había logrado hacerme cambiar mi enfoque. Aunque inicialmente fui con ella para que me evaluara y poder darme el tratamiento correspondiente.
No pude saber lo que colocó en sus notas pero me imagino que pronto sabría el resultado.
Le había comentado a detalle el cómo me sacó mi padre de la casa y el motivo. Ella nunca me juzgó pero me dijo que de momento mis gustos los reprimiera, no porque fueran malos sino porque no era un buen lugar para el amor. Me invitó a centrarme en darle ese enfoque a mi vida y no distraerme en el pasado ni mucho menos en sentirme atraída por alguien.
Al finalizar la evaluación comentó que daría los resultados al personal administrativo y que me ayudarían de la mejor forma posible.
Salí de su oficina un poco aliviada aunque un poco cansada y con hambre. Por suerte tocaba el turno de ir a conocer el comedor. La chica oficinista me había indicado que cuando terminara mi sesión con la psicóloga me dirigiera ahí para enseñarme el lugar y desde luego comer.
Al salir, mis ojos se deslumbraron un poco por el sol. Según recordaba tenía que cruzar ese enorme patio para llegar a la ubicación. Pero cuando caminé un poco me vi interrumpida al observar que un grupo de chicas salían formadas y una maestra las dirigía.
Ellas también se percataron de mi presencia y me observaban detenidamente, algunas hablando entre ellas mientras que otras me regalaban una sonrisa. Eran chicas de distintas edades, algunas incluso de mi edad por lo que pude apreciar. Hasta al fondo la que más llamó mi atención… La mujer que las dirigía y que parecía ser una maestra. Era muy atractiva, desde lejos lo podía apreciar, aunque su vestimenta era algo opaca debajo podía verse un cuerpo bien formado, cintura pequeña, senos grandes, piernas ejercitadas. Su cabello color rosa que llevaba hasta sus hombros, un poco corto para mi parecer. Además de tener un rostro ovalado con facciones delgadas. Se veía muy joven, de unos 30 años si mis cálculos no me fallaban. Caminaba lentamente pero muy coqueta y elegante, aunque esa bata de color roja con cuadros negros parecía muy incómoda ella se desplazaba con facilidad. Era la mujer del grupo que más había llamado mi atención. Su porte, su actitud seria y su perfecto encanto bajo el sol, eran cosas que no podía evitar al mirar.
Sin querer me quedé viendola un gran instante y una sonrisa salió de mi rostro mientras lo hacía. Nunca imaginé que ella se percatara. Pero me miró y en esos momentos fue como si supiera que me había gustado. Siguió caminando hasta que pasó justo enfrente de mi dándome una mirada penetrante y cerrándome un ojo mientras pasaba.
Mi corazón se detuvo por un momento cuando vi esa acción tan coqueta hacía mi. No sabía si emocionarme, enojarme o sentirme nerviosa. Justo la psicólogo me acaba de advertir que no hiciera algo amoroso o sexual. Además esa acción de la maestra no me indicaba que yo le hubiera gustado, tal vez solo quiso ser amable. Y ¿Cómo podría enamorarme de una maestra en un lugar desconocido para mí? Creo que a veces el corazón es bastante loco y no piensa en esas cosas. Era muy hermosa, cualquier persona se podría fijar en ella. Y su edad, no sería un impedimento no parecía ser tan grande.
Sacudí mi cabeza para dejar de pensar en todo eso y enfocarme en lo que venía de frente para mí. Esperé a que la fila avanzara un poco más y caminé detrás de ellas hasta llegar al comedor.
Al llegar entré con mucha pena buscando a la oficinista que me había citado ahí. Había muchas personas y era un lugar muy amplio. Por lo menos 10 mesas rectangulares podía contar. Todas estaban ocupadas así que decidí entrar un poco más para seguir buscando hasta que ella me encontró a mí.
—Hola, ¿Terminaste con la psicóloga?
—Si, dijo que enviaría mis resultados más tarde a ustedes.
—No te preocupes por eso ahora, te voy enseñar el sistema en este comedor, ¡Debes tener hambre!
Traté de distraer mi vista en el lugar, en la infinita comida que había en la mesa del centro. Había tres señoras sirviendo a gran velocidad a todas las niñas que estaban formadas ahí. Tres señoras con batas blancas y con redes en la cabeza. Se movían a gran velocidad al servir los distintos platillos, sopa en los hondos, los guisados en unos largos platos extendidos color café y el postre en unos pequeños.
—Siempre que vengas aquí, tienes que formarte en la fila, tomar una charola y caminar hasta que te sirvan las mamis.—Me orientaba a caminar en un sentido y yo hacia todo lo que ella.—Después vas a buscar donde sentarte, generalmente lo tienes que hacer con los grupos o secciones que te asignan pero a veces es tan revuelto que se sientan donde haya lugar.
Veía a todas las niñas que estaban formadas y sentadas. Muchas variedad de edades había unas tan pequeñas que me costaba imaginar el como habían llegado ahí. Padres y madres malos había en todos lados a mi parecer.
Mientras la fila avanzaba crucé mi vista con quién no quería hacerlo. La maestra que ví en el patio caminaba a sentarse después de pedir su comida. Se dispersó de su grupo para sentarse en una mesa al fondo donde no había muchas personas.
Mi turno había llegado. Pude ver los guisados que ahí habían. Todos se veían deliciosos que hasta se me hizo agua la boca.
—¿Quiere sopa señorita?—Me preguntó una de las que atendían.
—Si, por supuesto. Quiero de todo.—Dije sin pensarlo.
La oficinista que me acompañaba empezó a reír y me dijo.
—Siempre te van a preguntar que deseas comer, trata de pedir solo lo que comerás para evitar que se tire o desperdicie la comida. Se divide en tres, tu sopa el guisado a elegir que casi siempre son tres y tú postre. También procura llegar temprano si quieres escoger. Si eres de las últimas te darán de lo que sobre.
Pedí pollo en salsa verde, mi sopa que era de fideos y de postre fresas con crema. Un menú que me dejaría chupándome los dedos. Avancé a la fila, tomé mi bebida y esperé a que mi acompañante eligiera.
—Busca una mesa donde haya lugar, yo te alcanzaré en un momento.—Me miró muy amablemente.—Tengo que ir a hablar con alguien. No te sientas tímida e intenta socializar un poco.
Tomé aire profundamente y me dejé llevar por el momento. Di la vuelta para mirar un buen lugar pero estaba casi lleno todo. Mi opción era la mesa de la derecha pero las chicas parecían muy ruidosas. También había espacio en el centro pero eran unas niñas. Iba a elegir ese lugar cuando miré a la guapa maestra y asientos libres junto a ella.
Me acerqué muy apenada, no sabía cómo lo iba a tomar ella, pero afortunadamente todo salió muy bien. Al verme indecisa, me hizo la señal de sentarme, un gesto de amabilidad que me dio el impulso que necesitaba.
Me quedé justo en la orilla, no quería invadir su espacio personal aunque después supe que eso no importaba ahí.
En momentos la miraba discretamente pero ella se percató de eso y sonrió. De hecho comenzó la conversación.
—¿No tienes hambre?
Me preguntó después de ver qué pasaron varios minutos sin que probara la comida.
Eso lo hice para esperar a mi compañera y no por falta de apetito. Se lo expliqué y me miró muy tiernamente.
—Veo que eres nueva.—Me dijo mientras terminaba sus alimentos.—Espero un día saber qué te ha traído aquí.
Me guiñó el ojo, esa acción que me había desconcertado antes volvió a pasar, ahora sí estaba segura de que lo hizo directamente aunque tampoco decía nada… mi mente era un volcán de emociones.
—Y yo espero saber más de usted.—Me atreví a decir incluso para sorpresa mía.
Ella me sonrió y me comentó brevemente lo que ahí hacía. Entablar una conversación con ella fue algo mágico. Y más cuando me dijo.
—Debes de tener una gran bienvenida.—El brillo en sus ojos fue muy notorio.—Seria una lastima que no la tuvieras.
En breve pude entender a qué se refería, o al menos, mi mente lo imaginó. No sabía cómo preguntar a qué se refería y saber si era lo que yo estaba pensando. El destino no nos dejó terminar.
—Ya estoy aquí.—Dijo mi anfitriona sentándose a mi lado.—Es un mundo con muchas cosas por hacer.
Ambas trabajadoras se saludaron amablemente mientras yo me quedaba en silencio.
El momento que se había creado totalmente se vino abajo con la nuestra nueva acompañante. Minutos antes estaba deseando que ella llegará y me rescatara pero ahora habría preferido que no llegará para continuar con la conversación.
—Bueno me tengo que ir.—Se levantó de la mesa.—El trabajo no puede esperar y debo regresar con mi grupo. Espero verte más tarde y si necesitas algo puedes acercarte a mi sin problema.
Tenía una forma de ser tan coqueta y sensual que era inevitable no verla hasta el final.
—Ella es muy agradable, además es de las más jóvenes que tenemos por aquí.—Me dijo mi anfitriona leyendo, casi parecía que leyó mi memte.—Muchas chicas se acercan a ella para pedir consejos y también las grandes, es una persona que siempre tiene un consejo.
—¿Cuál es su función realmente?—Necesitaba saber lo que más pudiera de ella.
—En este instituto te encontrarás con muchas trabajadoras.—Me respondió con tono paciente.—Las de oficina somos nosotras, las de seguridad que básicamente mantienen el orden y solucionan problemas, el equipo médico que se compone de la doctora, dos enfermeras y las dos psicólogas, el equipo de cocina que solo se encargan del comedor y las que están en más contacto con ustedes son el grupo de cuidadoras, la mami Julia es una de ellas. Se encargan de atenderlas en todas sus actividades.
Eso me había motivado más, el saber que pasaría gran parte del día con ella y que nuestra convivencia sería mucha me hizo el día. La ansiedad me consumía no se que pasaba conmigo me puso como loca. No me hizo mucho caso y eso me había hecho aferrarme más como niña caprichosa, quería que ella me mirara y que pidiera estar cerca de mí. Pero la que tenía esa actitud era yo, desde ese momento no sabía qué hacer para llamar su atención o estar cerca de ella.
—Entonces ¿Son como unas niñeras?—Pregunté para entender un poco más con mi propia experiencia.
—Algo así.—Le ocasionó un poco de risa mi comparación.—Solo que no tan extremoso. Les ayudarán a qué se peinen, les dirán cómo lavar, hacerse cargo de ustedes mismas, estarán detrás de ustedes para que vayan a la escuela, que sean ordenadas, etc. Muchas las terminan odiando por lo exigentes que se vuelven pero al final también las aman porque las necesitan. Se logra una relación madre e hija supongo.
Sus palabras me hacían sentirme más culpable por como yo estaba mirando a Julia. Necesitaba irme con más calma, averiguar realmente sus intenciones pues tal vez ella tenía alguna relación o familia fuera del trabajo.
Sin más preguntas terminamos de comer y salimos de ahí.