— ¡Daniela, ya basta! Deja de luchar conmigo — exclama mi padre mientras forcejea para evitar que logre asestarle un golpe.
Al reconocer su voz no dije más. Dejo de luchar en el acto y le miro completamente quebrada. Segundos después, rompo en llanto mientras que mis piernas se desvanecen. Evitando que caiga él me abraza, apegándome lo más posible a su regazo. Eran sus brazos los que me mantenían de pie, mis piernas eran peso muerto.
Con ternura recuesta su mentón sobre mi cabeza y acaricia mi cabello, siendo esto un verdadero consuelo. Luego de un rato, besa mi cabeza y me vuelve hacia sí, levanta mi rostro descompuesto y procede a secar mis lágrimas con sus pulgares, yo lo miro a los ojos y disfruto por primera vez en mucho tiempo una mirada de comprensión.
Mi padre se abstiene de comentar algo, agradezco internamente por ello. Con ternura me carga sin ningún tipo de dificultad, y me lleva con él.
La relación con mi progenitor no era la más allegada, desde que murió mamá él inconscientemente se evocó en alejarse de mi lado, la prueba de ello: el haberme dejado a mi suerte en aquella institución mental, el sobreponer a una recién llegada por encima de mí, el negarse a escucharme, y el apartarme siempre que tiene oportunidad... Pero, en ese momento lo sentí más cercano, permitiéndome hacer a un lado mis miedos, y sentirme protegida por primera vez en mucho tiempo. Aunque debo confesar que me dio terror de que se tratara de un engaño mental, por ello me aferré a él, con temor de que en algún momento se atreviera a desaparecer.
A mi madre no es la única a quien echo de menos, mi único consuelo es que físicamente ella ya no puede estar conmigo, pero él era un caso muy diferente. Mi padre estaba a mi lado, — aunque no conmigo — estaba cerca de mí, pero a la vez era tan inalcanzable. Sentir su rechazo era más doloroso que padecer las tribulaciones que implicaría su muerte.
Pasado unos segundos, llegamos a las escaleras que desembocaban en la estancia. Allí, una risita juguetona resonó al otro lado del Mini hall, cerca de las barandas — al parecer solo pude escucharlo yo... No es real —, con disimulo intento seguir el sonido, pero no había nada cerca de nosotros.
«Fue tu imaginación» insisto para mis adentros.
Desconcertada, comienzo a repasar en mi mente. Me tomé mi medicamento hace unos minutos ¿Por qué me pasa esto? ¿Acaso la dosis no es suficiente? Me estaba comenzando a alterar, pues si lo único que me ata a la cordura, está fallando, significa que mi enfermedad está agravándose. «Vamos, cálmate» rogué. Debía aparentar que no pasa nada y que no escucho nada. Debo ignorar todo lo que hace cuestionable mi juicio. Aunque para ser sincera ¡se me hace tan difícil a veces! Quiero llorar. Antes de que se dé cuenta, oculto mi cara en el regazo de papá, siento como pone su atención en mí, pero sigue sin decir nada.
«Gracias» agradezco internamente.
Mi mayor temor reside en la idea de que me hagan a un lado, temo que entre en un camino sin retorno, donde mi reclusión sea la única solución viable para mi familia...
«No, deja de pensar en ello, ignóralo» me digo.
Tal vez si le disminuyo importancia desaparezca por sí solo. En cuanto a mi medicamento, deberé aumentar la dosis. Concluyo.
Cuando llegamos a planta baja, con sumo cuidado papá me deposita en uno de los sillones. Una vez sentada recogí mis piernas y abrazo mis rodillas.
— ¿Quieres hablar de lo que pasó allá? — quiso saber, haciéndome entrega de mis lentes. Yo los tomé y acto seguido de esto disentí efusivamente —. Está bien, hija.
¿Qué explicación iba a darle? O más bien, ¿Cómo explicaba lo inexplicable? ¿Cómo puedo dar razón de mis delirios y extraños ataques nerviosos? ¿Y para qué molestarme? ¿Acaso me entendería? No lo hizo años atrás, y tristemente, no lo haría ahora. Además, cabía la posibilidad de que en vez de desahogarme termine dándole razones fehacientes para que me internen de nuevo.
Por suerte, aun comprendo la gran diferencia entre lo real y los juegos macabros de mi mente; se puede decir que aún conservo una pizca racional en mí, y eso me ayuda a conservar precariamente mi libertad, junto a la vida normal que tanto deseo llevar.
Las puertas se abrieron antes de que pudiera volver a respirar, el silencio sepulcral de la casa se vio irrumpido por las risas y los gritos de Pilar.
— ¡No te pases! — Exclamó —, ¡esto es de lo más…! ¡AHH! está súper cool. Sí que te luciste Alma — felicita, invadida por la emoción —. Espera a que mis amigas vean fotos de la mansión donde vivo ¡se morirán de la envidia! — Dio por hecho —. Y… ¿este lugar tiene sirvientes y mayordomos?
— No linda, no por ahora, pero ya me contacté con la compañía para que envíe a un buen personal, en una semana tendremos a nuestra disposición al mejor equipo de servicio del país — se jactó —. Por ahora sweety, me temo que tendré que atenderlos — acotó, con cierta dulzura.
Papá se apartó de mi lado para recibir a su esposa con un beso en los labios. De reojo los vi, pero sin tardar mucho desvié la vista, sentía desagrado por sus muestras de afecto.
— ¿Se divirtieron? — apenas escucho. Por su tono se mostraba muy interesado.
— Pues, obviamente — afirma Pilar al pie de las escaleras —, Alma, tiene un gusto exquisito para la ropa — Continúa la morena —, iré a escoger mi habitación — informa, para luego retirarse.
Yo la sigo con la mirada hasta que desaparece de mi vista, agradezco mucho mi suerte, pues pareció no notarme. Antes de que desvíe la mirada algo me detiene y continúo viendo fijo al final de las escaleras, donde se erige el Mini hall de la segunda planta. Mi piel se eriza al ser acariciada por una repentina corriente de aire y un frío hormigueo abraza mi estómago.
¿Qué hay en esta casa?
Inmersa en mis pensamientos, la imagen de aquella persona que salió de esa puerta cobró vida en mi mente, él no era mi padre de eso estaba segura, sobre todo por la diferencia que había en la vestimenta, en tamaño y complexión. Seguido de esto me estremezco.
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Editado: 13.05.2022