Sin darme cuenta ya estoy derramando lágrimas, por ello me quito los lentes, para secar ese líquido salado que se discurre de mis ojos. Alzo la mirada poco después para ver lo que hay ante mí, se trataba de una gran redoma que constaba de un vistoso jardín. Por un instante me permito admirar la belleza del paisaje, el cual se jacta de hermosas hortensias blancas, petunias y camelias rosadas, además, la decoración constaba de la presencia de arbustos de boj — ubicados estratégicamente en continuidad, siguiendo un perfecto patrón que armonizaba y hacía destacar cada planta —, rodeando con una simetría casi perfecta a una fuente de ángel.
Embelesada bajo cada uno de los peldaños del pórtico, y una vez allí una fuerte corriente de aire mece los grandes robles que se extienden a lo largo de la propiedad, el sonido me absorbió por un momento. Debido a ello, cierro los ojos y me centro en el abrumador aullido del viendo, el cual comenzaba a germinar un leve estado de alerta que hizo cala en mis huesos, estremeciéndome hasta la medula. Respiro profundo para tratar de concentrarme y buscar cualquier forma de distraerme. Pienso que sería buena idea ir a caminar y recorrer los jardines, tratando de no enfocarme en lo negativo, con mi frente bien en alto rodeo la casa y contemplo mi entorno.
No puedo negarlo, todo es muy lindo y tranquilo, esta quietud en nada podía asemejarse con el ajetreo citadino. Lo único audible era la endeble melodía de la naturaleza, el cantar de una que otra ave, el sonido constante del viento y el siseo de los árboles. Era curioso, pero, a pesar de que mi alrededor es perfecto, no podía sentir comodidad, todo mi ser clamaba atemorizado, y con esto, la ansiedad me jugaba una mala pasada.
Es inútil, por eso me doy por vencida y miro el libro que llevaba conmigo como mi única salvación para escapar de la realidad. Doy un respingo y elegí buscar un buen sitio para leer y desconectarme de mis miedos. Cuando llego al jardín del ala este veo los grandes árboles que se extienden a la distancia — casi podía jurar que fueron sembrados es un sitio estratégico, pues lo fuertes troncos parecían responder al patrón del zigzag. También alcancé a ver una cúpula de jardín edificada con madera bajo una estética elegante cubierto a su vez de hermosas enredaderas con perfectos capullos de luna llena. Estas flores suelen abrir sus pétalos blancos de noche, de ahí su nombre común, por lo que sabía eran propias de la región, tal detalle le daba a ese espacio un toque especial. Sonrío sin poder evitarlo, pues me atrae su sencillez.
Continúo mi recorrido y logro ver un suelo ovoide de piedra pulida con hermosas columnas talladas, ubicadas estratégicamente, pero no para sostener un techo... Ya que era un espacio totalmente abierto. Luego de caminar un buen tramo, una ráfaga sutil de viento salino me golpea, cierro mis ojos y, casi puedo imaginarme el vasto océano entre verdoso y azul que pintan los libros. Hace mucho que no voy a la playa, de hecho, la última vez que fui estaba con mi mamá. Como vivíamos en un estado alejado de la costa, casi nunca íbamos. Por ello me pareció perfecto ir a leer a la orilla de la playa.
Continúo mi caminata hasta dar con una escalinata que lleva directo a la playa. Son muchos escalones, pues el acantilado poseía una altura desgarradora. Me temblaron un poco las piernas a medida que bajaba, pero trataba de decirme que era necesario. El viento no ayudaba, se empeña en agitar mi cabello y algunos mechones se enredaban con mis lentes, un fastidio total. Cuando por fin voy llegando al final de la escalinata de piedra, me quedo hipnotizada viendo las ondas del profundo verde de la orilla, los espirales que formar las olas al romper, las imponentes rocas de color arcilloso haciendo juego con la arena.
Por la fuerte corriente y la voluminosa extensión rocosa pude deducir que no era un buen lugar para tomar un baño. Su majestuosidad solo podía ser admirada desde lejos y eso solo lo hacía más perfecto, tanto que generaba melancólica
Antes de bajar el último escalón me quito los zapatos para andar descalza, y cuando puse mis pies en la arena una extraña sensación me inundó, era como una clase de deja vú. Todo se me hacía tan familiar, como si no fuera la primera vez en ese lugar. Sin poder deshacerme de ese sentimiento, continúo caminando para acercarme al limite de la arena seca, y observar la tentativa del agua para mojar mis pies. El lugar parecía haber salido de un sueño...
Sin apartar la vista del paisaje, me siento sobre mis tobillos, disfrutando de la arena rozando mi piel, del tenue sol matutino, de la brisa fresca y salina que revuelve mi cabello con suavidad.
Un cosquilleo me invade y mi sonrisa se amplía. La sensación era deliciosa.
Los deseos de correr al margen de la orilla de la playa se sobresaltan el corazón, y de momento, llegan a mí un cúmulo de destellos, imágenes que me muestran los pies de una pequeña niña corriendo por la orilla, embelesada por la emoción. Casi puedo escuchar sus risas... incluso llega a mí la sonrisa de una mujer sentada en la arena, cuyo rostro no alcanzo a conservar, por ende, no puedo detallarlo.
"¡Mami!", Grita la pequeña.
Mi corazón fallo un latido ¿Qué eran esas imágenes? ¿Quién era esa niña? ¿Soy yo?
Llevo mis ojos al paisaje frente a mí, buscando escrutarlo y ciertamente esa playa se me hace muy familiar, como si efectivamente hubiese estado allí en el pasado...
Mis piernas me traicionan cuando intento levantarme para cumplir con mi deseo, por lo que permanezco con la mirada perdida en dirección al océano, cierro los ojos más tarde y permito que el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, me arrulle. Un par de lágrimas se me escapan, no sé si lloro de tristeza o por que las imágenes me conmueven, pero las gotas no dejaban de caer. No necesitaba muchas pruebas de que se trataba de una madre con su hija. Y que esa niña puede que sea yo…
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Editado: 13.05.2022