Abro los ojos y aprecio un hermoso cielo azul.
Me encuentro en la terraza semicubierta del jardín lateral. No reparo en como llegué ahí y tomo mi tiempo para vislumbrar las hermosas nubes que adornan el firmamento. Estoy en paz. Cierro mis ojos sin tratar de dar explicación a las incongruencias de lo que sucedía, sin preguntarme porque mi mente está en blanco.
«¿Qué pasa? ¿Acaso estoy soñando?» esa pregunta resuena en ecos hasta que la distancia devora palabra por palabra.
Me incorporo para sentarme teniendo en mente volver a casa, sin embargo, la presencia de alguien cambia ligeramente mis planes. Mi corazón da un vuelco cuando nuestras miradas se cruzan. Sus ojos negros me dejan idiotizada e imposibilitada de mover un solo músculo — fue como si mi cerebro se hubiese olvidado de cómo activar el proceso eléctrico que impulsa el movimiento —, él no aparta su vista de mí en ninguna circunstancia, puedo ver algo de aflicción en su mirada. De pronto siento deseos de ir con él y entonces voy a su lado.
Cada paso que doy en su dirección alimenta mi ansiedad, él me pone nerviosa, pero aún deseo estar junto a él, por esa razón continúo caminando. De forma inexplicable, a medida que me voy acercando a Mikele el cielo se va oscureciendo más y más, hasta que una vez a su lado, el día se transforma en noche. Observo el entorno sin darle real mérito a los extraños acontecimientos, y me siento en uno de los peldaños de la cúpula de jardín, donde la red luces neón brindan un ambiente romántico, mi corazón es abrazado por un frío ansioso, por ello junto mis manos para jugar con mis dedos.
— Hola — digo con algo de inseguridad — ¿qué haces aquí tan solo?
Mikele cierra sus ojos y suspira. Se vuelve hacía mí y extiende su mano sobre las mías, dedicándome un suave tacto que alcanza a electrizar los vellos de mis brazos y espalda baja. No sé como reaccionar, nunca sé como reaccionar cuando de él se trata.
— No te alejes de mí — dijo, mirándome consternado —. Pase lo que pase, quédate a mi lado, promételo Dani, por favor...
Mi corazón falla al escuchar de su boca mi nombre. Trago en seco. Quiero sujetar su mano y decirle lo que siento. Quiero hacérselo saber, quiero abrazarlo, pero antes de que pueda hacer algo de mis labios se escaba una pregunta. Todo apuntaba a que mi cuerpo distaba de seguir una simulación predeterminada.
— ¿Qué pasa?
El suaviza su mirada, desconociendo la guerra que se debate en mi interior. ¡No es eso lo que quiero decir! ¿Qué sucede?
— Me agrada venir aquí — responde cabizbajo, mientras que con cautela afirma su agarre. Mis mejillas arden —. Por desgracia, a donde quiera que voy la oscuridad me persigue — musita con la mirada triste.
Sin poder entender a lo que se refería sigo inmersa en la dicotomía que dispersó mi mente, desvío la vista. ¿Por qué no actúo como yo misma? ¿Por qué no puedo seguir mi voluntad? Una sensación de hormigueo invade mis piernas y comienzo a sentirme más presionada por una fuerza invisible.
— Pues.... — comienzo a decir ¿Qué me sucede? —, a mí no me molesta... Porque... — intento continuar, pero me opongo con todas mis fuerzas a seguir la simulación.
En consecuencia, me paralizo. Mi cuerpo queda fuera de mi control y por más que lo intento no puedo moverme, mis labios están sellados. Abrumada por una sensación asfixiante, mi respiración es forzada, mi corazón bombea como loco, y mi interior me advierte del peligro. Parecía como si una fuerza superara la mía y me retuviera a su voluntad, aun así, negada a dejarme vencer intento imponerme y poco a poco busco a Mikele con la mirada, esperando de su parte algo reconfortante y protector, no obstante, cuando alcanzo a verlo sólo hallo una mezcla de terror y preocupación en sus ojos...
Empeorando mi estado, me percato que no es a mí a quien ve, por ello apaño todas mis fuerzas en volverme para contemplar aquello que aterraba tanto a mi compañero. Eso sí, una parte de mí me decía que no lo hiciera, que más valía morir en la ignorancia, pero otra parte de mí, lo necesitaba... Tenía que verlo...
Contrariando mis deseos, la fuerza se volvió más sentida, al punto que no me pude mover en lo absoluto, con la mirada vidriosa al frente, percibí de reojo como esa persona se acercó más de lo debido a mí. Su cercanía es extraña, causa que la carne se me ponga de gallina, mientras un vacío se impone en mi estómago.
— Por codicia la puerta de la muerte fue abierta — me susurró al oído —, y sus almas vagaran atrapadas hasta que la decisión correcta los pueda liberar...
Dicho esto, fuimos devorados por la oscuridad.
...
26 .01.2017
La luz me golpeó en la cara y los cándidos rayos del sol se imponían a través de mis parpados brindando calor y trayendo mi consciencia de vuelta. En automático arrugo los ojos al mismo tiempo que me remuevo incomoda, cada una de mis extremidades agonizaban entumecidas y la cama era más dura de lo que recuerdo. ¿Dónde estoy? me pregunto.
Para cuando al fin logro abrir los ojos enfoco la visión, y aunque no logro ver con claridad, pues no tengo mis gafas, descubro al instante que esta no es mi habitación. El color de la pared es de un beige muy pálido y en la medida que voy adquiriendo conciencia va incrementando la preocupación y viejos miedos salen a flote cuando creo estar de vuelta en el psiquiátrico. Sin embargo, el espíritu vuelve a mi cuerpo cuando veo a la esposa de mi padre dormida en un sillón ¿Qué rayos sucedió? me vuelo a preguntar... No encuentro respuesta, pues ya se volvió costumbre amanecer con la mente en blanco. Me detengo a inspeccionarme y no estoy atada, tengo un catéter suministrándome algún tipo de suero, pude notar tres electrodos montanteando mi frecuencia cardíaca y un aparato en mi dedo midiendo mis signos vitales... ¿estoy en un hospital?
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Editado: 13.05.2022