Bastó que mi pie tocara el fino mármol de la estancia para que todo mi cuerpo se estremeciera por la pesada energía que atestaba el aire. Mis piernas desvariaron por un momento y se contrajo mi pecho. Una vez leí que no se puede explicar el miedo, sólo sentirlo rugir a través del silencio, paralizando de un golpe el corazón. Así que ahí estaba yo, sudando frio, temerosa de aquella sensación mortecina que llevaba mi ser al límite. Nada parecía haber cambiado, hablando estéticamente, todo estaba como lo recordaba, sin embargo, mi cuerpo reaccionaba distinto y me costaba procesarlo e ignorarlo, moría de miedo.
Las horribles imágenes de esa pesadilla inundan mi mente. Quiero gritar, quiero escapar, pero sólo puedo cerrar mis ojos con fuerza y disentir para deshacerme de esos pensamientos. Para mi desgracia estos se aferraban con fiereza al hilo de mis imágenes mentales, mostrándome una y otra vez aquello que me esforzaba por olvidar. «Lo sentí tan real...» me digo haciendo del umbral de la puerta mi punto de apoyo.
“Daniela”, escuché entre tormentosos pensamientos. Y sin avisar todo se quedó en silencio por unos segundos. Era él. Mikele.
— ¡Daniela! — exclamó mi padre desesperado, mientras me sujetaba de los hombros para traerme de vuelta.
Entonces pude salir del trance.
Como si hasta entonces pudiera respirar, inhalé grande llenando mis pobres pulmones hasta más no poder. Sumergida en la profundidad de mis recuerdos me ahogaba, y fue cuando reaccioné que volví a respirar. Con preocupación mi padre me tomó en sus brazos entonces una señora apareció de la nada y asistió al ver lo sucedido, mediaron palabras y luego esta se marchó. Al borde de la inconciencia no pude entender lo que se dijeron. Todo se tornaba borroso, las luces de las lámparas más cercanas me encandilaban, hasta que la intensidad de la luz me cegó y mi cuerpo se desvaneció.
— Hija resiste, todo estará bien — escuché a lo lejos. No pude responder.
Sumergida en un profundo embotamiento, en el que mi cuerpo se tornó muy pesado cerré mis ojos y todo se tornó oscuro.
…
— Daniela, hija mía…
— No creo que fuera el momento adecuado para tener una charla emotiva — reprendió una mujer… ¿Alma?
— Lo sé, soy un imbécil… es qué, mi pobre niña — sollozó —. No sé qué hacer…
¿Qué sucede? Me pregunté estando en profunda oscuridad.
Estoy causando problemas, eso hago. En automático otra parte de mí responde, con severidad y resignación. Esa presión fría comenzó a abrazar mi pecho, estimulando mi herido corazón que buscaba la más mínima excusa para continuar su labor. ¿Por qué sigo con vida?
— El reposo también implica liberarla de estrés innecesario — espetó la esposa mostrándose insensible —. Tenlo en mente para la próxima Robert, es un milagro que mejorara tan rápido, hay que ser conscientes, por su bien. Será mejor que la dejemos descansar. Vamos amor.
El colchón recupero su forma en cuanto mi padre se puso de pie, no quería que se marchara, pero en ese estado me era imposible decir palabra, ni siquiera pude abrir los ojos. ¿Qué me sucede? Frustrada, dejo de luchar y permanezco en reposo. Era como si mi consciencia divagara en un espacio sombrío, solo, donde mis pensamientos hacían eco por toda la superficie. Pensé en las palabras de mi arrepentido padre, en como lo hacía sufrir sin quererlo.
Basta.
Ya no quería ser razón de angustia para los demás. Quiero morir, ya no quiero seguir respirando. ¡Estoy harta de que duela tanto! ¡estoy cansada de soportar esa carga! ¡Yo no pedí esto! Gritaba mi fuero interno. Quiero que termine. Mi mente se volvió un campo de guerra, polarizado en lo que se supone que debía hacer para terminar con mi miseria y las razones por las cuales no debía darme por vencida. Ahora no era más que una niña pequeña llorando en medio de la penumbra, atrapada en mi pasado cruel, sin fuerzas para afrontar mi presente. Viéndolo desde el punto en que se viera la justicia brillaba por la ausencia.
«Si mueres todo será más sencillo» rugió una voz en lo más profundo de mi ser
Un simple y misterioso tacto de procedencia desconocida palpó con suavidad mi cabeza, mientras rosaba con suavidad mi cabello crespo, seguido de una leve presión en mi frente. Esto rompió el hechizo que me tenía cautiva. Gracias a esto pude despertar. Antes de abrir los ojos, pude ver una efímera imagen donde una persona besaba mi frente mientras acariciaba mi cabeza.
¡Mikele!
Un jadeo se me escapa en cuanto logro incorporarme. Por un segundo juro que me encuentro con esa mirada oscura, sorprendida e inocente, pues había sido atrapado haciendo algo “indebido”. Mi estómago es estimulado por un hormigueo extraño, mi corazón falla por unos instantes robándome el aliento, mientras mis mejillas arden ¿Qué acaba de pasar? Cuando puedo ver que todo fue producto de mi torcida imaginación, un poco desorientada y nerviosa busco bajar de la cama manteniendo la cautela, atenta a cualquier cosa extraña. Por ahora no logro percibir nada fuera de lo común.
Cuando mis pies tocan la alfombra áspera, dejo que estos se adapten a la sensación, antes de levantarme. El viento salino se escabullía por una pequeña abertura de la ventana entreabierta. El sol se encontraba en un punto prematuro, por lo que no llegaba a iluminar directamente mi habitación, lo que hacía que la humedad y el frio matutino helaran mis pies y manos.
Tenía puesto un pijama muy femenino, una blusa con corte de campana llena de lazos y ondas, y un corto short, muy rosa para mi gusto. Esto tenía la firma de Alma por todos lados. Sin proponérmelo me reflejo en el espejo, la imagen de Mikele vuelve a mí, volcando mi corazón, desestabilizando mis puntos de apoyo. ¿Qué es esto que siento? sin permitirme pensar en ello hasta el punto de torturarme corro en dirección a la puerta, necesito aire fresco.
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Editado: 13.05.2022