15.03.2017
Su mirada ni se inmuta cuando pongo el anuario de mi madre de forma contundente sobre el escritorio. Su temple no muestra sino una gran serenidad. Ve el anuario y al parpadear dirige su mirada hacía mí, como si desde un inicio supiera que esto pasaría.
Tengo los nervios a flor de piel, pero me mantengo firme. En realidad, no sé si sentirme molesta o feliz porque haya sido amigo de mi madre, de lo que sí estaba segura, era que merecía una explicación, por eso, después de clase fui a buscarle.
— Se le ofrece al... — intenta decir.
Pero yo no le permito terminar.
— ¿Por qué no me lo dijo? — me apresuro a preguntar —, ¿Cómo pudo ocultármelo?
El profesor se refugió en una faceta que no era desconocida para mí… ¿Irónico? Hasta el cansancio ¿Sarcástico? Tenía una maestría ¿Odioso? Era la palabra que lo definía mejor. Sin embargo, en un parpadeo devolvió la vista al anuario y su rostro se ensombreció, como si no soportara seguir viendo lo que conformaba parte de su pasado, retiro la vista para encontrar la mía, esta vez denotaba algo que nunca espere ver, melancolía. Pero al darse cuenta de lo que estaba demostrando cubrió sus verdaderos sentimientos con una máscara, y actuó como si no le afectara.
— En primer lugar: no tenía por qué, es algo que no me correspondía, y si tu padre no te lo dijo, no es a mí a quien debes reclamar — espetó sin airarse. Sus palabras fueron un golpe bajo, que sin duda merecía —. Y, en segundo lugar, usted no lo consultó. Tengo entendido que es costumbre en la civilización preguntar cuando desconoce sobre algún asunto. Su acusación está mal planteada, pues yo no estaba en obligación de decirle nada.
Aquello fue la estocada final.
Ciertamente sus filosas palabras me hacen sentir como una perfecta estúpida, «¿Cómo se me ocurre hacer semejante teatrito? ¡Qué vergüenza! — Bajo la mirada sintiéndome de la peor manera. Pensando en que no lo había pensado lo suficiente pues me dejé llevar por emociones desenfrenadas —, no debí atacarlo, debí preguntar. Soy una tonta» pienso devastada, pues sabía que había perdido la oportunidad de hablar con alguien que fue amigo cercano a mi mamá.
— Tiene razón — reconozco cabizbaja —, disculpe...
Tomo el anuario y me doy vuelta para irme con el rabo entre las piernas.
— ¿Cómo te has sentido? — Escucho a mis espaldas y aquello hace que me detenga en mi lugar, no puedo creer que vuelva a hablarme —. Espero que ya estés mejor, pues si sigues como vas..., no sé en las demás materias, pero en la mía no te irá muy bien. — Entonces volvió a ser el mismo de siempre, suelto una pequeña risa —. Y eso sería una pena, pues tu promedio decaería, no querrás decepcionar a tu madre, ella era una alumna prodigio.
Seco las lágrimas que comienzan a formarse, y me devuelvo hacía él con una gran sonrisa, parecía ser todo lo quería escuchar. El profesor se pone de pie y se apoya del borde del escritorio, sin decir nada me extendió su mano, diciendo con esto que le aproximara el libro del anuario. Entendiéndolo a la perfección miro el anuario de mi madre como si fuera mi mayor tesoro en el mundo, y se lo doy. Él lo recibe con una mirada difícil de descifrar.
Quiero creer que sintió gran estima por mi madre, ella era como un rayo de sol, y es imposible creer que alguien haya llegado a despreciarla.
El profesor pone su atención en la tapa del libro, luego en un parpadeo me mira y sus ojos marrones denotan angustia. Creo que estos eran sinceros y trasparentes, a diferencia de mi familia, los cuales siempre me miran con lastima o desdén.
Tenía tanto que preguntar, tanto que decir. En toda la noche no pude cerrar un ojo considerando todas las cosas que quería consultarle. Y ahora que estaba frente a mí esa oportunidad invaluable, no me salían las palabras. La verdad, no sabía por dónde comenzar.
— ¿Eres consciente de las consecuencias de tus acciones? — recrimina con preocupación.
No puedo evitar mirarle con sorpresa, ¿Se preocupaba por mí?
— Diana no estaría muy feliz al ver como su hija se autodestruye.
Nuevamente sus filosas palabras remueven viejas heridas, y como la primera vez, sacan lágrimas de mis ojos. Tiene razón, mi madre estaría muy avergonzada por mis acciones, pero una parte de mí me dice que ella mejor que nadie podría entenderme.
— Dis...discúlpeme.... — alcanzo a decir.
Entonces, sin que yo lo esperara impactó levemente el anuario en mi cabeza. Aquello fue suficiente para que dejara de llorar. Cuando pongo mis ojos en él, está mirándome con algo de comprensión, pero sin dejar de estar preocupado. Él fue amigo de mi madre por lo que sé, estuvieron juntos en muchas fotos y pude ver que fueron muy cercanos, se miraban como si se conocieran desde siempre, estudiaron juntos, compartieron momentos, se veía que se tenían mucho cariño, y ahora me lo transmitía a mí.
— No soy yo quien debe disculparte — responde él con firmeza —. Has empeorado tu estado con medicamentos que en primer lugar nunca debiste tomar, Daniela.
Sus palabras eran duras, pero él no sabe toda la historia, no tenía manera de reprochar mis acciones. Él no tenía ni idea de todo lo que he sufrido todos estos años. Muerdo mi lengua que lucha por espetar algo al respecto, pero no deseo que nuestra charla se vuelva un campo de guerra.
— Tenía que hacerlo — me defiendo en un murmullo.
— ¿Ah sí? explícate — exige, pero sin darme chance a nada continúa — abusar de los fármacos casi te mata, si sigues así vas a lograrlo. Ahora, quiero escuchar una buena explicación.
— No... ¡Usted no entiende! — exclamo por lo bajo, airada —, sufro de constantes alucinaciones, veo cosas que no son reales, ¡que no pueden ser reales! Yo... ¡yo no quiero ver nada de eso!, no quiero volver al sanatorio, ¡quiero una vida normal! quiero vivir en paz. Si me quitan los medicamentos voy a terminar de encloquecer...
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Editado: 13.05.2022