Malditium Gem

AGAPĒ

— Perdóname — decía entre suplicas, haciéndose de rogar —. En serio quería ver cómo era la mansión por dentro.

Evité mirarle. Sólo tenía una cosa en mente: que el tiempo pasara volando y que esa cena del terror terminara lo más pronto posible. Pero para mí desgracia, al ver el reloj, todas mis ilusiones se desmoronaban pues faltaban horas para que iniciara. Estaba enojada con Sam. Este se esforzaba por intentar de todo para contentarme. Por mi lado, hice mi mirada a un lado, sus miles de disculpas no me alcanzarían. ¿Qué le costaba seguirme la corriente? No. Tenía que acceder a cenar con nosotros.

Resoplé indignada.

No sé qué me enojaba más, mi entrépita madrastra o mi despistado amigo, quien no reparó en mi negativa en que se involucrara con mi familia y que contrariando mis deseos se encontraba sentado frente a mí, mirándome como un cachorro regañado. No tenía más motivos que su poco sentido de la discreción, mi familia era difícil y no hacía falta ser adivino para saber que Alma intentaría ganarse su confianza y con ella sacarle sin mucho esfuerzo la verdad sobre mí o lo que haga en el futuro.

Sentada en la mini sala de estar de mi habitación, sentía como la rabia refulgía dentro de mi pecho subiendo hasta mis mejillas, enrojeciéndolas a un punto que era imposible disimular. Sam supo de inmediato que había metido la pata, por ello no dijo nada más y se quedó cabizbajo, haciendo tiempo, jugando con una de las galletas que se esmeró en traer Sarah.

De momento, pongo mi atención en mi asistente designada, desde el incidente se mantuvo distante, sin embargo, por más que intentaba mostrarse fría como los demás, aun denotaba un vestigio de humanidad, en su caso, algo de nervios cada vez que cruzábamos miradas.

Ella se mantenía en silencio, cerca de la puerta, con las manos entrelazadas, quieta como estatua. Mi respiración se agitó pues tal era la indignación que me inspiraban esos fútiles motivos que todo se salió de mi control. Era insoportable verla ahí como si fuese una clase de tortura, como si no tuviera nada mejor que hacer. Por ello afirmo mis ojos en ella, al notarlo, Sarah se estremece en su lugar, su reacción no me conmueve en lo más mínimo, de manera que me pongo de pie y me dirijo a ella.

— Necesito que salgas — ordeno, poniendo gran peso de amenaza en cada una de mis palabras.

— Señorita… — apenas alcanzó a decir la temerosa mujer.

— ¡FUERA! — gritamos al unísono.

Sarah se tambalea por unos segundos, pero no tardó en salir. Yo contemplo mis acciones pasmada, pues no sólo pude reconocer mi voz hace unos segundos. Como si hasta ahora me diera cuenta, esa ira que germinaba en mi interior no era mía.

Mikele… Desvarío con solo considerarlo.

— ¡Dani! — No reparo en él, hasta que se puso delante de mí con ganas de aprehenderme —. ¿Cómo pudiste tratarla así? ¡Esa mujer sólo cumplía con su trabajo! Hay mejores formas…

— ¿Qué cómo me atrevo? — cuestiono irónica —. ¿Cómo te atreves tú?

Sam me miró impactado por mi reclamo a medias. ¿Por qué rayos le reclamaba? Muy confundida, llevo mis manos a la cabeza y me dejo caer de rodillas, mi mente era un caos, ni siquiera podía pensar con claridad o dar razón a mi susceptible e irritable estado de ánimo. Arremetí sin piedad a alguien inocente. ¡Yo no soy así! ¿Qué me está pasado?

Sin verlo venir, Sam me sostuvo de los brazos para ayudarme a levantar. Me ayudó a volver a sentarme con suavidad — comprendiéndome, aun cuando ni yo misma podía hacerlo conmigo —. Me miró, manteniéndose amable y compasivo.

—Te traeré agua — suscitó —. Respira y no te preocupes, lo resolveremos.

Lo vi marcharse y mientras más se alejaba más gritaba mi fuero interno para que se quedara a mi lado. La ira fue desmantelada por un miedo inmenso y frío que cincelaba los huesos de mis piernas y por lo cual no pude levantarme para seguirlo. ¿De qué se trataba este sentimiento? No podía comprenderlo, pero me alertaba de que algo no andaba bien. ¿Era Mikele el causante? Me pregunté aterrorizada.

Un seco golpe resonó trayéndome a la realidad, me produjo un fuerte vuelco ver que venía del baño. Quise llamarlo, quise preguntarle si estaba bien, pero mis labios estaban sellados, imponerse era difícil pero no imposible por eso intenté ponerme de pie por mi cuenta. Mis piernas eran tan endebles como el cartón, no podían cargarme por mucho tiempo y viéndolo venir me desmoroné, cerré los ojos a la espera del impacto, pero sin imaginarlo, sus brazos me retuvieron antes de caer. Su tacto me erizó la piel y todo mi ser se agitó. En mi cabeza había una imagen clara, y no se trataba de Sam.

Puedo jurar que en un destello vi su sonrisa indescriptible, pues no se parecía a las que solía ocupar cuando estaba con vida.

— Me distraigo por unos momentos, y cuando vuelvo tengo que salvarte — bromeó.

Era él… Mikele.

Mi corazón se contrajo en mi pecho, no me atrevo a levantar la mirada, ¡no puedo encararlo! Cada célula de mi cuerpo grita en estado de emergencia ni siquiera puedo pensar con claridad. De reojo veo como sus manos se afirman de mis brazos, como sus palmas rozan con suavidad mi piel, estimulando hasta el más mínimo folículo. Siento que me falta el aire, es cuestión de tiempo para que desfallezca…

Con lentitud voy cerrando mis ojos…

— ¡Daniela! — exclamó Sam preocupado.

Al reaccionar pude ver el rostro de mi amigo a centímetros del mío. Con su mirada me escrutaba con detenimiento, como si buscara el paradero de mi conciencia dentro de las ventanas de mi alma, disparando en consecuencia mi corazón. Poco convencido, enarcó una ceja y dando suaves palmadas en mis mejillas hizo otro intento para que volviera en mí.

— ¿Dani estás ahí?

Había algo en su voz, o en su mirar… Físicamente era la misma persona, pero ahora lo percibía de una forma distinta. Era un sentimiento similar al miedo, pues se disparaba mi adrenalina dejando mi cuerpo descoordinado, fuera de mi control. Apenas pude asentir, y él me sonrío con algo de picardía, nada sorprendido me ayudó a ponerme de pie y posterior a esto me ubicó en uno de los sillones de la sala de estar. Su cercanía me hacía vibrar, me robaba el aliento, eran tantas sensaciones juntas que todo en mí hacía corto circuito.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.