Estoy sentada, en el sillón de la terraza, bebiendo una copa de vino y a mi lado está Ben, estamos conversando de la visita de su madre, ¡y justo estoy haciendo lo que juré que jamás haría! Estoy llorando sobre su hombro desconsolada.
—Estoy segura de que lo sabías, lo sabías y no me lo dijiste —me limpio la nariz que debe estar roja, por el llanto y el frío.
Ben me cubre las piernas con una manta.
—No, Arah, lo supe apenas hace un par de semanas.
—¡Pero no podemos tener un hijo, Ben! No nos amamos…
—¿Y qué? ¿Cuántos padres se divorcian y se vuelven enemigos hasta el fin de los tiempos? Nosotros hemos hecho un pacto y la hemos llevado bien. Podemos sobrevivir a eso y más.
—¡Hicimos un pacto apenas anoche y ésto está avanzando demasiado rápido! —nuevas lágrimas se asoman y me pongo de pie como impulsada por un resorte— ¡No! ¡Todo esto parece una de esas horrorosas telenovelas en las que todo es un espantoso, aterrador y pavoroso cliché! No quiero esta vida, Ben, yo no la elegí. Debo terminar mis estudios y luego irme, viajar y ser libre, deleitar los paladares de todas las personas del mundo y…
—Cuidar de nuestro hijo —murmura.
Entonces me doy cuenta de que no ha escuchado nada de lo que dije antes y un nuevo ataque de llanto me toma por sorpresa. Vuelvo a sentarme y Ben me cubre con la manta, me mantiene abrazada mientras susurra como un autómata que “todo estará bien”.
No, nada estará bien. ¿En qué momento lo Johnson se hicieron de ella para destruirla?