¡maldito cliché!

22. Junta conciliatoria.

He luchado con todas mis fuerzas para que la semana no transcurra de prisa pero como todos saben es imposible detener el tiempo.

No tengo la mínima intención de acudir a la maldita junta conciliatoria pero misteriosamente los días se fueron en un abrir y cerrar de ojos.

Luca ha estado intentando explicarme que no necesito colgarme "hasta el perico" para ir y es que creo que he abusado un poco con el arreglo. Me he puesto mi único vestido, uno negro bastante ceñido —con el que, por supuesto, apenas puedo caminar— y para cubrirme un kimono con fondo blanco y motivos negros. Luca cree que mi look apesta y me da la opción de ir con unos jeans y una sencilla blusa roja de seda que apenas he usado un par de veces en algún evento importante, luego me extiende el mismo kimono y cuando me lo pongo, constato que él tiene razón, ¿cómo demonios los gays logran tener tanto sentido de la moda? ¡Ahora odio a Luca también! Mi amigo y jefe me da un abrazo antes de salir y me asegura que las cosas saldrán maravillosamente, él está seguro de que lo que piensas es lo que atraes. No sé, quizá debería intentarlo.

Cuando llego al juzgado, evito a Ben, que está de pie a la entrada del edificio. No lleva traje, sino un sencillo pantalón de color caqui y una ligera camisa azul a rayas cuyas mangas ha doblado cuidadosamente a la altura de los codos. Luce genial pero ni siquiera voy a detenerme a saludar. No quiero enfrentarlo ahora. Verlo ahí, de pie, tan entero y sin seña alguna de dolor, me ha acobardado.

El Abogado me hace pasar a la salita de juntas, que es un pequeño espacio que cuenta con una mesa redonda y seis sillas color caoba. Tomo asiento y a los pocos minutos Ben hace su triunfal aparición.

Ladea levemente la cabeza a manera de saludo y yo continúo ignorándolo.

El abogado, cuyo apellido es Abney, extrae una carpeta de su portafolio y la coloca frente a él, luego, sin decir nada, se pone las gafas y abre la boca para decir algo.

—No quiero ninguna conciliación, éste matrimonio está arruinado y quiero terminar de una vez por todas con el —aseguro.

Ben entorna los ojos.

—¿Dónde firmo? —agrego.

—Las cosas no son así, señora Johnson, el matrimonio es una institución. Las diferencias irreconciliables, a las cuales su marido se ciñó para generar la demanda de divorcio, pueden no serlo si alguno de los dos cede un poco. Mi trabajo es evitar a toda costa el divorcio.

—Seamos honestos, Licenciado Abney, usted no quiere que Benjamin y yo nos reconciliemos, lo que realmente quiere es terminar con toda esta farsa para que Ben le pague sus honorarios y pueda usted irse muy tranquilo a gastar ese dinero en parrandas, mujeres o ¡yo qué sé!

—¿Podrías por favor cerrar la boca un minuto? —dice Ben y yo me quedo con la boca abierta— Deja que haga su trabajo.

Me acomodo en la silla y comienzo a jugar con un pequeño mechón de mi cabello, debería dejarlo crecer, eso me facilitaría las cosas.

—Mire, señora Johnson...

—¡Deje de llamarme Señora Johnson! Mi nombre es Arah Burrell y es así cómo debe dirigirse a mí, estoy casada con él pero no pertenezco a su familia.

—Usted pertenece a su familia, señora Johnson, desde el momento en que firmó un acta en la que aceptaba ser su esposa.

—Pues no estoy de acuerdo, las mujeres no pasamos a ser "propiedad" de alguien solo porque firmamos un maldito papel.

—¡Que guardes silencio, Arah, por favor!

Ben ha explotado nuevamente. Eso es lo que causo en él, explosiones por doquier que lo salpican todo.

—Cómo antes decía —continúa el abogado después de carraspear—, mi deber es decirles que romper con una institución como lo es el matrimonio es de pensarse. Sé que no tienen hijos pero el daño que causa a su persona es irreversible. ¿Alguno quiere decirle algo al otro?

—Sí —responde Ben—, por supuesto que quiero decirle algo a mi esposa, porque aún lo eres, Arah— agrega mirándome—. Quiero decirte que nunca quise hacerte daño pero también quiero confesarte algo antes de que terminemos con ésto para siempre. Mi familia nada tuvo que ver con la muerte de tu padre. Cuándo él nos cedió las recetas en contrato lo hizo por dinero. Tu padre solía apostar, es una faceta suya que tú no conoces porque mi padre hizo lo posible por guardar el secreto. Ya casi lo había perdido todo, la cuenta del banco, los muebles, la casa y por ende, corría riesgo de perderte también. Cuándo mi padre le hizo firmar los contratos fue para que saldara sus deudas y tú pudieses tener una vida digna, mi padre quería a tu padre casi como a un hermano, ellos siempre fueron muy cercanos y lo sabes. Mi padre lo salvó de la ruina, solo para que luego volviera a perderlo todo, entonces se enfermó y murió, y esa es la verdad. Lo salvó y lo hubiera salvado cien veces de ser necesario. Ahí tienes tu verdad, Arah, y tengo todas las pruebas para demostrártelo, los comprobantes de pago y los estados de cuenta.



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Editado: 07.09.2018

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