Veo dos hilos muy débiles, el bosque de Luka es algo denso, con almas por aquí y por allá de ambos clanes que anteriormente lucharon aquí, pidiendo venganza con ira y con enojo al ver que la guerra de hace ciclos no acaba, pero es muy extraño ver un hilo pasar por aquí, escondido entre las hojas, hace ya varios milenios que no sucede eso… diría que no existe la reencarnación, pero la he visto, la he presenciado y sé que es real, qué puedo decir… Soy un ángel de la muerte bastante anciano y omnisciente, No con la forma de un espectro envuelto en sombras ni con el filo de una guadaña. No. Yo soy más antiguo que los mitos que me nombran, más viejo que la sangre que riega la tierra en cada guerra. Me gusta ver las vidas de los vampiros, muchos nos encontramos aquí en este bosque cada luna llena para ver la matanza de los vampiros de los clanes: dos clanes han estado en guerra por siglos, bañando las calles de sangre y susurrando maldiciones en la oscuridad. Así que aquí hay mucho trabajo y almas que contar, pero en este caso puedo ver los hilos del destino, pero no sé de quién es exactamente el hilo de las almas atadas que estoy tocando en este instante. Lo acaricio con mis uñas largas y cada vez me parecía más y más débil. No puedo pensar con claridad, hoy habrá luna llena así que los ángeles de la muerte estamos ansiosos de que algo pueda pasar, levanto mi vista y veo a mis compañeros mirar la luna que se alzaba cada vez más, miro hacia el hilo y lo dejo en el suelo alzando mis alas negras que acariciaban el suelo con piedras y tierra mojada, los lobos comienzan a aullar, y sentimos como la tierra y el aroma del ambiente comienza a hacerse más fuerte, me alzo en el cielo para ver las antorchas fluorescentes caminando hacia su punto de encuentro habitual.
Estamos ansiosos, han pasado 134 años desde que los herederos Lucien, el príncipe del clan Noctis, frío como la muerte misma y Elias, el hijo rebelde del linaje Sanguis, una criatura de belleza trágica con ojos que ocultan secretos prohibidos, han nacido y están por encontrarse. Yo estuve en ambos partos que se hicieron al mismo tiempo, y nacieron en la misma hora, justo cuando se había ocurrido la batalla más sangrienta y mortal de todos los siglos de las guerras en el bosque de Luka. Ese día usamos nuestro poder para estar en varios lugares a la vez, fuimos afortunados.
Según un compañero, se iban a encontrar hoy con un ejército de otros soldados bien capacitados, ambos teniendo la misma edad, pero diferente poder, físico y mentalidad.
Bajo otra vez hacia el centro de la batalla al ver que el hilo se hace más fuerte mientras los clanes se acercaban cada vez más, siento intriga… mis pensamientos son confusos, según todos mis conocimientos esto pasa porque los amantes están cada vez más cerca, las luces llegan iluminando todo el bosque, mis compañeros me señalan que es hora de salir de ahí cuando los vampiros no puedan ni siquiera sentirnos, vuelvo hacia el árbol alto joven que nos abrazaba con sus ramas viejas, pero firmes. Miramos la escena.
Ahora lo puedo ver con claridad…
He visto reinos alzarse y caer, he susurrado en los oídos de emperadores en sus últimos alientos, he sentido cómo el alma de los amantes se aferra el uno al otro cuando la eternidad se les arrebata.
Y ahora, los observo.
Dos criaturas forjadas en el odio, en la condena de una profecía olvidada. Lucien y Elias.
Se enfrentan bajo la luna pálida, su silueta recortada contra la niebla espesa que envuelve el bosque como un sudario. El viento se desliza entre los árboles, susurrando su sentencia.
Lucien, el príncipe de Noctis, es una escultura de mármol y sombras. Su piel es blanca como el hueso, sus cabellos oscuros como la medianoche, cayendo en ondas disciplinadas sobre su frente. Su postura es perfecta, calculada, la de un guerrero que nunca ha dudado antes de matar. Sus ojos, de un azul inhumano, brillan con el fulgor gélido de un depredador que no conoce el miedo.
Elias, el hijo maldito de Sanguis, es su opuesto en todo menos en la ira que los consume. Su cabello es de un dorado apagado, como un sol marchito que alguna vez ardió con fuerza. Su piel no es de porcelana, sino de un tono pálido que parece haber visto más noches sin luna de las que debería. Sus ojos… ah, sus ojos. Rojos como la sangre fresca. Una mancha viva de desafío en un rostro esculpido por la guerra y la pérdida.
Ambos están inmóviles, tensos, la distancia entre ellos llena de siglos de odio y un destino que aún no comprenden.
Podría terminar aquí.
Podría llevarme uno de sus alientos con un parpadeo, con una ráfaga de viento. Podría decidir su final ahora.
Pero no lo hago.
Porque incluso yo, un ser que ha visto el fin de todas las cosas, quiero saber qué pasará cuando uno de ellos rompa el ciclo.
Así que espero. Y observo. Y dejo que la tragedia se escriba sola. Esto es emocionante.