"Maleficium"

Capitulo 2

Al verlos acercarse, las luces de las antorchas se hacen más visibles en esta parte tan profunda del bosque de Luka. Siento el viento frío en mi áspera piel, mis compañeros preparan su guadaña afilándola con unas piedras que usamos para suavizar la punta de nuestras armas. Debería hacer lo mismo, me siento en una rama lo suficientemente grande delante del campo de batalla al igual que mis otros compañeros, no sonreímos, poco es cuando sonreímos, aunque unos tienen una sonrisa de oreja a oreja mostrando los colmillos y dientes puntiagudos.
No era mucho de esperar, cuando ambos se miran frente a frente causando que la tensión aparezca y el viento se detenga de repente. Lucien, tan perfecto como siempre, perteneciente al Clan Noctis, marcado con la rudeza y la disciplina en sus facciones tan varoniles, su cabello cae por sus hombros mostrando años de cuidado en él, sus hombres detrás de él se quedan en silencio observando al Clan Sanguis delante de ellos, era como si la tensión pudiera romperse con el suave filo de una guadaña que ninguno de mis compañeros quisiera cortar debido al miedo de ser cortados también.

Elias… oh Elias, hijo del Clan Sanguis, eran tan lindas sus facciones, como si estuviera en un sueño, cualquiera soñaría con él después de verlo por primera vez, sus padres fueron excelentes guerreros que se unieron en amor y no por un compromiso arreglado como las otras culturas y clanes, por ello su forma de ser era diferente a la de Elias.
Ambos se acercan al campo de batalla sin perder el contacto visual, pisando el lugar donde hubo demasiadas bajas, y en algunos árboles colgaban piezas de los huesos de sus aliados y enemigos. Si uno de ellos pestañea podrían perder la primera batalla, siento que me encorvo un poco más para fijarme en sus rostros, ninguno muestra un sentimiento, tan fríos como la blanca nieve misma, cada paso que daban la tierra temblaban y los árboles se estremecían, las estrellas parecían deslumbrar cada vez más enérgicas.
Pero qué es lo que veo, el hilo rojo que estaba debajo de las hojas secas se tensa de inmediato y abro mis ojos con sorpresa, sus… dedos meñiques están atados en un hilo rojo.
Veo a mis demás compañeros que no tienen expresión alguna en sus rostros cansados y ancianos, me calmo, esta es la primera vez en siglos en que me sorprendo. Sin duda estoy viendo algo histórico, no puedo ver el futuro lastimosamente porque si no ya habría afilado mi guadaña para evitar tanta tragedia y enfrentamiento innecesario.
Ambos se miran a los ojos, oh por Dios, es como si Elias supiera de todo esto, apretando sus puños mirando con un gesto vulnerable… a Lucien. —¡Es la primera vez que se ven! Cómo es posible que Elias le demuestre ese rostro a Elias.
—“¿Demuestras vulnerabilidad ante el enemigo? Concéntrate en la pelea” — le susurra Lucien con el ceño fruncido, mirándole con ese gesto frío y cortante.
—“Cómo podría concentrarme… he sentido el peso de una gran responsabilidad desde el momento en que nací” — dice en un susurro también Elias adolorido, apretando su pecho en un puño.
—“Ignora esa maldición, no significa nada. ¡Estamos aquí para pelear!” —rugió con una furia tan gélida que cortó el aire mismo.

Su puño atravesó el espacio entre ellos con precisión letal, golpeando el rostro de Elias, que apenas alcanzó a girar el cuerpo. El impacto hizo crujir el silencio. Elias retrocedió dos pasos, escupió sangre… pero no contraatacó. Solo desenvainó sus armas: dos dagas curvas bañadas en plata ennegrecida. Y sus garras. Aquellas extensiones de hueso filoso que sobresalían de sus dedos como si la rabia tuviera forma.

Los ejércitos detrás de ellos estallaron al mismo tiempo, como si el grito de Lucien hubiera sido el disparo de una guerra congelada durante siglos. Garras contra colmillos, espadas contra escudos, gritos desgarrando la noche.
Pero en el centro del claro, solo ellos dos existían.

Lucien arremetió como una tormenta contenida demasiado tiempo. Patadas, ganchos, fintas, embestidas con la furia digna de un príncipe criado para matar. Elias no atacaba. Solo se defendía. Con destreza, sí. Con precisión, también. Pero sin intención de herir.

¡Lucha! ¡Defiéndete como un maldito guerrero, Elias!” —le gritó Lucien mientras sus ojos centelleaban con rabia pura.

Elias desvió una patada con una de sus dagas, se agachó, giró sobre sí mismo, levantó una nube de tierra húmeda. Saltó hacia atrás. No buscaba matar. Solo resistir. —Me siento confundido…

Desde una rama elevada del viejo árbol, siento cómo mis compañeros alzan sus guadañas para acabar con la vida de algunos de los soldados de los clanes sin importar el bando, siendo imparciales como siempre. Mi guadaña, tan antigua como el tiempo, comenzaba a brillar con un aura oscura. Los nombres de ambos ya vibraban en sus labios. No habría empate. Solo uno podía salir con alma intacta. Esto es un error, no tiene por qué brillar, ¿Elias? ¿por qué no te defiendes?

Lucien lanzó un tajo descendente con su espada, casi cortándole el hombro a Elias. El filo rozó su piel, dejando una línea de sangre que cayó con un sonido demasiado claro. Elias no gritó. Solo bajó sus armas. Sus garras se replegaron.

“¿Qué estás haciendo?” —dijo Lucien, aun jadeando. Su voz ya no era un grito, sino una amenaza que temblaba.

No puedo… —susurró Elias, con los ojos ardiendo en algo más que dolor físico—. “No puedo matarte.”

Lucien frunció el ceño, confundido. Dio un paso atrás.

Siento tenso mi cuerpo, confundido también. ¿Qué es esto? ¿Debilidad? ¿Miedo? ¿Amor? ¿Redención?
Nada tenía sentido.

¡¿Por qué no lo haces?! —tronó Lucien, furioso.
Elias lo miró… y bajó la cabeza, el pecho aún apretado por su propia mano.




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