Malva

Vacuna - lilian

 

 

He dejado de escuchar gritos insanos en las madrugadas. La gente ya no fallece por el extraño virus. Nuestro querido Gobierno ha hecho lo que debía hacer: ha conseguido vacunar a gran parte de la población y los aún infectados han sido aislados. En el canal principal de la televisión anuncian la tranquilidad.

En la tarde noche de ayer fui vacunada. A decir verdad, tengo suerte de tener un familiar experto en medicina, ya que he sido una de las primeras curadas. Otros aún están a la espera de su tratamiento. Mi madre no ha vuelto a casa desde el infierno. Lo que sea ese virus del que tanto está protegiéndome la ha alcanzado en el extranjero en medio de un viaje de negocios. A mi padre, probablemente, también. Confío en mi madre. Sé que en algún momento llegará sana y salva, incluso puede que con mi padre después de tantos años sin verlo.

Como palomitas mientras veo la televisión.

—Todo está controlado, no hay de qué preocuparse. Las vacunas están siendo un éxito y todos estamos bien —comenta el presidente del Gobierno—. El virus ya no puede hacernos daño. Los causantes que están intentando propagar este virus están siendo juzgados, exterminados. No hay de qué preocuparse. Esperamos que hayan recibido ya las medidas que hemos tomado para evitar de nuevo una catástrofe y que sean absolutamente cautelosos con todas las directrices que se les exija desde el Gobierno.

Dejo corriendo el bol en el sofá; el maíz salta y se mete por los huecos. Me quito la manta y salto con ímpetu por encima del reposacabezas. Voy en tirantes en pleno invierno, pero solo quiero salir un momento. Alargo la mano, haciéndome daño, y consigo la última carta del fondo del buzón. Tras quejarme en soledad, entro de nuevo mientras siento el contraste de temperatura. Vuelvo al sofá y noto el placentero calor de la manta por encima de mí y el tono bajo del sonido de la televisión. Abro el sobre rojo con el sello del Gobierno.

 

Queridos ciudadanos:

Queremos informarles de las nuevas medidas que han tenido que implantarse al respecto sobre este desafortunado virus, por el cual hemos debido tomar muchas decisiones. A continuación, enumeramos punto por punto las limitaciones establecidas:

1. Las comidas que se les suministrarán serán realizadas por cocineros profesionales (asalariados a nuestro cargo) y se entregarán en sus domicilios correspondientes tres veces al día: desayuno, comida y cena. No podrán comer entre horas y serán inspeccionados en todas las entregas de comida. En caso de infracción, serán castigados por incumplimiento de la ley vigente durante el estado de alarma.

2. Los medicamentos serán entregados, de nuevo, por profesionales que se encargarán de suministrarles las dosis necesarias.

3. El confinamiento afectará a todos los negocios, exceptuando los de primera necesidad. Más abajo especificamos quiénes pueden seguir abriendo.

4. No se permitirá tener contacto directo entre los ciudadanos y se respetará la distancia reglamentaria.

5. Las horas de suministro de electricidad estarán a nuestro cargo, así como las del agua y gas. (Leer más abajo el horario).

6. Durante el estado de alarma, nadie podrá salir sin certificado de excepción. Esto viene siendo: por permiso para trabajar, permisos excepcionales para pacientes u otros que se especifican al final de esta carta.

Recuerden, ciudadanos, que todas y cada una de las limitaciones son impuestas por su bienestar, salud y esperanza de vida.

Siempre a vuestro servicio.

 

La carta es más extensa. Son tres hojas rellenas de limitaciones y restricciones, aparte de ciertas libertades que, por suerte, aún están disponibles.

Oigo por televisión a la gente entrevistada comentar sobre el tema, quejarse y agradecer a la vez: «Todo es por nuestro bienestar. Además, es una fortuna que nos pongan ellos la comida; es un peso menos para nosotros económicamente».

Me gusta pensar así, como ellos, cada vez que tengo que cerrar los ojos, sobre todo desde el día en el que comenzó toda esta pesadilla, cuando la gente empezaba a sentirse diferente y les costaba respirar. Morían y nadie sabía el motivo. De hecho, aún nadie lo sabe. A pesar de decirnos que todo está controlado, ni siquiera somos conscientes de qué es lo que ocurre. Tampoco de qué forma fue propagado. Y sigue siendo peligroso, pero toda protección es buena para sus ciudadanos.

 

 

Me he quedado dormida durante un buen rato. Las agujas marcan las doce y la luz ha sido apagada. Me apetece una ducha, pero recuerdo que ya no hay agua disponible. Sonrío débilmente por el sueño. Bajo las cortinas, cierro las puertas y quiero seguir durmiendo, pero un estruendo en la puerta de la entrada consigue asustarme.

—¿Sí? —logro contestar medio dormida.

—¿Señorita Lilian Ferch? —La voz suena exigente.

—Sí, soy yo. —Me levanto desconcertada. Voy hacia la puerta y escucho detenidamente antes de abrir.

—Buenas noches, soy inspectora. Quisiéramos saber por qué no ha recibido la cena esta noche.

—¿La cena? ¡Oh, lo siento! Es que no tenía hambre y, bueno, me he quedado dormida.

—Pues debe cenar. Ábrame la puerta.

Acelero el paso para coger algo con lo que cubrirme del gélido frío de la madrugada. Consigo un largo cárdigan de algodón, corro hacia la puerta, la abro y me encuentro a una mujer de pelo canoso que espera con una bandeja limitada de comida. A duras penas, logro ver dos pequeños platos, un postre, agua y una caja muy pequeña en medio.

—La próxima vez ábranos antes. —Me mira con ojos felinos—. No se lo repetiremos una segunda vez. Ya se le ha comunicado por carta cuáles son sus prioridades.

—Sí... —digo, comiéndome las palabras.

—Tome, que le aproveche. —Sonríe, y siento que lo hace forzadamente—. Esta caja contiene una pastilla que sirve de defensa contra el virus. Deja restos en su organismo, por lo que si no ha sido ingerida, nos enteraremos, así que es mejor que se la tome. Vamos, puede tomársela ya.




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