Malva

Pacto

 

 

Tras la puerta veo asomarse una cabeza con una melena recogida en una cola perfecta que parece estar hecha recientemente y untada con quilos y quilos de gomina. Es una chica rubia, con los ojos igual que él y los labios rosados. Le sonríe, deja un neceser en sus manos y se retira sin mirarme ni una sola vez. Me siento extraña ante tales seres.

Coloca el neceser lleno de cosas a mi lado y vuelve a su postura. Está sentado, con un pie apoyado en la rodilla contraria, y se rasca por el calor. No aguanta más y acaba sacándose el pasamontañas.

—Es hora de que me presente. Sería un maleducado si no lo hiciera. Mi nombre es Karl.

En cuanto se quita la tela violácea que oculta su rostro, su piel clara contrasta con ese color de ojos tan peculiar. Sus mejillas están sonrojadas por el agobio, aunque pronto se le pasa y se dedica a contemplar cómo lo miro detenidamente. Su físico es algo que me deja estupefacta. Su pelo es moreno, del color del carbón, corto por los lados y rizado por la parte de arriba de la cabeza. Sus ojos, de un tono malva, destacan irremediablemente en ese rostro tan atractivo. Se remueve el pelo con brusquedad para ponérselo decente y, por primera vez, sonríe ante mis ojos, llenos más de curiosidad que de miedo. El cuello de su camisa está revuelto, pero eso no consigue apagar la intensidad de su belleza masculina. Los pantalones tejanos los lleva ajustados, como los míos, y un poco rasgados. Sin darme cuenta, me he quedado embobada mirándolo, con la sábana por encima de mis hombros. Aunque tenga ganas de sonreír, no lo hago.

—Mi función es vigilarte de aquí en adelante. —Continúa sonriendo.

—¿No me digas? No se nota —refunfuño.

—Seguiremos con este precioso interrogatorio cuando haya terminado de hacer una cosa que tiene máxima prioridad —añade con sarcasmo.

—¿Qué vas a hacerme? —Retrocedo unos milímetros.

—No te quejes demasiado.

—¿Qué?

No espero tal reacción, soy lenta, y él ha tardado poco en levantarse, sacar del neceser una jeringuilla vacía, poner sus dedos sobre mi piel y rellenar el tubo de ese líquido que me inyectaron en la consulta. Noto que por debajo de sus dedos crea un calor que hace que atraiga ese líquido. No tengo constancia de cómo está logrando eso, pero claramente podría arriesgarme a decir que está haciendo magia.

—¡¿Qué haces?! ¡Eso lo necesito! —Está quitándome algo así como el líquido que me inyectaron.

—Eso no es necesario. Nunca lo ha sido. Tendrá que ser capaz de darse cuenta por sí misma de la realidad, señorita Ferch.

Quiero ser más rápida esta vez, pero él se mueve a la velocidad de la luz y me clava una jeringuilla distinta rellena de un líquido lila en el otro tobillo, donde aún puede apreciarse el tatuaje de una flor.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Suéltame!

—Bonito tatuaje —me vacila mientras retira la aguja sin problemas, aunque yo haya intentado impedírselo.

Al poco rato, siento un calor intenso en mi interior. Sube desde abajo hacia la cabeza, revolucionando todo mi cuerpo. Me dan ganas de saltar, vociferar y llorar de alegría. Es como si tuviera toda la energía.

—No entiendo qué quieres de mí.

—No te queda otra que escuchar el pacto que voy a proponerte, ya que volverás a casa si haces lo que te pedimos. Tendrás tiempo de recoger ciertas cosas. Estoy seguro de que quieres volver con tu especie. —Restriega un algodón mojado en alcohol por mi herida.

—No volveré aquí. —Me siento amenazada—. Sea lo que sea, no lo haré.

—No tiene opción, señorita Lilian. Es muy simple, si quieres volver con tu especie, tendrás que acatar nuestro pacto. Es sencillo. Solo queremos que le inyectes esto —señala la jeringuilla— a un objetivo. Necesitamos que una de tu especie se infiltre y nos ayude, y esa eres tú.

—¿Qué? Estás alucinando. ¡No voy a inyectarle esa mierda a nadie! ¡¿Quiénes cojones sois?!

—Ya te he dicho que no tienes opción. Tras tu detención, no tardarán en ir a buscarte de nuevo. Ahora nosotros nos encargamos de tu protección, siempre y cuando sigas nuestras órdenes, claro. Volveré cuando lo tengas claro.

Se levanta y guarda la jeringuilla en la mochila de nuevo. Me da asco verlas, perfectamente guardadas y etiquetadas.

Una vez que ha acabado de poner todas las cosas bien y se va a ir por la puerta, le grito en el último momento y se gira sobre sus talones:

—Está bien, lo haré. —«Cuando esté fuera, tendré tiempo para huir», pienso.

—Perfecto.

Aparto la sábana, suspiro y tiemblo a la vez. No dejo de hacer un gesto rotatorio con las piernas cruzadas. «Tendré tiempo para huir —me convenzo—. Iré a la frontera, cogeré un vuelo hacia donde está mi madre y allí me apañaré para encontrarla».

—Por ser la primera vez, solo será un objetivo.

—Contéstame a esto: ¿Por qué lo hacéis?

—Céntrate en el plan, es tu único propósito. ¿Entendido? —Suspiro, maldigo y vuelvo la vista hacia sus manos. Ha abierto un álbum repleto de fotos, informaciones y direcciones—. Este es Morgan, tu objetivo.

—¿Un alto cargo? ¡¿Qué estás diciendo?! —Me asusto y lo miro.

—Te proporcionaremos medios dentro de dos días para llegar hasta él. ¿De acuerdo? Por ser la primera vez, yo iré contigo.

—¿Qué tipo de medios? ¿Y por qué yo? ¿Por qué me escogéis a mí?

—Eso es información confidencial, no puedo contártelo. Estás con nosotros para salvar tu vida. No somos amigos.

—Esto es una locura... ¿Y por qué queréis inyectar esto? ¿Queréis matar nuestro mundo? ¿Sois vosotros los que nos habéis hecho esto? ¿Vosotros habéis hecho que muera nuestra gente?

—Cíñete al plan. Y no dejes de pensar que estaremos vigilando cada paso que vayas a dar.

—No puedo hacerlo. Estás pidiéndome que propague el virus. Es una locura.

—¿Estás preparada? —Se levanta, a la espera de mi respuesta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.