Malva

Entre las montañas

 

 

Está oscuro. Solo veo sus ojos lilas mirarme de vez en cuando para saber si voy detrás de él. Choca las palmas y un conjunto de haces de luz va encendiéndose en lo más alto del pasillo. Las paredes están decoradas con grafitis y con pinturas urbanas, y el resplandor tenue de las luces les da un toque divertido.

Piso sin querer una lata de cerveza. Acabo de entrar y ya estoy empezando a hacerme notar, pero no parece que a Karl le disguste, sino todo lo contrario, pues se ríe como si conociera quién ha dejado esa lata ahí. Reflexiono e imagino que debe ser una manera de decir: «Ya estamos aquí». Una simple alarma.

Se quita las mochilas de los hombros y las deja en una mesa cercana a la puerta. Encima hay cajones grandes, con ciertas iniciales, y del mismo sobresale un arma. Tiemblo al verla y pienso: «¿Dónde te has metido, pequeña Lilian?».

Está contento. Sonríe y parece que espera la llegada de alguien.

—¡Karl! —Una muchacha se abalanza sobre él.

Es la chica que estuvo cuando me secuestraron. La inspecciono mientras se abrazan. Se miran y ella le regala un dulce beso en los labios. Karl se ha quedado a la espera de la pregunta que va a hacer ella; sabe que va a preguntar por mí:

—¿La has salvado? ¿No te dije que la abandonaras? ¡Era un suicidio! —Se lleva la mano al pecho.

––No podía hacer eso. Ya lo sabes.

Me hago la desinteresada cuando intenta buscarme con la mirada llena de ira. Miro el suelo mientras le doy vueltas a la información que obtengo mientras charlan sobre mí:

—¡Pero ya me ves! Sabes que me encantan las emociones fuertes. —Le sonríe.

—Ya veo. —Deja de mirarlo—. ¿Y tú eres...? —se dirige a mí.

Esta vez me toca responder. Ha dejado de mirar a su amado y frunce el ceño. Está rabiosa por algo y tiene que ver conmigo; no se me escapa. No soy bienvenida aquí. De hecho, no sé qué hago aquí. No pertenezco a lo que sea que sean estos seres y lo que hayan venido a hacer a nuestro planeta.

—Soy Lilian. Encantada. —Le ofrezco mi mano, pero no recibo nada a cambio.

—Yo soy Alie. —Me mira con una sonrisa torcida.

Es cruel; se lo veo en los ojos, en la manera de moverse, que es distinta. Coge de la mano a Karl. Me quedo al margen, aunque los sigo de cerca en busca de alguna explicación convincente sobre qué hago aquí. Las luces se tornan más fuertes, el espacio cambia. Tras la puerta de madera simple hay un salón grandioso y glamuroso. Da la sensación de que nadie de los míos puede acceder a este lugar. Oigo las risitas bajas de Alie mientras miro el techo tan elevado de la estancia. La mesa es larguísima y de una madera fuerte. Las sillas parecen ser cómodas y de diseño. Hay televisión, equipo musical, ordenadores y los últimos móviles tecnológicos. No son una tribu de antaño; son el puro futuro. Tienen cosas que no he visto en mi lugar de origen. ¿Quiénes se supone que son? Estoy empezando a delirar.

Aparece un hombre de mediana edad. Su piel también es clara y su pelo, oscuro. Lo lleva bien cepillado hacia atrás y viste con una gran elegancia. Él es, simplemente, diferente a Karl. Desprende serenidad y bondad.

—Ya estás aquí. ¿Así que tú eres Lilian?

—¿De qué me conoce? —Mis dedos tiemblan.

—Tuve que rescatarla de esos energúmenos —comenta Karl. Con aire chulesco, se lanza al sofá con todo su peso, le sonríe a Alie y se abrazan. Me mira tras haberme dedicado una sonrisa traviesa.

—Yo soy Make. Soy un líder para esta familia que vas a conocer, pero no por eso hacen lo que quiero. Es más, muchos no hacen ni caso. —Mira a Karl de mala manera.

Surge una risa tonta de mi interior. Por un momento lo he perdido de vista, pero segundos después regresa con una lata de cerveza en sus manos. Recuerdo la que he pisado en el pasillo oscuro y confirmo que estaba en lo cierto.

Deseo que alguien hable, que me transmitan la información necesaria que me haga sentirme algo menos confusa, pero nadie dice ni una palabra. Make se ha quedado saboreando la cerveza en el sofá, los dos enamorados siguen viendo un canal de noticias sobre mi mundo en la enorme televisión, abrazados, y yo continúo con un brazo apoyado en una silla alta del salón. Muevo la cabeza de lado a lado, impotente, y vuelvo a derrumbarme.

—¿Alguien... quiere decirme qué... hago aquí? —balbuceo.

—Tome asiento, señorita. —Make me hace un gesto amable.

Estoy demasiado nerviosa para sentarme, pero aun así acabo apoyando la espalda en el asiento y descanso por unos segundos los ojos. Todos están mirando la pantalla, donde están retransmitiendo las últimas noticias. Pienso en cuántos más habrá como ellos. La mesa es larga, la cocina es grandiosa y todo en sí es inmenso, parece irreal. ¿Cómo puede haber esta casa en el interior de la montaña?

Oigo ruidos provenientes de una especie de pasillo. Se trata de pisadas. Son muchas, demasiadas. De nuevo, tengo el corazón encogido y pienso: «Ya nos han encontrado». Pero los demás no se mueven, ni una sola pestaña, a pesar de escuchar tremendos golpes.

Make sonríe ante mi reacción, pero sigue sin mirar hacia atrás, como lo hago yo. Lo miro con gesto de sorpresa.

—Ya estamos de vuelta.

Tres chicos se topan con mi presencia. Su gesto es de sorpresa, pero ríen con picardía y sueltan las armas que llevan en las baldosas del suelo brillante. Se miran entre ellos, me miran a mí y sonríen de nuevo. Pero eso no es todo. Ahora oigo zapatos de tacón acercarse detrás de ellos. Aparecen tres chicas vestidas con ropa oscura, como cuando vi a Karl la primera vez. Parece como si todo esto fuera un sueño, una gran película de ciencia ficción.

—¡Tenemos una invitada! —comentan las tres chicas.

—Hola. —Intento ser amable.

—Ella es Lilian. —Make se encarga de las presentaciones—. Lilian, estas son Naila, Maya y Veril. —Mira ahora hacia los chicos—. Y estos son Dan, Nake y Hayan.




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