Malvada Belleza

Capítulo 2. Manija negra.

Mi ruidoso despertador no ha sonado todavía, supongo que se ha descompuesto ya que es muy puntual con su bullicio matutino el cual me obliga levantarme todos los días a las cinco de la mañana para asistir al gimnasio.

Muevo una mano con algo de dificultad, percibo una molestia sobre esta. Junto mis cejas y las separo en repetidas ocasiones, lentamente abro los párpados; la luz blanca del techo me deja casi ciega al ser lo primero que veo; poco a poco mi vista va enfocándose en todo lo que me rodea. La pregunta ganadora del premio grande surca mi mente: ¿dónde estoy?

Quedo sentada abruptamente sobre lo que parece ser una camilla, inhalo profundamente una vez, reconozco el olor al hospital a tan solo segundos pues es bastante familiar para mí; me sostengo la cabeza, puedo sentir con la punta de mis dedos un pequeño parche en el lado izquierdo de mi frente. De repente, los esquemas mentales van organizándose uno a uno para dar paso a mis ideas y recordar todo lo que ocurrió ayer. Ni siquiera estoy en mi hogar, acabo de llegar a un lugar que no está ni los mapas más modernos de este siglo, si hasta el GPS se vio abatido por esta inhóspita ubicación.

Coloco mis pies sobre las blancas y frías baldosas de la habitación; cierro un ojo y desconecto la intravenosa, sale un poco de sangre al hacerlo, si bien, no importa, solo tengo que regresar a la vía y llegar a la casa en la cual se supone ya debería estar.

—Señorita —aparece una enfermera de ya avanzada edad, su mirada desaprobatoria me hace recordar a Nana cuando no comía apropiadamente—. Dios mío, debe quedarse en cama —pretende tocarme, pero no se lo permito.

—¿Dónde estoy? —le pregunto.

—Por favor, vuelva a la cama. —Sacudo mi cabeza.

—Tengo que irme —miro hacia abajo, aún tengo mi ropa puesta, analizo mi entorno tan veloz como puedo, sin embargo, no veo mis tacones—. ¿Dónde están los zapatos Coco Chanel de color negro? —son demasiado importantes, no por su marca, sino porque fueron el último regalo que me dio mamá.

Erróneamente pensé que, si los usaba hoy, me traerían buena suerte.

—Todas sus pertenencias están en información. —Me limito a asentir.

Me llevo las manos a los oídos, no tengo los aritos, veo mi muñeca izquierda, tampoco traigo el reloj ni mi anillo de grado escolar, solo está el anillo que me regaló mamá hace muchos años, recuerdo otro accesorio más y lanzo mi mano con rapidez hacia mi cuello, el colgante tampoco esta en su lugar.

—Gracias.

Estoy por salir de la habitación cuando me encuentro con un hombre justo tras la puerta. Debe rondar los cuarenta a cuarenta y cinco años, tiene unos ojos azules bastante penetrantes y sus cejas le dan un toque de malo, claro, también lo hace su ceño fruncido y su barbilla cuasi cuadrada.

—Vaya, parece que ya despertó —enuncia sin expresión alguna en su rostro, pese a que el comentario pareciese divertido ni sonríe.

—¿Usted es?

—El doctor Williem Hannlek —se presentó—. ¿Usted es? —repite mi pregunta casi en el mismo tono.

—Darcy Forrester.

—Señorita Darcy, me parece que debería considerar volver a la cama —me apresuro a negar con la cabeza.

—Tengo que ir a un lugar y esperar a mis hermanos, lo siento —formulo palabra rápidamente.

—Más lo siento yo, pues no puedo dejar que se marche así —me contraria.  

—Vale, tengo que irme y usted no puede retenerme a la fuerza. —Dios, ni sé qué hora es, solo sé que el hombre del servicio social traerá a los chicos y revisará la casa que ni yo conozco.

—No lo estoy haciendo —habla—. Solo le sugiero que se siente un momento, me permita hacerle un chequeo para que pueda marcharse al lugar que necesita con tan notoria urgencia —resoplo por sus palabras y testarudez; sin embargo, soy bastante consciente que solo está haciendo su trabajo.

—¿Qué hora es? —Me intereso en saber.

—La madrugada, no sé la hora exacta, pero deben ser alrededor de las cuatro de la mañana. —De razón este lugar se oye tan silencioso y siniestro.

—Vale, accedo a hacerme el chequeo. —Solo porqué aún tengo un poco de tiempo.

—Adelante, entonces. —Señala la camilla.

Me siento en esta por lo que el procede a examinarme los reflejos, la presión y los latidos de mi corazón; la enfermera se va de la habitación en algún momento y luego regresa con mis pertenencias.

—Parece que se encuentra bien, tuvo suerte de que la encontraran esos chicos a tiempo —expresa el hombre, pero no le presto tanta atención—. ¿Podría decirme a que debemos su visita por este pueblo olvidado? —crea una pregunta bastante fuera de lo común para un chequeo médico.

—Me mudo aquí —respondo a la par que él llena una tabla médica.

—Vaya —susurra mostrándose más expresivo—. No pensaba que este lugar sería llamativo para una chica de ciudad —le devuelvo un vistazo sin expresión alguna, si sabe que soy una chica de ciudad es porque debió inmiscuir sus manos en mi bolsa.

—A veces no se tienen muchas opciones. —De alguna manera estoy siendo un poco irónica con él, cosa la cual no creo se merezca.



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En el texto hay: banshee, brujas, hombrelobo

Editado: 23.04.2021

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