Mamá

Mamá

—Quiero volver para mi cumpleaños.

Mamá continuó cebando el mate como si no me hubiera oído.

Volví mi atención a la tranquilidad del lago y limpié el sudor de mi frente. Poco tenía que ver con el calor sofocante del verano.

—¿Por qué ese cambio de planes? —preguntó mamá.

—Quiero estar con mis amigos. Tres meses acá es un montón de tiempo.

El nuevo año había comenzado y, como hacíamos desde que tenía uso de razón, mamá y yo pasábamos los tres meses de vacaciones en Santa Fe. En la casa que le había pertenecido a mi abuela y mamá había heredado.

Era una casa pequeña, equipada con lo esencial. Dos habitaciones. Un comedor-cocina y baño. Sin embargo, no era la edificación en sí la razón por la que se había convertido en nuestro sitio habitual de vacaciones, sino el lugar donde estaba ubicado.

Saliendo de la casa, cruzando una calle de tierra, se encontraba el lago.

El lago donde pasábamos la mayoría de nuestras tardes. Tomando mate, charlando, viendo a los vecinos pescar. A veces nosotras practicábamos esta actividad; cuando teníamos ganas de usar la canoa. Los pocos vecinos que teníamos; porque otra gran característica de esta zona de Santa Fe era la privacidad.

Eran pocos los habitantes y el espacio entre las casas eran importantes. Allí nadie se enteraba lo que sucedía entre las cuatro paredes de la casa más cercana.

—¿Y después qué hacemos?

—Nos quedamos en Buenos Aires —respondí. Había practicado esta conversación en mi cabeza desde que habíamos llegado—. O yo me quedo en Buenos Aires con Clara y vos podés volver, si querés…

Había arreglado con Clara. Ella y sus padres estaban contentos por recibirme si lo necesitaba.

—Parece que ya lo tenés todo planeado —comentó, pasándome el mate.

Lo agarré con ambas manos.

—Son mis últimas vacaciones antes de que empiece el último año. Quiero estar con mis amigos —susurré.

Mamá tomó aire. Esperé porque comenzara una lluvia de preguntas.

—Está bien —dijo finalmente—. Podemos volver unos días antes, ¿te parece bien?

Quise responder que estaba perfecto, pero las palabras me fallaron, por lo que me conformé con un gesto.

Había salido mejor de lo que esperaba. Mucho mejor.

Era la primera vez que le pedía que interrumpiéramos nuestra rutina. Y, además, también le estaba pidiendo permiso para quedarme en la casa de una desconocida para ella; algo que nunca antes había hecho porque sabía cuál sería la respuesta.

Supuse que la había malinterpretado todos estos años.

 

Cené con mamá, y alrededor de las diez y media de la noche fui a mi habitación para ver un poco de televisión antes de irme a dormir como era normal. Esta vez algo cambió. Le mandé un mensaje a Clara contándole que pasaría el resto de las vacaciones en Buenos Aires, conversamos un poco y después me quedé dormida.

La serenidad de mi sueño y noche fueron interrumpidas en algún momento. Abrí los ojos con cuidado de no mover ninguna de mis extremidades y noté una silueta desconocida en mi habitación. Tardé unos segundos en acomodar mi visión a la oscuridad. Cuando lo logré, me di cuenta que se trataba de la bata de noche que usaba mamá. Era ella, de pie junto a mi cama. Sin moverse. Sin hablar. Simplemente estaba ahí, observándome.

Algo en mi interior me prohibió moverme.

Cerré los ojos, esperando a que se fuera.

Varios minutos pasaron hasta que la puerta de mi cuarto se cerró.

 

Ninguna mencionó el altercado de la noche anterior. Supongo que mamá no sabía que yo la había visto y yo, no tenía idea de cómo abordar el tema. Nunca había visitado mi cuarto para observarme dormir, al menos no que yo supiera.

—¿Hace cuánto conocés a Clara? —preguntó.

—Desde primaria… —respondí con cierta inseguridad. Mamá sabía quién era Clara, incluso cuando nunca se había tomado el tiempo de conocerla más allá de saber su nombre. Era mi amiga de la infancia—. ¿Por qué?

—Por nada. —Negó con la cabeza—. Nada más me sorprende que de repente quieras pasar las vacaciones con ella.

—Quiero hacer algo diferente, nada más.

No respondió. Tampoco me dirigió la palabra durante todo el día.

Era la primera vez que se comportaba de esta manera. Pensé en llamar a Clara, contarle lo que estaba pasando y decirle que capaz la mejor opción era cancelar los planes, pero mi amiga no me lo permitiría.

Clara conocía lo suficiente a mamá y me prohibiría quedarme el resto del verano con ella.

 

Aquel día no nos dirigimos palabra. Varias veces intenté entablar conversación, aunque no sabía muy bien qué decir. Comenzaba a sentirme culpable por la decisión que había tomado, ¿y si no se sentía bien y por eso no quería que me fuera? ¿Y si le pasaba algo mientras yo no estaba?

Por la noche me acosté con un dolor de cabeza punzante debido al malestar.

Tal como había sucedido la noche anterior, la sensación de algo fuera de lugar me despertó y, una vez más, me encontré con la silueta de mamá parada junto a mi cama. Observándome. Esta vez, cerré los ojos de inmediato. Algo en mí me decía que no debía enterarse que estaba despierta.

No volví a dormir. Y mamá no se movió hasta que se acercó la hora de levantarme.

 

La situación se volvía cada vez más tensa. Mamá no me dirigía la palabra en absoluto. No me miraba. No se percataba de mi presencia. Era como si no existiera, como si estuviera ella sola en aquella casa de Santa Fe.

A medida que las horas pasaban y la noche se acercaba, en mí crecía cierta inquietud. ¿Y si le mandaba un mensaje a Clara contándole? ¿Y si le decía a mamá que no iba a ir, que me quedaría con ella?

Pero por más fundamento que estas hipotéticas decisiones tenían, no podía permitirme decir nada; porque en realidad no quería hacerlo, quería mi independencia y elegir dónde y con quién estar.



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En el texto hay: miedo, madre, miedo y suspenso

Editado: 01.08.2022

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