El secuestro perfecto no existía. Pero si existiera, desde luego éste no sería un candidato.
Los esbirros de Luciano Lombardi, *il Diavolo di Napoli*, el mafioso más temido de Italia, tenían una misión sencilla: secuestrar a Bianca Moretti, su prometida, y llevársela discretamente a Nápoles antes de que cambiara de opinión sobre el matrimonio. Un trabajo limpio, rápido, sin testigos.
Pero había un problema.
O mejor dicho, tres.
Estacionamiento del Supermercado.
Gino, el supuesto cerebro del operativo (si es que a un hombre que confundía el GPS con un juego de tragamonedas se le podía llamar así), ajustó los binoculares mientras observaba a una mujer rubia salir del supermercado.
—Che, Gino... ¿el jefe dijo algo de que la novia tenía hijos? —preguntó Toni, el otro secuestrador, cuya experiencia en secuestros se limitaba a haber visto Todos los hombres del padrino en Netflix.
Gino frunció el ceño. La mujer arrastraba a un niño que gritaba:
—¡Mamá, el Wi-Fi del vecino tiene mejor señal que el nuestro!
A su lado, una adolescente sollozaba mientras tecleaba frenéticamente en su teléfono:
—¡Dos likes! ¡SOLO DOS! ¡Y uno es mío!
Gino se rascó la barbilla, dubitativo.
—N-no lo sé, Toni —musitó—. Pero mira, tiene el pelo claro como en la foto... y camina como italiana. ¿Quién más tendría ese aire dramático?
Toni asintió con dudas.
—Además, el jefe dijo que era familiar. Capaz se refería a que tenía... familia.
Gino tragó saliva.
—Entonces... ¿nos llevamos a todos?
Un silencio incómodo se extendió entre ellos.
—Sí.
—¿Incluyendo a la adolescente que está llorando por un filtro?
—...Sí.
—¿Y al niño que acaba de piratear el teléfono del policía de ahí?
Gino miró hacia donde Toni señalaba. El pequeño, de no más de diez años, estaba agachado junto a un coche patrulla, conectando un cable USB al teléfono de un agente distraído.
—¡Dio santo, sí! —exclamó Gino, resignado.
Y así, con más dudas que un turista pidiendo pizza con piña en Nápoles, los dos matones más incompetentes de la Cosa Nostra se lanzaron a la acción.
Con movimientos torpes, se acercaron a la mujer, que cargaba bolsas llenas de comida mientras intentaba calmar a su hijo.
—Scusi, signora —dijo Gino, tratando de sonar convincente.
La mujer los miró con desconfianza.
—¿Sí?
—Perfetto —sonrió Toni, mostrando una pistola mal escondida bajo su chaqueta—. El señor Lombardi manda saludos.
Marian palideció, por la pistola al mirarla.
—¡Luciano! ¿Pero yo no conozco a ningún Luciano?
—Eso lo discutirá con él en Nápoles —dijo Gino, intentando sonar profesional—. Por favor, suba al coche.
—¡Mamá, quiénes son estos tíos tan cutres? —preguntó el niño, dejando el teléfono del policía.
—¡Cállate, Dani! —gritó la adolescente—. ¡Esto es mucho más interesante que mi TikTok!
Gino y Toni intercambiaron miradas.
—Andiamo —susurró Gino, abriendo la puerta del coche—. Todos adentro.
Gino sacó un pañuelo con cloroformo (comprado en Amazon con críticas mixtas). Mientras Toni se ajustó el cuello de la camisa, nervioso.
—¿Y si nos equivocamos?
—Non importa! Secuestramos ahora, preguntamos después.
Con la sutileza de un elefante en una tienda de cristales, Gino se abalanzó sobre Marian, tapándole la boca con el pañuelo.
—Nnghh! —protestó ella, forcejeando.
—¡MAMÁ! —gritó el niño, Dani, antes de que Toni intentara callarlo… con una mano en la boca.
—¡Cállate, mocoso, o… o…! ¡QUE ME ESTÁS CHUPANDO LA MANO, ENFERMO! —escupió el niño, mordiendo a Toni, quien soltó un alarido.
Mientras tanto, la adolescente, Valeria, ni siquiera levantó la vista del teléfono.
—Uff, qué dramáticos —murmuró, grabando todo en directo—. Oye, ¿esto cuenta como contenido de true crime?
Gino, sudando, arrastraba a Marian hacia la auto, pero ella, en un movimiento experto de madre acostumbrada a lidiar con berrinches, le dio una rodillazo donde más le dolía.
—*MADONNA SANTA!* —aulló, doblándose.
Lo que no sabían:
Marian no era Bianca Moretti. Era una madre soltera que, en ese mismo instante, maldecía su suerte por haber comprado leche caducada.
Dani, su hijo de 10 años, ya había desactivado mentalmente tres sistemas de seguridad del maletero donde los meterían.
Valeria, su hija de 16, estaba entre el pánico y la emoción (¿Esto cuenta como contenido de true crime?).
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Editado: 25.06.2025