El coche de los secuestradores olía a salami rancio, menta falsa (Toni insistía en que los chicles aromatizados eran gourmet) y el aura de derrota que emanaba de Gino, quien seguía retorciéndose en el asiento del conductor después del rodillazo de Marian.
—¡Te dije que no era ella! —gritó Toni desde el asiento del copiloto, frotándose la mano mordida—. ¡La novia del jefe no tendría un mocoso que escupe como un llama!
—¡Yo no escupí, te mordí! —corrigió Dani, orgulloso, mientras sus pies colgaban del asiento trasero—. Y fue un 8/10, porque tu mano sabe a cebolla.
—¡Cállate, Dani! —chilló Valeria, aunque sin mirar del teléfono—. Oye, ¿Ustedes son mafiosos de verdad o esto es como un prank? Porque si es un prank, es el más random que he visto.
Marian, atada de manos (con una corbata de polyester que Toni había comprado en una gasolinera), respiró hondo. No era la primera vez que un hombre la llevaba contra su voluntad a un sitio, pero normalmente eran citas malas, no secuestros internacionales.
—Miren, señores... —dijo, con la voz más calmada que pudo—. Creo que hay un pequeño error. Yo no soy Bianca.
—¡Claro que si! —Gino gruñó, cambiando de marcha con más fuerza de la necesaria—. ¡Además eso exactamente lo que diría Bianca!
—No, en serio —insistió Marian—. Yo soy Marian Montevende. Americana, Estadounidense. Trabajo en Call Centers y mi mayor crimen es haber usado lejía en colores.
—¡JA! —Toni se volvió, señalándola con un dedo aceitoso—. ¡Eso es lo que un espía diría!
—¿Un espía? —Marian parpadeó—. ¿De qué, de Mercadona?
Dani, aburrido, empezó a jugar con el GPS.
—Oye, esto está en italiano —murmuró—. Svolta a destra. ¿Eso es un insulto?
—¡NO TOQUES ESO! —gritó Gino, intentando quitarle el dispositivo, lo que provocó que el coche zigzagueara como un borracho en una discoteca.
—¡Mamá, el señor gritón no sabe conducir! —anunció Dani, como si estuviera comentando el clima.
—Lo sé, mi amor —susurró Marian, con una sonrisa tensa—. Pero los adultos a veces... fallan.
—¡Yo no fallo! —Gino golpeó el volante—. ¡Soy el mejor secuestrador de Nápoles!
—¿De Nápoles o de Nerples? —preguntó Valeria, levantando por fin la vista—. Porque esto parece más TikTok de fail que El Padrino.
Toni, desesperado, sacó su teléfono.
—Voy a llamar al jefe. A ver qué hacemos con... esto.
Mientras marcaba, Dani se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con malicia.
—Oye, señor Secuestrador... ¿sabes que tu teléfono tiene un virus?
—¿QUÉ? —Toni miró su pantalla, donde de repente apareció un gif de un burro bailando flamenco.
—Sí, un virus muy malo —continuó Dani, con voz de médico dando un diagnóstico terminal—. Pero por 20 euros, te lo arreglo.
—¡¿20 EUROS?! ¡Te doy 20 bofetadas!
—¡Toni, enfócate! —rugió Gino—. ¡El jefe está al teléfono!
En efecto, la voz grave de Luciano Lombardi resonó en el altavoz:
—Dimmi, Toni. Avete preso la mia Bianca? (Dime, Toni. ¿Conseguiste a mi Bianca?)
Toni sudó como un helado al sol.
—Ehh... Sì, capo! Pero... hay un piccolo problema. (Ehh... ¡Sí, jefe! Pero... hay un pequeño problema.)
—Problema? (Problemas)
—Sì... lei ha... portato degli amici. (Sí... ella... trajo algunos amigos.)
Un silencio mortal.
—Amici? (¿Amigos?)
—Mmm... più che amici... famiglia? (¿Mmm... más que amigos... familia?)
Otro silencio. Luego, un rugido que hizo temblar el coche:
—FAMIGLIA?! CHE CAZZO SIGNIFICA?! (¡¿FAMILIA?! ¡¿QUÉ COÑO SIGNIFICA ESO?!)
Gino, pálido, le arrebató el teléfono a Toni.
—Scusi, jefe! Pero... la signora ha dei bambini. Molto... intelligenti? (Disculpe, jefe. Pero... la señora tiene hijos. ¿Muy... inteligente?)
—BAMBINI?! (¡¿NIÑOS?!) —Luciano sonaba al borde de un infarto—. Io vi pago per un lavoro PULITO! (¡Te pago por trabajo LIMPIO!)
—Sì, pulito! (si, limpio) —mintió Gino, mirando a Dani, que ahora desmontaba el control de la radio—. Solo un po' di... rumore. (Sólo un poquito de... ruido)
—RUMORE?! (¿¡RUIDO?!)
En ese momento, Valeria, aburrida de no ser el centro de atención, gritó:
—¡OIGAN, SI ME VAN A MATAR, POR LO MENOS DEJENME HACER UN VIDEO DE DESPEDIDA!
—CHE COSA?! (¿Qué?)—rugió Luciano.
—¡No, no, jefe! —Gino forcejeó con el teléfono—. ¡Es la... eh... sobrina de Bianca!
—¡Yo no tengo sobrinas! —protestó Marian.
—¡CÁLLATE! —chillaron Gino y Toni al unísono.
Dani, aprovechando el caos, le susurró a su hermana:
—Oye, Valeria, ¿cuánto crees que pagarían en Dark Web por estos tíos?
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Editado: 25.06.2025