El silencio en la sala era tan denso que hasta Dani, por una vez, se quedó callado. Luciano Lombardi observó a su nuevo "personal" con la misma expresión con la que uno mira un plato de comida sospechoso en un restaurante de dudosa reputación.
—Bien —dijo, ajustándose los puños de la camisa con un movimiento que hacía pensar en estrangulamientos futuros—. Aquí están las reglas:
1. No preguntar.
2. No robar. (Toni tragó saliva y escondió la botella de vino detrás de la espalda).
3. Y, por el amor de Dios, no me hagan perder el tiempo.
Dani levantó la mano de nuevo.
—¿Y si el tiempo se pierde solo?
Luciano cerró los ojos, contó hasta tres en un italiano que sonaba a maldición ancestral, y luego señaló a Sandro.
—Llévatelos. Que empiecen ahora mismo.
—¿Ahora? —protestó Valeria—. ¡Pero si ni siquiera me dieron tiempo de cambiarme para mi primer día de trabajo forzado!
—Trabajarás en la cocina —anunció Sandro, ignorando su drama.
—¡¿QUÉ?! ¡Yo no sé cocinar!
—Perfecto. Así no robarás comida.
Marian, siempre práctica, cruzó los brazos.
—¿Y yo?
—Limpieza.
—¿Limpieza? ¿De qué? ¿Sangre?
Sandro no respondió. Lo cual era una respuesta en sí misma.
Dani saltó como un resorte.
—¡Yo quiero ser sicario!
—Tú barrerás el jardín —gruñó Sandro.
—¿El jardín donde entierran a la gente? ¡GENIAL!
Gino y Toni, todavía temblando como hojas en una tormenta, recibieron su castigo:
—Ustedes dos —dijo Sandro— seguirán haciendo lo de siempre. Pero con supervisión.
—¿Supervisión? —preguntó Gino, con esperanza.
—Sí. La mía. Y si la cagan otra vez, los entierro boca abajo.
Toni, en un arranque de valentía (o estupidez), sacó la botella de vino robada.
—Jefe... trajimos esto para usted. Como... gesto de buena voluntad.
Luciano miró la botella. Luego a Toni. Luego a la botella otra vez.
—Esa es mi reserva personal de 1945.
—...¿Entonces ya está abierta?
Cinco minutos después, Toni colgaba cabeza abajo de un balcón mientras Gino le juraba a Luciano que él no tuvo nada que ver y que Toni siempre fue un idiota.
Marian, Valeria y Dani fueron arrastrados a sus respectivas tareas.
En la cocina:
Valeria miraba una montaña de papas como si fueran arte abstracto.
—¿Y qué se supone que haga con esto?
El chef, un hombre con más cicatrices que recetas, le entregó un cuchillo.
—Pela.
—¿Todas?
—O pelas tú, o te pelo a ti.
Valeria tomó el cuchillo con determinación.
—Bueno, al menos esto dará buen contenido. CÓMO SOBREVIVÍ A LA MAFIA (mientras pelaba papas).
En el jardín:
Dani, emocionado, empuñaba una escoba como si fuera un sable de luz.
—¡Puedo sentir la fuerza, mamá!
—Dani, cariño, solo barre las hojas —susurró Marian, que limpiaba una estatua dudosamente parecida a un hombre gritando.
—¡Pero hay un hoyo recién hecho! ¿Puedo saltar?
—¡NO!
Y en la sala principal...
Luciano observaba el caos desde una ventana, con un espresso en la mano.
—Dios mío. ¿Qué he hecho?
Sandro, a su lado, tosió.
—Jefe... ¿estamos seguros de que esto es buena idea?
En ese momento, se escuchó un estruendo. Alguien (Valeria) había prendido fuego a una sartén. Alguien más (Dani) gritaba ¡Fuego amigo! ¡FUEGO AMIGO!. Y alguien más (Toni) seguía colgando del balcón, llorando.
Luciano tomó un sorbo de su Whisky.
—Nadie dijo que la venganza fuera fácil.
La mansión de Luciano Lombardi amaneció con el caos típico de un hogar disfuncional... si ese hogar estuviera dirigido por un mafioso con paciencia de hilo dental.
En la cocina, Valeria intentaba no incendiar el espresso (otra vez).
—¡No entiendo por qué esta máquina no funciona! —gritó, golpeando la cafetera como si fuera un enemigo personal.
El chef, Massimo, un tipo con brazos tan anchos como su historial criminal, suspiró.
—Signorina, esto no es tu *TikTok*. Es café. Respétalo.
—¡Pues díselo a la máquina! ¡Me está ignorando como mi ex!
En ese momento, entró Luciano, impecable como siempre, y observó el charco de café quemado en el piso.
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Editado: 12.09.2025