Mamá & Mafioso

Capítulo 7

La mañana llegó con el sonido de Gino maldiciendo en italiano mientras arrastraba cubetas y Sandro intentaba (sin éxito) convencer a Dani de que "

limpiar el sótano no implicaba llevar un kit de *CSI*.

—¡Pero si encontramos un cadáver, necesitamos evidencia! —protestó el niño, ondeando una lupa de juguete.

—¡NO HAY CADÁVERES! —rugió Gino, aunque su voz dudosa hizo que hasta Toni levantara una ceja.

Mientras tanto, Valeria acechaba cerca de Luciano, quien observaba el caos con la paciencia de un tigre a punto de saltar.

—Oye, mafioso sexy —susurró ella—, ¿y si en lugar de limpiar… hacemos un vlog de un día en la vida de la mafia?

—¿Y si en lugar de eso te ahorro el sufrimiento de editar videos? —respondió él, sonriendo con todos los dientes (ninguno de ellos amistoso).

Pero Valeria era inmune. O estúpida. O ambas.

—¡Tienes engagement natural! ¡Mira esa pose de voy a cortarte los dedos! ¡Instagram lo comería!

Luciano suspiró. Algún día, alguien le explicaría qué diablos era un *engagement*.

En el sótano (donde definitivamente no hay cadáveres)

El grupo bajó las escaleras con la entusiasmo de una manada hacia el matadero. Las paredes estaban forradas de estantes polvorientos… llenos de vino (y otras cosas que Sandro decidió no identificar).

—¡Miren! —gritó Dani, señalando una mancha oscura en el suelo—. ¡Parece sangre!

—Es… salsa de tomate —tartamudeó Toni, pisando la mancha para ocultarla.

—¿Salsa de tomate en el sótano? —preguntó Dani, escéptico.

—¡Sí! Aquí… madura.

Luciano, desde las sombras, murmuró:

—Toni, si sigues hablando, tú también madurarás aquí.

De repente, Valeria encontró algo peor que sangre: una foto enmarcada de Luciano… en la playa. En speedo.

—¡OH DIOS MÍO— chilló, sosteniendo la foto como un tesoro—. ¡ES MÁS BLANCO QUE LA LEJÍA!

El aire se heló. Luciano giró lentamente hacia ella, con ojos que prometían un accidente trágico.

—Signorina… esa foto desaparece en tres segundos. O usted con ella.

Valeria, en un acto de valentía (o suicidio), sacó su teléfono y le tomó una selfie con la foto de fondo.

—¡Demasiado tarde! ¡Ya está en la nube! —canturreó, esquivando el marco que Luciano le lanzó a la cabeza.

Mientras discutían, Toni, en un intento de ayudar, movió un barril… y reveló una puerta oculta.

—¡Ohhh! —exclamó Dani—. ¿Es el cuarto de los secretos oscuros?

—¡NO! —gritaron todos, excepto Luciano, quien simplemente, estaba ya hasta la coronilla de ellos.

—Escuchen bien —dijo, con voz meliflua—. El que abra esa puerta… se convierte en abono para mi jardín.

Silencio. Hasta que Sandro, pragmático, preguntó: —…¿Eso es un eufemismo?

**¡CRASH!** (Esta vez fue Dani, que tropezó con un candelabro y accidentalmente abrió la puerta de un golpe).

Dentro solo había… un montón de cosas extrañas y viejas. Y un peluche de gris con un ojo arrancado.

—Oh —murmuró Luciano, inesperadamente quieto—. Eso no debería estar aquí.

Valeria, olfateando drama, susurró:

—¿Fue tuyo, jefecito?

—La próxima palabra que digas… será tu epitafio.

Pero Dani ya estaba dentro, abrazando el peluche.

—¡Es tierno! ¡Como un mafioso bebé!

Luciano cerró los ojos, contando hasta diez en un idioma que probablemente inventó para maldecir.

Esa noche, el peluche apareció en la mesa de la cena, sentado como un invitado más. Luciano no comentó nada… pero nadie tocó su plato (por miedo a que fuera el último).

Hasta que Dani, con la sabiduría de un niño que no valora su vida, preguntó:

—¿El osito también va a limpiar el sótano?

El cuchillo de Luciano se clavó en la mesa, entre los dedos de Dani.

—No.—sonrió—. el osito va a recordarles… lo que pasa cuando se meten con mis cosas.

Y entonces… las luces se apagaron.

En ese momento, Gino intento encender las luces pero no podía. Así que Dani, inspirado por Los Pitufos y El Padrino (combinación peligrosa), decidió que la mafia necesitaba más diversión.

Luciano encendió teléfono y tenía un nuevo fondo de pantalla: su cara photoshopeada con el osito gris.

—¿QUIÉN…? —preguntó, con voz peligrosamente calmada, mientras Toni, Gino y Sandro se hacían los sordos.

En ese momento, Dani apareció detrás de la silla con una laptop gigante (que claramente no era suya) y unos audífonos con forma de orejas de gato.

—¡Hola, jefecito! ¿Te gusta mi hackeo creativo? —dijo, sonriendo como si no estuviera a segundos de la muerte.

Mientras Luciano intentaba (sin éxito) borrar el osito de su teléfono, todos los dispositivos de la mansión empezaron a comportarse de manera… extraña.




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