La mansión amaneció en silencio. Un silencio sospechoso, como si hasta los ratones hubieran decidido hacer huelga. Luciano, con ojeras dignas de un thriller gótico, bajó las escaleras sosteniendo su teléfono como si fuera un artefacto explosivo. El fondo de pantalla del osito seguía ahí, pero ahora con un sombrerito y un letrero que decía Ciao, papá!.
—DANI —rugió, aunque sabía que el niño ya estaría escondido en algún lugar inverosímil, como dentro del horno o colgado de una lámpara.
En la cocina, Gino intentaba descifrar el microondas, que ahora emitía pitidos en código Morse.
—¡Está diciendo 'SOS'! —anunció Sandro, con la voz quebrada.
—No, está diciendo TONTOS —corrigió Toni, mirando fijamente su café, que tenía espuma con forma de un emoji de calavera.
Valeria, en un rincón, editaba frenéticamente un video titulado "MI NOVIO MAFIOSO Y SU CRISIS EXISTENCIAL CON UN PELUCHE".
—¡Esto va a tener un millón de likes! —susurró, ignorando el hecho de que novio era un término… generoso.
Luciano, decidido a recuperar su dignidad (y su teléfono), siguió el rastro de migajas de galletas hasta el sótano. Allí, entre barriles y sombras, encontró a Dani sentado en el suelo, abrazando al peluche gris mientras tecleaba en una laptop con stickers de "Hackeo por Diversión".
—¿Sabes qué pasa con los niños que juegan a ser hackers? —preguntó Luciano, agachándose hasta quedar a su altura con una sonrisa que heló la sangre.
Dani, en un acto de valentía temeraria, le mostró la pantalla:
—¡Mira! Encontré algo genial.
Era una foto antigua: Luciano, de no más de cinco años, con el mismo osito, sentado en el regazo de un hombre de sonrisa afilada y traje impecable. Detrás de ellos, una placa que decía "Feliz Cumpleaños, Príncipe".
El aire se espesó. Luciano palideció como si hubiera visto un fantasma.
—¿Dónde… encontraste eso? —preguntó, con voz tan suave que resultaba aterradora.
Dani, inocente, señaló una caja marcada con un L. 1989.
—Estaba ahí. ¿Ese era tu papá? Parece un vampiro elegante.
Luciano cerró los ojos. Respiración profunda. *Uno, due, tre…*
—Escúchame bien, mocoso —dijo, agarrándolo por los hombros—. Esa caja desaparece. Esa foto desaparece. Y tu conocimiento de esto…
—¡Demasiado tarde! —interrumpió Valeria, apareciendo de la nada con su teléfono—. ¡Acabo de subir un TikTok con la foto! #FamilyDrama #MafiaBaby.
Luciano giró hacia ella con lentitud dramática.
—…¿Tienes muerte en tu lista de deseos?
El caos escaló cuando Marian apareció en el sótano, leyendo el contrato firmado la noche anterior con expresión de esto no lo vi venir.
—Hijo —dijo, mirando la foto—, ¿por qué nunca mencionaste que tenías un osito llamado Principino?
—¡PRINCIPINO! —gritaron Dani y Valeria en coro, mientras Luciano enterraba su cara en las manos.
—Fue un regalo —murmuró, casi inaudible—. De… papá.b
El silencio incómodo fue interrumpido por Gino, que tropezó con una alfombra y reveló… otra puerta secreta.
—¡Oh, no —susurró Sandro—. Aquí vamos otra vez.
Dani, emocionado, corrió hacia ella, pero esta vez Luciano lo detuvo con un brazo.
—No —dijo, con una seriedad que hizo temblar hasta a Valeria—. Ese lugar no existe.
Pero era demasiado tarde. La puerta se abrió sola, revelando un pasillo oscuro que olía a polvo y secretos.
Y entonces… las luces se apagaron de nuevo.
En la oscuridad, solo se escuchó la voz de Luciano, susurrando:
—El que siga adelante… no vuelve.
Naturalmente, Dani encendió la linterna de su teléfono (con filtro de arcoíris) y gritó:
—¡VAMOS, ES UNA AVENTURA!
Mientras todos lo seguían (excepto Luciano, que maldecía en italiano), algo más se movió en las sombras. Algo que llevaba años esperando…
El pasillo los llevó a una habitación circular, con paredes llenas de fotos borrosas y mapas antiguos. En el centro, un pequeño cofre de madera.
—¡Es como Indiana Jones! —exclamó Dani, corriendo hacia él.
Pero cuando lo abrió, solo había una llave oxidada y una nota que decía:Perdoname, Principino.
Luciano, al leerla, retrocedió como si lo hubieran golpeado.
—Esto no es un juego —dijo, arrancando la nota de las manos de Dani—. Salgan. Ahora.
El suelo tembló con violencia, haciendo caer botellas de vino añejo que estallaron contra el piso como corazones rotos. El sonido metálico resonó de nuevo, pero ahora era claro: cadenas arrastrándose.
Dani se aferró al osito de peluche, sus ojos brillando más por la emoción que por el miedo.
—¡Es como en Tomb Raider! ¿Creen que haya un tesoro?
—El único tesoro aquí será tu tumba si no te callas —bufó Toni, cuyo rostro había adoptado el color de la mortadela vieja.
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Editado: 10.08.2025