Mamá & Mafioso

Capítulo 10

La risa de la Signora resonó como el tintineo de cuchillos en un banquete funerario. Sus ojos negros brillaron con un humor perverso mientras examinaba a Marian de arriba abajo.

—Mamma mia, qué flacucha estás, piccolina, —susurró, pellizcando el brazo de Marian con dedos fríos como mármol—. Mi Luciano necesita una mujer con curvas, ¿sabes? Para mantenerlo... satisfecho.

Marian tragó saliva.

—Señora, yo... eh... no soy exactamente su...

—¡BAM!

El sonido de un disparo ahogado cortó el aire. Todos se agacharon instintivamente, excepto la Signora, que solo arqueó una ceja.

—Ay, perdón, —dijo Toni, levantando una pistola humeante—. Se me escapó. Cosas de nervios.

—¡¿CÓMO SE TE ESCAPA UNA BALA, TONI?! —rugió Luciano, mientras un jarrón chino valuado en unos cinco mil euros se hacía añicos contra la pared.

—¡Fue el reflejo! ¡Pensé que la señora iba a sacar un arma! —se defendió Toni, señalando a la Signora, quien, efectivamente, estaba sacando algo de su bolso.

Todos contuvieron la respiración.

Era... un tubo de lápiz labial.

—Relájense, muchachos —murmuró, pintándose los labios de un rojo vampírico—. Aunque si quieren ver un arma...

Con un movimiento rápido, sacó una pequeña pistola enjoyada y la giró en sus dedos.

—¡ESO! ¡ESO ES LO QUE DIJE! —chilló Dani, escondiéndose detrás de su madre.

—Calma, piccolino. Solo es por si alguien se porta mal, —dijo, guiñándole un ojo a Marian—. Como esa exnovia de Luciano... ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. Sofia.

Luciano palideció.

—Mamá... no.

—¿Qué? Solo digo que la chica nunca más volvió a pedirte un espresso después de nuestra charla, —rió la Signora, limpiando la punta de su arma con un pañuelo de seda.

Valeria sintió que el pánico le trepaba por la espalda.

—¿Espera... Esa Sofia desapareció?

—¡No! ¡No desapareció! —intervino Luciano, frotándose las sienes—. ¡Se mudó a Milán!

—Sí... después de nuestro almuerzo, —susurró su madre, sonriendo con demasiados dientes.

—¡Vale, ya basta! —gritó Dani, levantando las manos—. Señora, con todo respeto, ¿qué demonios quiere?

Un silencio incómodo.

La Signora dejó escapar un suspiro dramático y se dejó caer en el sofá como una diva de ópera. Cuando subieron de sótano.

—Quiero conocer a la chica que tiene a mi hijo comportándose como un adolescente enamorado. Mensajitos a escondidas, sonrisitas tontas...

—¡YO NO HAGO ESO! —protestó Luciano, mientras Gino y Toni asentían detrás de él.

—Mentiroso. Hasta te pones perfume ahora, —refunfuñó ella—. Y eso que odias el olor a flores.

Marian sintió un calor subirle por las mejillas.

—Señora, le juro que no hay nada entre...

—Ah, pero debería, —la interrumpió la Signora, acercándose luego de levantarse del sillón peligrosamente—. Porque si no es así, esto sería una pérdida de tiempo. Y yo odio perder el tiempo.

Sus dedos se cerraron alrededor de la muñeca de Marian con una fuerza sorprendente.

—Así que dime, tesoro... ¿te gusta mi hijo? ¿O debo empezar a preocuparme por tu... futuro?

El aire se espesó. Luciano hizo un movimiento hacia adelante, pero Gino lo detuvo.

—Jefe... no es buena idea.

Dani, en un acto de valentía suicida, se interpuso.

—¡Señora Muerte-en-Tacones! ¡Un momento! Antes de que desaparezca a mi madre, ¿qué tal un juego?

Todos lo miraron como si hubiera propuesto bailar tap en un campo minado.

—... ¿Un juego? —repitió la Signora, lentamente.

—¡Sí! Como... ¡Adivinen qué hay en mi bolsillo! —sacó una caja de condones con el logo de la marca borroso—. ¡Eh... no era esto!

—¡DANI! —aullaron Valeria y Marian al unísono.

La Signora miró la caja, luego a Luciano, y finalmente a Marian.

—Hmm. Al menos alguien aquí viene preparado, —murmuró, antes de reírse como una hiena— ¡Muy bien! Juguemos. Pero con mis reglas.

Se inclinó hacia Marian, cuyo corazón latía como un tambor de guerra.

—Tienes hasta el final de la cena para convencerme de que no eres una inútil. Si lo logras, te dejo ir. Si no...

Luciano dejó escapar un sonido que no era humano.

Mientras se sentaban en la mesa, El aire del lugar se espesó de repente. Dani, con los dedos temblorosos sobre la pantalla del teléfono de la Signora, sintió cómo el sudor frío le resbalaba por la nuca. Los algoritmos de desbloqueo cedieron demasiado rápido… demasiado fácil.

—Oh, mierda —masculló, cuando la pantalla reveló una galería de fotos que ningún hijo debería ver jamás.

Valeria, ajena al horror de Dani, posaba junto a Luciano, filtrándose los rostros con un efecto de corazones.




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