Mamá Ponche

Mamá Ponche

Miles de lucecitas de colores adornan las casas, los árboles de los jardines están llenos de esferas, regalitos y otras cursilerías, como si fueran su pino navideño, claro, como no tuvieron el dinero suficiente para comprar uno este año, mis vecinos decidieron usar la naturaleza como perchero; podría decir, incluso, que se trata de una representación en miniatura de lo que los humanos hacemos con el planeta: llenarlo de basura. Cancioncitas salen de las casas, repletas de notas dulces y tintineos mágicos que intentan curar el corazón de la gente. Voy pasando en mi bicicleta parchada por las callecitas, de regreso a mi casa.Hasta el aire de la noche apesta a flores de pascua, aunque la mayoría sean de plástico, no sé, es un ambiente extraño el que nos rodea en diciembre, pero no es agradable para mí, se trata de tener en frente personas con sonrisas hipócritas que creen que con dirigirte una mirada de lástima se van a ganar el cielo; sin embargo no soy tan amargada, digo, soy solo una niña, tengo 13 años,okey no estoy tan pequeña, pero lo que quiero decir es que estoy en esa famosa etapa de la pubertad, en la que me la paso peleando conmigo misma, tratando de encontrar mi lugar en el mundo y para colmo, la cuna en la que nací es de aquellas en las que escasea todo. La cuestión principal diaria es "qué comer" y eso lleva a uno preguntarse "¿cómo conseguir dinero para comer?". Sí, soy pobre, de familia no numerosa ¡Gracias a Dios!, pero por lo anterior, tengo que andar en los callejones buscando restos de cosas para vender a otras personas. Nunca vendo bien hasta que la "bendita" Navidad llega; debería estar feliz de que es una época en la que se puede comer mejor, pero tal vez mis antepasados me heredaron unos genes muy orgullosos que me hacen enojar cada vez que, en la temporada, vendo objetos inútiles a mejores precios solo con poner mi cara de hambrienta; pero es que si se analiza al revés, se puede notar la tontería humana: en diciembre "Ten niña pobrecita, hay que invitarle para un taco"; y en otros meses: "¡Ay chamaca sucia! ¡Largo de aquí! Seguro tiene mañas" y ¡son las mismas p. personas! Por eso guardo este rencor. Aunque lamento decir que también me he dejado llevar por la hipocresía dentro de mí de una deliciosa manera, pero es culpa de mi estómago, lo juro: me acerco a las posadas a hacer bulto un rato, para después, con todo derecho, ir a pedir mi porción de café, ponche, atole o chocolate y mi pieza de pan; agradezco infinitamente a aquellas personas que preparan tamales, pozole o algunas otras comiditas llenadoras y ya si me da la gana, me aviento a la fila de los dulces o a romper la piñata también, después de todo soy un alma joven que quiere divertirse, en mi caso, aunque no sea todo el tiempo.Siempre le echo ganas a lo que puedo hacer para ayudarle a papá y comer todos los días, lo bueno es que somos él y yo; a veces se deprime y toma un rato, a veces llega a casa y a veces no, pero no importa porque eso significa que comió en otro lado y yo como más, lo quiero mucho pero mi estómago también me manda y es, a veces, más fuerte que mi amor fraternal; en navidad también él hace lo suyo, se va a pedir alimentos en la ciudad y me deja hacer lo mismo, ya se ve, pues, que es mi ejemplo a seguir, pero antes que por la comida yo he visto que lo hace por que no me quiere ver, no quiere ver la realidad de este triste hogar, porque estoy yo: digna réplica de mi madre, con mis ojos oscuros, cabello rizado y rasgos faciales igualitos a ella(¡Gracias genes!): la abandona-hijas, abandona-esposos amorosos, destruye-hogares, causante del despido de mi padre, ex vendedora de picaditas, ex cuenta-cuentos, ex cantante de canciones para dormir, ex arregla-peluches rotos, mi ex todo.

"Ella" se fue un 24 de Diciembre hace 3 años, mientras andaba con unas amigas de la primaria en la posada principal de la colonia; mi madre se había quedado en casa porque se sentía mal y mi papá estaba todavía en su trabajo; canté con tanto entusiasmo desde dentro de la iglesia y con toda mi desafinación posible, casi a gritos "Ya se pueden ir y no molestar, porque si me enfado, os voy a apalear"; respondí todas las partes que debía, después del sacerdote en la misa, escuché con atención todo lo que dijeron esa noche, ¡lo juro!, y ni así se compadeció la vida de mí. Corrí con entusiasmo a la fila de la piñata para romperla con todas mis fuerzas de niña y me aventé a los dulces para tomar la mayor cantidad posible, hasta me los guardé en una "cuna" que hice con mi blusa, sin importarme que se me viera el ombligo, me caí dos veces, se me perdieron mis dulces y los recuperé después, me raspé la rodilla por la bolita de chamacos que se hacía cada vez que se rompía una y otra piñata, recibí patadas, empujones, jalones de pelo y pellizcos, pero tampoco me importó, en el calor de la adrenalina infantil nada tiene más valor que reunir muchos, muchos dulces.

Todo estuvo perfectamente navideño y feliz, hasta que regresé a mi ansiado hogar, donde encontré a mi papá tirado en la cama llorando de impotencia, lleno de dolor, un dolor muy grande que nos causó "ella", porque se fue esa noche. El bule que me había llevado iba lleno, hasta el borde, de ponche que me dieron en la gran posada, pero en el instante en que vi aquella escena, todo estaba en el suelo, parecía vil vómito; a partir de ese momento los dulces se convirtieron casi en veneno para mí, porque ahora rompo las piñatas para descargar mis pesados sentimientos y no por comerme la colación; pero el ponche del piso, por una extraña razón, ganó una adoración extra de mi parte, esa vez no lo pude probar, pero ahora lo saboreo como un rico cata el vino. Esa noche pareció tan larga y pesada que no pude dormirme hasta las 3 y media de la madrugada; mi papá y yo estuvimos llorando, cada uno por nuestro lado, él en la cama y yo por cualquier rincón; cada vez me acercaba, me corría y pedía que lo dejara solo.

Es curioso cómo tener pocas amistades también te hacen perder el control de las emociones, lo digo porque mi padre no era muy amigable con los vecinos y se volvió peor cuando pasó aquello; madre vendía sus picadas en el mercado, así que sus amigas eran las que se encontraba por allá y yo nunca pude ayudarla porque me pidió siempre que estudiara, que yo no tenía porqué trabajar; si hubiera ido frecuentemente a ayudarla con su trabajo, me habría hecho amiga de aquellas señoras y me hubieran consolado aquella noche y me hubieran aclarado muchas cosas sobre su partida.



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En el texto hay: tragedia, amor, mama

Editado: 08.12.2023

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