Capítulo 14: Rechazo en casa

El coche se detuvo frente a la casa, y Alejandro bajó con cuidado, temblando de frío y agotamiento. La puerta se cerró detrás de él con un golpe seco, y el silencio de la casa se sintió más pesado que nunca.

Pearl lo miró con ojos duros y la mandíbula tensa.

—Eres un pecador, Alejandro —dijo con voz firme, casi cortante—. Nadie te va a aceptar por lo que eres.

Las palabras cayeron sobre él como piedras. Alejandro sintió que cada paso que había dado para escapar de aquel lugar no había cambiado nada: su hogar seguía siendo un sitio donde no podía existir.

Intentó hablar, intentar defenderse, explicar quién era, pero las palabras no encontraron salida. El dolor, la humillación y el cansancio lo mantenían paralizado. Pearl dio media vuelta y salió de la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos y su desesperanza.

Alejandro se sentó en la cama y respiró hondo. Sabía lo que debía hacer: ya no podía quedarse allí, en un lugar donde no lo aceptaban ni lo querían. Comenzó a empacar su ropa, con manos temblorosas, mientras el corazón le latía con fuerza. Cada prenda que doblaba era un recordatorio de que estaba dejando atrás no solo la casa, sino también la ilusión de un amor familiar que nunca existió.

En ese momento, Isaac entró en la habitación, con los ojos grandes y llenos de preguntas.

—¿Por qué guardas tu ropa en esa maleta, Alejandro? —preguntó con voz temblorosa.

Alejandro se agachó y abrazó a su hermanito, intentando sonreír aunque le doliera el corazón.

—Ya me voy, hermanito —dijo con voz suave—. Mis padres no me quieren.

Isaac dejó caer una lágrima y susurró:

—Yo sí te quiero, Alejandro.

Alejandro apretó la maleta con fuerza, con el corazón dividido entre el amor de su hermano y el dolor del rechazo de sus padres. Sabía que el camino que había elegido sería solitario y doloroso, pero también sabía que no podía seguir siendo quien no era solo para complacerlos.