Capítulo 26: Colapso

El sol apenas se asomaba entre las nubes grises cuando Alejandro dio su primer paso hacia la esquina del callejón, y luego otro, y otro más. Pero su cuerpo empezaba a traicionarlo. Las piernas le temblaban, los brazos pesaban como plomo, y su estómago rugía con un hambre que no se calmaba. Cada respiración era dolorosa, cada movimiento un esfuerzo casi imposible.

Se apoyó contra la pared, intentando recuperar fuerzas, pero las rodillas se le doblaron. Cayó al suelo, empapado de sudor y lluvia mezclada, con los labios secos y el corazón latiendo con dificultad. Alejandro estaba exhausto, más allá de lo que jamás había sentido.

—No… puedo… caer ahora… —susurró, apenas audible, con la voz entrecortada.

Intentó incorporarse, pero sus brazos no respondieron. Cada intento lo dejaba más débil, y la ciudad que lo rodeaba parecía indiferente a su sufrimiento. Las calles húmedas, los charcos fríos y el viento cortante no ofrecían refugio. Estaba solo, completamente solo, y la realidad de su vulnerabilidad lo golpeó con fuerza brutal.

Alejandro cerró los ojos, abrazando su mochila como si fuera un último hilo de seguridad. La desesperación lo envolvía, mezclándose con el miedo y el dolor. Cada pensamiento sobre su familia, sobre Isaac y Ambar, sobre su vida truncada, lo mantenía apenas consciente.

Su cuerpo estaba a punto de ceder, y la ciudad seguía indiferente, como si esperara a que su lucha terminara. Alejandro entendió, con un dolor profundo, que la libertad tenía un precio tan alto que su cuerpo ya no podía pagarlo.

Por primera vez desde que había escapado, sintió que la vida que tanto había buscado podría escapársele para siempre.