Una semana había pasado desde que Alejandro había desaparecido de casa. Pearl y August intentaron ignorar la preocupación que les picaba en el pecho, pero algo en la casa parecía incompleta, vacía. Isaac, sin entender completamente la magnitud de la situación, sostenía el teléfono con esperanza y miedo.
—¿Le puedo enviar un mensaje, mamá? —preguntó con voz pequeña, mirando a Pearl.
Pearl no respondió. Solo asintió con la cabeza, fría y distante. Isaac escribió cuidadosamente en el teléfono:
"Alejandro… te extraño mucho. Espero que estés bien. Te quiero siempre."
Presionó enviar, con la esperanza de que su hermano respondiera. Pero Alejandro nunca leería ese mensaje. La ciudad, que lo había visto luchar y sufrir, ahora guardaba su silencio. Su cuerpo descansaba en el frío pavimento, y la vida que había buscado con tanto esfuerzo había llegado a su fin.
Isaac no sabía lo que pasaba; Pearl y August tampoco. Solo había vacío y ausencia. La inocencia de un niño que amaba a su hermano chorreaba en lágrimas silenciosas, mientras el teléfono permanecía apagado, el mensaje flotando en la espera de un destinatario que ya no estaba allí para recibirlo.
La historia de Alejandro terminó sin reconciliación, sin justicia, pero con la verdad de que el amor de un hermano pequeño era puro y real, aunque nunca pudiera alcanzarlo a tiempo. La ciudad siguió girando, indiferente a la tragedia, pero para Isaac y para cualquiera que conociera la historia, la pérdida sería eterna, y el recuerdo de Alejandro viviría siempre como un eco de valentía, dolor y amor incondicional.