Capítulo 31: La ausencia

El día comenzaba gris y húmedo en San Francisco. Pearl caminaba de un lado a otro en la sala, revisando el reloj por enésima vez. Alejandro no había regresado la noche anterior. Su teléfono permanecía apagado, y el silencio en la casa era insoportable. Los pequeños Isaac y Ambar jugaban en la habitación contigua, pero incluso ellos sentían que algo estaba mal.

—No entiendo… —susurró Pearl, con la voz cargada de preocupación—. ¿Dónde puede estar Alejandro?

August, sentado en la cocina con la cabeza entre las manos, respondió con voz tensa:

—Tal vez se fue a dar una vuelta… tal vez… —pero su intento de justificarse sonó vacío incluso para él mismo.

Pearl revisó los lugares donde Alejandro solía estar, recordando sus rutinas, sus series favoritas, el parque donde le gustaba caminar. Nada. La ciudad parecía haberse tragado a su hijo. Cada esquina que miraba le hacía sentir el vacío que había dejado, un vacío que la culpa y el miedo llenaban lentamente.

En la habitación de los niños, Isaac se acercó a su madre y preguntó con voz pequeña:

—¿Mamá… Alejandro va a volver?

Pearl tragó saliva y no supo qué responder. No podía mentir, pero tampoco podía confesar la verdad de lo que había pasado en los últimos días.

—Yo… yo espero que sí, hijo… —respondió finalmente, con voz temblorosa.

Pero en su corazón, Pearl sabía que algo terrible había ocurrido. La ausencia de Alejandro no era simplemente un retraso; era un presagio de la tragedia que lentamente comenzaba a desplegarse.