Isaac y Ambar habían notado la ausencia de Alejandro desde la primera noche. No había risas, no había juegos, no había abrazos ni bromas que los hicieran reír. El vacío de su hermano mayor se sentía en cada rincón de la casa, y la tristeza de los niños crecía con cada día que pasaba.
Isaac se sentó en la cama de su hermano mayor, tocando la almohada y recordando cómo Alejandro solía leerle historias antes de dormir.
—Te extraño, hermano… —susurró, con lágrimas cayendo por sus mejillas—. Ojalá vinieras…
Ambar lo abrazó, llorando en silencio. Su hermana de 6 años no entendía todo, pero sabía que algo estaba mal, que su hermano no estaba y que su corazón dolía de forma extraña.
En la escuela, Isaac apenas podía concentrarse. Cada compañero que mencionaba a un hermano lo hacía recordar a Alejandro, y cada recuerdo lo llenaba de miedo y tristeza. No entendía por qué nadie podía encontrarlo, por qué su hermano no contestaba, ni siquiera un mensaje.