Pearl decidió salir a buscarlo. Caminó por las calles cercanas, revisó parques y tiendas donde Alejandro solía ir. Cada lugar estaba vacío, indiferente a su búsqueda. Su corazón se encogía con cada paso, y la culpa la devoraba lentamente.
—¡Alejandro! —gritaba su nombre, con la voz quebrada—. ¡Por favor, vuelve!
Pero solo el eco de su voz respondió. La ciudad parecía ignorarla, como si Alejandro nunca hubiera existido. La desesperación la hizo llorar en plena calle, abrazando su bolso y recordando cada momento de rechazo y enojo que había tenido con su hijo.