Esa noche, Pearl y August se sentaron juntos en silencio, intentando enfrentar la realidad. Cada uno reflexionaba sobre sus errores, las palabras duras, los gritos, y sobre todo, la decisión de enviar a Alejandro al centro de conversión.
—Si tan solo lo hubiéramos escuchado… —susurró Pearl—. Si tan solo lo hubiéramos amado de verdad…
August no respondió al instante. Las palabras se le atoraban en la garganta. Por primera vez, comprendió que su orgullo y su deseo de “corregir” a Alejandro habían tenido consecuencias irreparables. La culpa y el miedo los unieron en un dolor compartido, aunque tardío.