Cuando veía en retrospectiva, pensaba que en el pasado lloraba por tonterías, como cuando mi prima dañaba una muñeca o sacaba un ocho en un examen. Sin embargo, recientemente comprendí que mis lágrimas no eran consecuencia de una calificación o de un juguete dañado, sino el miedo a ser golpeada, a los gritos y a las humillaciones.
No importaba si el ocho era una buena nota, no importaba si tenía muchas más muñecas; el pánico era constante.
Hace poco escuché a mi madre decir que cuando era pequeña, ella deseaba la perfección en mí, aunque ella no era para nada perfecta.