Las bisagras rechinaron despacio al abrirse la puerta, y ese agudo sonido resonó a través del monitor interrumpiendo así a la callada noche. Lo siguiente que salió de la bocina, fue un lúgubre silencio.
Sonó estridente el reloj alarma, volviendo a hacer de las suyas con su irritante sonido. Valeria no tardó mucho en despertar y apagarla de un golpe, pero el daño ya estaba hecho. Se estiró perezosa después de dar un suave empujón a Alan para hacerlo despertar.
Se sentó en la cama mientras bostezaba y se deshacía de las sábanas. Miró a su alrededor con una idea cruzando por su cabeza, pero no fue hasta que se había cambiado por completo de ropa, que decidió hablar sobre ello.
Miró a su esposo, que apenas se había decidido a levantarse. Caminaba soñoliento por la habitación en busca de su ropa, y sin pensárselo más le dijo:
—¿Escuchaste a Susy jugar anoche?
—No —arrastró Alan cada letra con flojera—. Dormí como tronco.
—Es extraño, yo tampoco la escuché. —Miró a su marido detenerse frente al ropero para luego girarse hacia ella—. Es decir, siempre la escucho y ésta vez...
—¡Basta! —interrumpió con un dejo de molestia—. No seas paranoica.
Se miraron uno al otro con ceños fruncidos, cada uno seguro de tener la razón. Y es que la noche anterior, después de que Valeria se hubiese tranquilizado tras asegurar con llanto que había alguien en la casa, habían tenido una larga platica. Aunque claro, ésta había terminado en una gran discusión.
Valeria afirmaba que había algo en aquella casa, un espectro fue lo que dijo. Contó con detalle todo lo que el día anterior le había ocurrido, desde los rasguños en el edificio de la doctora Miriam, hasta el momento en que el Señor Bigotes rodó bajo la cama.
Por su parte, Alan estaba convencido de que aquello no era más que tonterías. Porque, para empezar, los fantasmas no existen.
Además, el que hubiese escuchado rasguños no significaba nada, bien pudo haber sido un gato o algún otro animal. Incluso pudo ser otra cosa que por la similitud del sonido, ella creyó que eran rasguños. Como fuese, Valeria estaba exagerando.
En base a ello, la discusión se acaloró, con Valeria anonadada de que su esposo no quisiera escucharla, y que en su lugar la juzgara de loca.
Fue justo por eso que al final terminaron por cambiarse de ropa en silencio, molestos el uno con el otro. Alan fue el primero en salir de la habitación para dirigirse al baño, aunque segundos más tarde volvió con una expresión confusa.
La habitación de Susy tenía la puerta abierta pero ella no se encontraba en su interior. Al escuchar eso, Valeria se separó del tocador para dirigirse ambos a la planta baja en busca de su hija.
El reloj marcaba las seis con quince de la mañana, por lo que la casa todavía estaba algo oscura.
Buscaron a Susy en la cocina, la sala, el patio, el baño, en todos y cada uno de los rincones de la casa. No la encontraron en ninguna parte.
Valeria estaba aterrada por pensar en que algo horrible había ocurrido con su hija, con los peores escenarios posibles llenando su cabeza. Estaba al borde de las lágrimas cuando se apresuró a tomar el teléfono de la cocina para llamar a la policía y reportar la desaparición de su hija, pero el sonido del televisor inundó la casa de repente.
La pareja se asomó hacia el sillón y lograron divisar una figura pequeña.
Al acercarse con prisa hasta la sala, Susy estaba ahí, sobre el sillón y aún en pijama. Se encontraba inmóvil abrazándose las rodillas, con el mentón apoyado sobre ellas y sus ojos fijos sobre la pantalla lucían un tanto rojos e irritados.
—Susy —pronunció Valeria con un hilo de voz. La preocupación que había sentido no le permitía a sus cuerdas vocales emitir un sonido más fuerte—. ¿Dónde estabas?
Susy giró su cabeza poco a poco, dando la impresión de que su cuerpo estuviese casi paralizado. Fijó sus enrojecidos ojos sobre sus padres, provocando en ambos un escalofrío tal, que cada vello de su cuerpo erizó.
El rostro en extremo serio de su hija no era común, y esos ojos que, por alguna razón, lucían vacíos le daban un aspecto siniestro.
—Aquí he estado —respondió Susy con voz tenue, sin inmutarse siquiera por la angustiosa voz de su madre. —Pero ustedes no me vieron.
Editado: 07.03.2018