Mami, no quiero dormir |sueños oscuros #2|

5° Eso

Aquella noche había resultado pesada pues ni Alan ni Valeria consiguieron dormir. La mañana siguiente habían decidido prestar más atención al comportamiento de su hija, e incluso, hablaron con la doctora Miriam para descartar que Susy estuviese recayendo.

Lo único que consiguieron con eso, fue que Miriam los citara para una charla de pareja, ya que Susy había dicho que ellos peleaban demasiado, por lo que prefería mantenerse encerrada en su cuarto.

Era cierto que habían discutido, pero no de la manera en la que Susy lo describió.

De alguna manera terminaron con las situaciones cruzadas, viéndose ellos como los causantes de todo. Incluso, Valeria llegó a creérselo. Pensó en que se comportaba como una mala madre, y que no sabía superar la muerte de su hijo mayor, en consecuencia, Susy pagaba los platos rotos.

Alan también llegó a pesarlo en algún momento, sobre todo, luego de que la primera semana en la que comenzaron a asistir a terapia de pareja,  los “sucesos” se redujeron a cero.

Todo era producto de las secuelas dejadas por el dolor de perder a su hijo mayor, era lo que les decía Miriam. Su comportamiento disfuncional y la falta de interés del hombre en mantener un empleo por más de una semana, además de la naciente sobreprotección de la mujer hacia su hija eran las pruebas de dicha teoría.

La mente de Alan estaba dividida entre aquel pensamiento y los números que ingresaba en la computadora frente a él en ese momento.

Se sentía desesperado, pues no conseguía sacar de su cabeza todo lo ocurrido en las primeras dos semanas en su nueva casa, que se mezclaban con el año anterior, en el que ocurrió el accidente que cobró la vida de su hijo.

Tecleaba con fuerza los números, como esperando que el sonido del golpeteo de las teclas  lo ayudasen a concentrarse de una maldita vez.

De vez en cuando  se equivocaba en lo que ingresaba en la computadora, por lo que bufaba y golpeaba la mesa con los puños cerrados.

—Oye, relájate, amigo. —Escuchó a uno de sus compañeros decirle desde el cubículo de al lado, y aunque no se inclinó para mirarlo, estaba seguro de que éste le sonreía con amabilidad.

Si bien aún no llevaba mucho tiempo trabajando en ese lugar, Ethan había sido muy amable con él. Incluso, le había contado pequeños detalles sobre el resto de sus compañeros de trabajo, que a Alan le habían resultado en su mayoría inservibles. A pesar de eso no dijo nada al respecto, después de todo, Ethan sólo quería ser amable.

—Sí, claro. Lo siento. —Se limitó a responder para continuar con su trabajo.

Miró el reloj que estaba colgado en la pared de su lado izquierdo, era la una con cuarenta minutos. Aún le faltaban veinte minutos para salir a comer. Sabía que en realidad no era mucho tiempo, pero con su cabeza tan intranquila como estaba, cada minuto parecía durar más.

Se pasó las manos por el cabello con desespero antes de decidirse a continuar con su trabajo, no sin darle un gruñido al reloj, exigiéndole que anduviera más aprisa.

Como cosa hecha a propósito, cuando por fin había conseguido concentrarse en lo que debía hacer, algo volvió a llamar su atención, pero ésta vez, lo hizo incluso separarse de su computadora.

Papi —pronunció entre ecos una voz que, ante sus oídos, había sido de Susy—, estoy aquí.

Se levantó de su lugar y se asomó al cubículo de su derecha, en donde su compañero pelirrojo, de ojos verdes bajo unos lentes delgados lo miraron con curiosidad. Su piel clara y llena de pecas pareció palidecer al verlo, mientras se quitaba las gafas y se acercaba también hacia él.

—Viejo ¿estás bien? —le dijo a Alan con voz descompuesta y gruesa—, luces como si hubieses visto un fantasma.

Alan se quedó callado un momento, pensando en lo descolorida que debía lucir su piel, y lo hundidos que debían estar sus ojos como para que su compañero dijera algo así.

—Dime que escuchaste eso, Ethan —habló Alan con voz susurrante, pues no estaba deseoso de que alguien más los oyera.

—¿Escuchar qué?

Ante tal respuesta, Alan se mantuvo unos segundos en total silencio, intentando calmar el ligero temblor que luchaba por recorrerle.

—Ahora vengo —susurró de vuelta, y sin dar lugar a nada más, salió al pasillo.

Todo el corredor era iluminado por los focos del techo pero estaba desierto, lo que era normal, pues sus compañeros debían estar trabajando.



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En el texto hay: terror psicológico, demonios, horror

Editado: 07.03.2018

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